Javier Milei vociferó en campaña “¡Conicet, afuera!”, pero llegó sin siquiera tener claro qué implicaba, ni mucho menos con qué se iba a encontrar. La política de este gobierno hacia el organismo es improvisada bajo un paradigma unívoco: el ajuste.
Este es un gobierno que vino a producir una transferencia brutal de riqueza a los sectores más concentrados; un gobierno que vino a privatizar y mercantilizar todo lo que puede ser vendido y a desmantelar las formas de distribución de riqueza existentes a través de políticas estatales, incluyendo la soberanía científica.
Los reclamos y las demandas motorizados en las luchas contra el neoliberalismo en diciembre de 2001 se convirtieron en un programa popular que fue implementado -en parte y de forma excluyentemente estatalizada- a través de nuevos derechos y políticas de distribución, durante los gobiernos de Néstor Kichner y Cristina Fernández de Kirchner. Este proceso, que incluyó la democratización de algunos bienes públicos (a través de reestatizaciones, por ejemplo) y la distribución un poco más justa de la riqueza social (más universidades, más investigadores, por ejemplo), siempre fue atacado por el poder concentrado, que gusta y mucho de sus privilegios, y particularmente desde el gobierno de Mauricio Macri.
Hoy, una vertiente de esos sectores dominantes, de ultraderecha (fascista en su forma y ultraliberal en su contenido, bajo el paraguas de Donald Trump) comenzó con una estrategia de disciplinamiento social que combina la imprecisión y la represión. Ambas, bajo el sentido general de la incertidumbre, como signo de época, en tanto condición inherente a la crisis, pero también como parte de una política de producción de inseguridad y ausencia de claridad como forma de desorganizar la vida.
Con el decreto 84/2023 de despidos en el Estado Nacional (una medida absolutamente ineficaz desde el punto de vista económico), despidieron en el organismo a 50 trabajadores. A esto se le agregó la definición de no publicar los resultados de dos concursos de 2023: el de becas doctorales y el de promociones de investigadores. Además, se suspendieron los programas de becas al exterior y de becas extraordinarias, clave para la continuidad del trabajo de investigadores con concursos de carrera aprobados y con designación.
La intencionalidad es, bajo el argumento de la restricción presupuestaria, desmantelar el funcionamiento del organismo y desorganizar la planificación de desarrollo científico-tecnológico. Sin decir nada, no responder o responder con evasivas.
Apenas comenzó el Gobierno, desde ATE Conicet convocamos a la comunidad científica (administrativxs, becarixs, investigadores y técnicxs-profesionales) a organizarnos mejor y mantenernos movilizadxs. La respuesta viene siendo contundente: reuniones, asambleas, ruidazos, presentación de petitorios y la incorporación de lleno a las disputas generales del movimiento popular (la movilización a Tribunales, el paro y movilización del 24 de enero y las luchas que en estas horas se están dando contra la aprobación de la ley ómnibus).
A fuerza de presión, logramos que los funcionarios nos recibieran, que se anoticiaran de los reclamos. Frente al silencio desorganizador, el ruido se expresa y se transforma en convicción de que la fuerza que nos permitió derrotar el cientificidio macrista sigue vigente.
Tiempo sin tiempo
No obstante, en este marco hay un elemento que indiscutiblemente es la vedette: el tiempo. Este gobierno viene a construir un país para el 10% y dejar al resto en sumido en la pobreza, en la desesperanza y en la ausencia de futuro. Para eso precisa tiempo. Pensó que lo hacía con un DNU arrasador y una megaley, en menos de lo que canta un gallo. Sin embargo, el gallo canta. No hubo ni un solo día, ni aun bajo amenaza de la represión más descomunal, que algún sector del pueblo no se haya pronunciado.
Primero, Milei pensó que le daba un espaldarazo a Macri y perdió en las elecciones de Boca. Luego, el Poder Judicial declaró en parte inconstitucional el DNU. En menos de un mes y medio de gobierno, tuvo su primer paro general con una movilización extraordinaria en todo el país que le trajo turbulencias en su gabinete (con un ministro eyectado) y se vio forzado a modificar la ley, a negociar, a buscar formas de coerción para con las provincias y algunas otras formas de dudosa moralidad y legalidad para conseguir el cuórum y los votos.
El Gobierno pensó que era posible, a la velocidad del shock, construir la paz de los cementerios requerida para llevar adelante un país para ellos solos. Se encontró, como poetizó Juan Gelman, con que “nadie detiene al día, nadie detiene al sol, nadie detiene al gallo cantor”.
Pero no sólo para los sectores dominantes el tiempo es la dimensión ineludible en esta pelea. El movimiento popular tuvo la tarea de desempolvarse y recuperar ritmo, de salir de un largo letargo de al menos cuatro años, de hacer borrón y cuenta nueva de una pandemia de la que todavía no hizo el duelo, a la velocidad del shock.
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También lleva tiempo encontrar cuáles son las esperanzas del pueblo, no sólo las resistencias. Vislumbrar las hendijas del futuro deseado, las propuestas concretas acerca de qué país queremos. Eso hoy forma parte del registro de la incertidumbre y la construcción de certezas lleva tiempo.
El gobierno de los sectores dominantes sabe lo que quiere, pero no tenía comprado el tiempo que pensaba ganar. El movimiento popular tiene más dispersión respecto de lo que quiere, pero recuperó la calle en tiempo récord, porque es su terreno y las organizaciones –particularmente, los sindicatos- se pusieron de pie.
Esta disputa por el tiempo necesario se despliega en una carrera de quién desorganiza primero a quién. Del tiempo que logremos desorganizarlo e impedir la estabilización del plan del gobierno saldrá el horizonte común popular. No darle respiro, entonces, es una llave.
El 14 de febrero –día de los enamoradxs y primera sesión ordinaria del Directorio-, lxs trabajadores del Conicet tenemos una nueva parada en pos del tiempo, porque sabemos fehacientemente que nos toca resistir el desguace, conseguir precisiones y hacer mella en su estrategia de desorden e incertidumbre, para, en esa trifulca temporal, aportar a refundar un país verdaderamente justo.