Según datos del INDEC, el 90,5% de los hogares argentinos accede a la red pública de agua corriente, el 74,6% a la red de cloacas, el 67,1% a la red de gas natural, el 97,8% no posee condiciones de hacinamiento crítico, el 81% habita viviendas con materiales de calidad suficiente, el 66,8% es propietario de la vivienda y sólo el 6,8% de los hogares se encuentra en zonas inundables. Además, estos índices, en general, han ido mejorando año a año desde 2020 *.
Estos gobiernos suelen argumentar, además, que las empresas tienen dificultades para ganar el dinero necesario para invertir y que, además, no pueden dar trabajo porque las leyes laborales demasiado rígidas se lo impiden, con lo cual hay que flexibilizarlas. Por lo tanto, si se permite que los empresarios ganen más y se flexibilizan las leyes laborales iremos a un mundo feliz donde el derrame de las ganancias satisfacerá a todos. Por supuesto que este gobierno no es la excepción, pero, de nuevo, no ofrece ningún dato que avale esta afirmación.
Según sus propios balances, las grandes empresas han tenido rentabilidades extraordinarias en 2023: mientras que la rentabilidad promedio del sector privado fue de 5,3%, la de Ternium fue de 32,7%; la de Aluar, 24,9%; la de Aeropuertos Argentina 2000, 45,0%; la de Arcor, 13,1%; la de Molinos, 9,0%; y la de Mercado Libre, 11%, esta última en dólares.
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No parece que el sector de las grandes empresas de capital privado esté en una situación que les impida invertir o producir más a menor precio (otra letanía del neoliberalismo). Por otro lado, regresando a los datos del INDEC, tampoco parece haber problemas de acceso al trabajo en Argentina, ya que el último índice de desempleo publicado es del 5,7%, casi acercándonos al pleno empleo.
Si a esto le sumamos que, siempre según el INDEC, en términos desestacionalizados, con respecto al segundo trimestre de 2023, las importaciones crecieron 0,6%, el consumo privado registró un incremento de 0,7%, el consumo público descendió 2,0%, las exportaciones ascendieron 2,1% mientras que la formación bruta de capital fijo tuvo un crecimiento de 1,7% y el PBI argentino creció alrededor de 10% en 2021 y 5% en 2022, para estancarse (sequía mediante) en 2023, no parece que estemos en una situación de crisis terminal, como se intenta instalar para justificar el ajuste.
Otro argumento remanido para desfinanciar al Conicet es que la inversión en ciencia, tecnología e innovación debería realizarla el sector privado. Si, de nuevo, nos atenemos a los datos concretos, la inversión del sector privado argentino y otras organizaciones extranjeras se incrementó desde el 28% de la inversión total en 2016 hasta el 40% en 2020. Este porcentaje es similar al de otros países latinoamericanos con un sector científico-tecnológico de desarrollo similar al argentino (México, 23%; Brasil, 47%; Chile, 51%), pero está lejos de los países más avanzados (China, 79%; Corea, 79%; EEUU, 78%; Alemania, 72%; Francia, 68%, España, 62%).
Obsérvese que la mera existencia de un organismo como el Conicet no es impedimento para que el sector privado invierta en ciencia, tecnología e innovación (en Francia, el CNRS es un organismo muy similar al Conicet), como tampoco incide el régimen político del gobierno: China (definida por el gobierno como país comunista) y Corea poseen el mismo grado de participación del sector privado.
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Por lo tanto, el ajuste al Conicet pareciera no poder justificarse por la magnitud de su presupuesto, ni por una supuesta crisis terminal de la situación socioeconómica argentina, ni porque esté causando supuestos impedimentos a la inversión del sector privado. Por supuesto, no es el Conicet el único ajustado. Comparte esta suerte con diversas áreas de la ciencia y la cultura, pero estas áreas, tomadas en conjunto, tampoco representan un gasto imposible de afrontar en una situación que, como vimos, no es terminal ni mucho menos. Tampoco la existencia de estos organismos como las universidades nacionales, el INTA, la CNEA, el Fondo Nacional de las Artes, el INCAA, entre otros, impide que se realicen inversiones privadas en esos sectores. Entonces, ¿a qué se debe?
