Nadie se alza con un 30% de los votos sin penetrar profundamente en la base de la sociedad, más cuando las capas de ingresos más altos prefieren, en general, a Juntos por el Cambio. Para comprobar eso basta con observar la amplitud geográfica del triunfo de Milei y el desempeño impactante que tuvo en bolsones empobrecidos del conurbano bonaerense.
Sin embargo, ¿todos los que lo votaron realmente escucharon qué les decía?
En esa base social, mucha gente vive de ayudas del Estado que el minarquista pretende demoler. Se cuentan también empresarios y empresarias pymes que serían barridos por la idea que el candidato tiene de la libertad de mercado –una que incluso encuentra legítimos a los grandes monopolios– y de la apertura comercial. Hay, también, trabajadores y trabajadoras que encontrarían más y no menos precarización en el tipo de reformas que aplicaría un eventual gobierno de La Libertad Avanza (LLA). Por último, la dolarización que postula es una promesa de mayor deterioro de los ingresos.
Un ejemplo por excelencia de lo anterior es lo que sucedió en la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur, una de las 16 en las que se impuso. Ese territorio depende en gran medida de un régimen de promoción industrial que lo ha convertido en una ensambladora hipersubsidiada de productos electrónicos, esquema que Milei desmontaría en caso de llegar al poder el 10 de diciembre. La frustración infinita les puso un tapón de cera a los oídos.
La crisis de los 40 de la democracia
El resto de la política no parece entender lo que está ocurriendo. No se trata solo de la llegada de un outsider y de la irrupción de una forma predemocrática del liberalismo. El desafío es incluso mayor.
El peronismo aturdido de anoche se dispone a contraponer "modelos" en la campaña hacia la primera vuelta del 22 de octubre, según se desprende del largo discurso leído por Axel Kicillof, el único peronista que –por ahora– parece salvar la ropa. Más consciente del tembladeral que puede ser desde hoy la economía, Sergio Massa pareció entender algo más de qué va la cosa al plantear la necesidad de un gobierno de unidad nacional.
Con todo, no llegó a plantear lo que la hora amerita y que se da en muchos países en los que una derecha a lo Milei amenaza con llegar al poder: la convocatoria a un pacto de salvación democrática. Ocurre en Francia, lo reclama media España ante la tentación del conservador Partido Popular de pactar con Vox –un modelo para Milei– y lo concretó Luiz Inácio Lula da Silva en las últimas elecciones brasileñas, al armar una amplísima alianza que va de la izquierda al conservadurismo democrático.
A propósito de esto, ¿seguirán Cristina Fernández de Kirchner y Máximo Kirchner con su huelga de brazos caídos o tomarán conciencia de que si el dólar se disparara y la inflación lo siguiera, el 22-O podría no haber refugio bonaerense ni peso en el Congreso ni seguridad –siquiera– de una entrega normal del poder?
¿Demasiada alarma?
En una Argentina gobernada por Milei no habría lugar para la política de memoria, verdad y justicia.
Los militares condenados por violaciones a los derechos humanos serían reivindicados y las fuerzas policiales –nunca debidamente reformadas– tendrían las manos libres para hacer "justicia" sin Justicia.
El libertarismo nativo gusta del artículo 14 de la Constitución, pero tiene problemas con el 14 bis, que consagra los derechos laborales, y con el 18, base del garantismo penal liberal.
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Javier Milei sorprendió en Santa Fe y ganó la elección
Tampoco habría espacio para los derechos de las diversidades de género, la educación sexual integral, las reivindicaciones feministas y el aborto legal.
La convivencia se haría difícil porque bastaría con ser "zurdo", "progre" o "peronista" para sufrir una fuerte descalificación desde la cúpula del Estado. El kirchnerismo –sus simpatizantes– debería ser barrido y cualquier reivindicación sindical o sectorial correría peligro.
La economía se dolarizaría a una paridad inicial de miedo, los ingresos se derretirían más de lo que ya están, el Banco Central desaparecería y la banca dejaría de tener regulaciones.
La educación y la salud se privatizarían, lo mismo que el sistema previsional. El Estado se retiraría en enorme medida de la vida social, pero con una excepción: su poder represivo se reforzaría.
El fantasma de la ingobernabilidad
Al festejar su triunfo, Milei se jactó anoche de que, con esos guarismos, en octubre obtendría más de 30 bancas en Diputados y ocho en el Senado; poca cosa para el programa que se propone aplicar. Ya advirtió que podría saltarse al Congreso en base al expediente de las consultas populares que, para ser vinculantes, tienen que ser convocadas por el mismo Congreso en el que el minarquista no tendría bases de apoyo. ¿Qué distancia mediaría de allí al decreto y a la imposición de facto? ¿Resistiría la sociedad semejante cosa?
