La ciencia, bajo ataque

La ciencia bajo ataque en el gobierno de Javier Milei

El directorio del Conicet frenó por razones presupuestarias la publicación de resultados de la convocatoria a becas y promociones. Graves y múltiples efectos.

En julio y agosto pasado se realizó la convocatoria anual de becas doctorales del Conicet. Miles de jóvenes profesionales, recibidos y a punto de recibirse, se postularon para trabajar en ciencia y en tecnología en el país durante los siguientes cinco años, bajo un sistema de estipendios sin aportes previsionales y con una remuneración bastante por debajo de lo que podrían ganar en el exterior o en el sector privado. Dicha postulación no es una mera inscripción en un listado, sino que implica el trabajo de gente formada generando los planes de trabajo y asumiendo su dirección.

A mediados de enero, como de costumbre, debían anunciarse los resultados. Estos anunciarían que sólo los 1.300 de mayor puntaje (considerando meritocráticamente su promedio académico, antecedentes en investigación, excelencia del plan de trabajo, etc.) repartidos en todas las áreas de investigación (que corresponden aproximadamente en un 75% a las llamadas ciencias “duras” y a tecnología, y un 25% entre todas las disciplinas de ciencias sociales), accederían a la beca para empezar a trabajar en su doctorado a partir del 1 de abril.

Sin embargo, este martes el directorio de la institución anunció que debido a la falta de presupuesto y a no contarse con la garantía de partidas discrecionales que garanticen los estipendios, por el momento no se publicarán las listas de resultados de la convocatoria, ni tampoco la de las becas de finalización de doctorado (para becarias y becarios que hicieron sus primeros tres años financiados por otra institución). Esto implica que gente que estuvo seis meses a la espera, sin tomar otras ofertas laborales, a veces quizás preparando todo para una mudanza (ya que los lugares de trabajo están distribuidos a lo largo de toda nuestra geografía), queda en un limbo de total incertidumbre.

Este martes se anunció también que se rescindían contratos de personal administrativo que tenían un año más de vigencia. Más allá de la noticia brutal de dejar gente en la calle de un día para el otro en este contexto inflacionario, esto implica que esas tareas burocráticas del día a día y que permiten que funcione un instituto científico-tecnológico (tales como impulsar procesos de compra, efectuar rendiciones de financiamientos, entre otras) recaerán en la gente cuya dedicación exclusiva debe estar puesta en la investigación. De esta manera y de modo contrario al sueño húmedo de los recortes, sólo aumenta la ineficiencia y baja el nivel de producción científica.

No es solamente el Conicet el único actor institucional en el ecosistema científico argentino. Los demás organismos como la Agencia I+D+i, principal financiadora de proyectos de investigación, desarrollo e innovación, tiene convocatorias abiertas a proyectos que definen las capacidades de cada grupo de investigación aplicante para los próximos años, pero no tiene designadas autoridades, ni existen certezas acerca de si serán siquiera evaluados los proyectos que están esperando recibir.

Por su parte, el ahora ex Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación, ha sido reubicado como subsecretaría en un organigrama que no queda lo suficientemente claro. Podría decirse que ha tomado características del mundo cuántico: como regido por el Principio de Incertidumbre, se sabe que existe, pero no se sabe bien adónde y, si se ubica físicamente a algún estamento, no se puede saber en qué dirección se va a mover. Como aquel famoso Gato de Schrödinger cuya paradoja retrata las probabilidades cuánticas, el ex MINCYT existe y no existe a la vez, mientras no se abra la caja que lo contiene; solo que en este triste panorama, cuando se intenta mirar adentro se encuentra al gato muerto.

En el medio de todo esto, los trabajadores y las trabajadoras de la ciencia argentina tenemos que poner la cara también ante actores internacionales junto a los cuales trabajamos durante largas horas a distancia en la formulación de proyectos de cooperación para intentar explicar que hay tal o cual convocatoria binacional abierta, sí, pero que no tenemos idea de si la casilla de mail a la que hay que adjuntar los largos y complejos documentos va a tener alguien del otro lado que la abra, sin que ello implique garantía de que se les dé curso o no.

Mientras tanto, convocatorias ya evaluadas que implican actividades científico-tecnológicas con laboratorios de investigación y desarrollo extranjeras (que permiten propulsar a un nivel más alto y de mayor calidad nuestras investigaciones así como a las trayectorias de la gente a la que formamos), tuvieron anuncio de resultados en el último día hábil del gobierno anterior, pero con una letra chica: la aprobación no implica la ejecución, la cual queda a discreción del nuevo gobierno. Un mes después ya, las dudas de uno y otro lado del océano —con todo listo como para comenzar a trabajar— caen en un agujero negro que todo lo fagocita y que no emite respuestas.

El sistema científico argentino comienza a sufrir de modo rápido y concreto una política de desguace. La situación afecta ya a profesionales con sus becas otorgadas en años anteriores en curso, como también a quienes conducimos la investigación científico-tecnológica a lo largo y a lo ancho del país: con el presupuesto del año pasado, sin aumento alguno, a mitad de año dejarían de poder pagarse salarios y estipendios. En el medio, numerosos compromisos como por ejemplo interacciones público-privadas, servicios técnicos a la industria, diagnósticos de políticas públicas clave, y otros, quedan pendiendo de un hilo.

Por otro lado, la otra consecuencia más dañina: la fuga de cerebros. La pérdida de una mirada nacional y soberana de nuestro propio desarrollo científico, viendo cómo lo mejor de nuestras camadas profesionales más recientes, en cuya formación el país invirtió sin parar durante años y años, buscará en el extranjero instituciones que aseguren su desarrollo, las cuales por su parte no tendrán que pagarle absolutamente nada a nuestro Estado por nutrir sus planteles con la crema de nuestra ciencia.

* El autor es director del Laboratorio de Nanosistemas de Aplicación Biotecnológica de la UNAHUR-CIC, investigador independiente Conicet y Profesor Titular UNAHUR.

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