La respuesta a esta pregunta no deriva de los datos presentados y es difícil encontrar otros que nos encaminen a ella. Sólo podemos decir que, aparentemente, las áreas de ciencia, tecnología y cultura han sido siempre menospreciadas por el neoliberalismo en lo que algunos creen que se trata de una inclinación sentimental e irracional de la extrema derecha contra estas actividades humanas. Sin embargo, es difícil de creer que este sea el único motivo, ya que dicha irracionalidad debería, además, atravesar intacta por varias generaciones de políticos de este signo.
Si hay que buscar los motivos en algo que no sean datos numéricos ni evocaciones sentimentales, habría que poner el foco en qué es lo que tienen en común estos organismos estatales y que el Conicet parece representar con más claridad. Se trata de organismos nacionales autónomos y autárquicos, que traducido quiere decir que pertenecen a los argentinos. Sus proyectos no dependen de decisiones emanadas de otros poderes del Estado y se gobiernan a sí mismos. Esto los hace, en cierta medida, difíciles de controlar por parte del poder de turno.
A esto hay que sumar que las decisiones ejecutivas de estos organismos pueden tener impactos sensibles. Si, por ejemplo, se tratara de asociaciones de fomento que organizan campeonatos de truco no serían tan molestos. Sin embargo, se trata de entidades que encaminan el desarrollo de la ciencia y la cultura argentinas sin interferencias ni de poderes fácticos ni de potencias extranjeras; más bien todo lo contrario: intentan por todos los medios (aún con aciertos y errores) que sus proyectos y realizaciones sean soberanos. Y es esto lo que molesta: dejar que la ciencia y la cultura argentinas las desarrollemos los argentinos.
Cuando esto sucede, aparece el “peligro” de que se eleva nuestra autoestima, empezamos a ver con buenos ojos nuestras tradiciones y no pedimos permiso para desarrollos tecnológicos que podrían considerarse desafiantes como radares, satélites y lanzadores propios, vacunas y medicamentos propios, semillas y biotecnología propias, etc.
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En este sentido, el Conicet es emblemático en cuanto a desarrollo científico-tecnológico independiente. Fue creado por nuestro primer Premio Nobel en ciencias, Bernardo Houssay, en 1958 y, desde entonces, ha generado no sólo desarrollos científico-tecnológicos propios sino también, lo que es más importante, recursos humanos de alta calidad, reconocidos y premiados mundialmente. Esos que en los gobiernos neoliberales se intenta expulsar, lamentando después la “fuga de cerebros” sin que se dimensione la magnitud de esta tragedia.
Formar recursos humanos en ciencia y tecnología requiere años y un esfuerzo descomunal. La formación se inicia con una tesis doctoral, que suele durar unos cinco años y es equiparable a realizar otra carrera universitaria después de haberse graduado. A continuación se realizan los estudios posdoctorales, con frecuencia en un centro de investigación distinto a aquel donde se realizó el doctorado, una actividad que suele demandar entre dos y cuatro años más. A lo largo de estos casi diez años de estudios se aprende a buscar y valorar información, a relacionarla, a generar la propia, a valorar el alcance de las hipótesis y resultados científicos, a hacer preguntas que derivan en hipótesis novedosas, a planificar y ejecutar los experimentos para demostrarlas, a cuestionar críticamente los resultados propios, todo lo cual forma una aptitud y actitud crítica, independiente e inquisitiva.
Estos esfuerzos no pueden ser tirados a la basura de un saque cada vez que asume un gobierno neoliberal. Destruir es fácil y rápido; construir es difícil y lleva tiempo, dedicación y cuidado, y en este caso es notorio. Las capacidades de estos recursos humanos deberían ser aprovechadas no solamente por los organismos de ciencia y tecnología, sino también por las empresas y los otros organismos estatales para potenciar sus capacidades de innovación, algo que es común en los países desarrollados, pero que en Argentina aún no se ha logrado incorporar en una magnitud suficiente.
El Conicet no es un gasto, no hay "ñoquis" en él ni son inútiles sus investigaciones. El Conicet representa un peligro para la ultraderecha y sus mandantes de adentro y de afuera por sus logros en ciencia y tecnología soberanas, su influencia en la cultura y su rol en la formación de recursos humanos críticos, inquisitivos e independientes.
Es por esto.
* El informe completo con todos los indicadores puede encontrarse en Indicadores de condiciones de vida de los hogares en 31 aglomerados urbanos. Primer semestre de 2023 (indec.gob.ar).