La amenaza a la gobernabilidad es la principal razón por la que el Círculo Rojo empresarial le teme a Milei. Mientras se difundían los resultados el domingo por la noche, inversores financieros del exterior realizaban consultas nerviosas y aquellos vinculados a proyectos productivos como los de Vaca Muerta fatigaban los contactos con sus responsables locales.
Macri al rescate
Tal como quedó delineado el escenario, Milei y Bullrich no deberían tener, a pesar de sus puntos de contacto programáticos, otro destino que la competencia. Sin embargo, Mauricio Macri sugirió en la red social X una cooperación legislativa. "Sumando los resultados de Javier Milei y los nuestros, es enorme esta mayoría de argentinos que planteamos un cambio profundo como no existió en décadas", calculó.
¿Hay chances de algún tipo de acuerdo? ¿Antes o después de octubre? ¿Sobre qué bases, dada la pretensión del libertario y la halcona de liderar el proceso hacia una nueva Argentina?
La derrota de las palomas de Juntos por el Cambio fue tan rotunda que hasta hizo parecer que Macri fue uno de los ganadores de la jornada. Nada de eso. ¿No es Milei, acaso, un producto tanto del fracaso del gobierno de Fernández y CFK como del suyo propio?
El derrotadísimo y anoche lívido Rodríguez Larreta no tiene hoy capacidad de reacción alguna, pero cabe preguntarse hasta qué punto la UCR es capaz de acompañar cualquier cosa. Si para el jefe de Gobierno porteño y el grueso del radicalismo Milei era hasta ayer nomás un límite infranqueable, ¿cómo pensar que podrían ser parte de la alianza que plantea el envalentonado Macri?
Vuelve en este punto la idea de un pacto democrático, uno que reaccione no solo frente a Milei, sino también ante una eventual confluencia –¿cuándo?– con la también derechista radical Bullrich, que deberá intentar disfrazarse de moderada con enorme esfuerzo. Con todo, el autor de esta nota no se hace ilusiones al respecto. Los sectores que han lucrado hasta la náusea con el yeite de la grieta no solo se han debilitado mutuamente, sino también a la propia democracia. Poca lucidez cabe esperar de ellos.
Se seguirá, entonces, comparando modelos, rechazando al "neoliberalismo" y proclamando el derecho de los pibes y las pibas a recibir notebooks para educarse. Tan severo es lo que se viene que acaso nada de eso sea ya lo central.
Si Bullrich venció al aparato, Milei se dispone a derrotar al sistema. El sistema, sin embargo, es un boxeador groggy.
El camino a octubre
Es tal el impacto del resultado –que otra vez dejó en off side a la mayoría de las encuestas– que no parece notarse que, en definitiva, el escenario es prácticamente el de un triple empate: 30, 28, 27.
Desde ese punto de vista, Bullrich y Massa –con el respaldo forzado de Juan Grabois– buscarán llegar al ballotage de noviembre, en el cual podrían confrontar con el ultra Milei. Eso indica la teoría.
Eso es posible, pero quien haya seguido lo que ocurrió durante la emergencia de Jair Bolsonaro en 2018 entenderá que lo que ocurrió este domingo es el desbloqueo de un nivel crítico de los tabúes para el voto por la ultraderecha.
En efecto, el excapitán del Ejército había vegetado desde 1991 como miembro del "bajo clero" de la Cámara de Diputados brasileña. En esa campaña, con Lula proscripto judicialmente, pareció largamente tener un techo del 12%, luego saltó al 18%, luego creció por encima del 20% y finalmente ganó la primera vuelta con el 46% y se impuso en el ballotage al petista Fernando Haddad con 55%. Así fue, de a saltos, conforme sectores sociales más amplios iban flexibilizando su sensibilidad ideológica.
Nada asegura, si se recuerda ese ejemplo, que el 30% que obtuvo Milei sea su techo. Sobre todo si su idea de dolarización sin reservas y de gobernabilidad sin poder en el Congreso desquician en el corto plazo la situación financiera del país.
Más que en octubre, Massa –derrotado hasta en Tigre– deberá concentrarse hoy mismo en contener de alguna manera al dólar, que en el tramo blue acumuló un aumento del 11% en lo que va del mes. Eso hasta el viernes: antes del tsunami.