"Es razonable que Javier Milei no salude a Jorge Macri ”, consideró este lunes, en TN, el analista político Marcos Novaro. Según la RAE, “razonable” es “adecuado”, “no exagerado”. O sea: para Novaro, es “adecuado” y “no exagerado” que el Presidente deje al jefe de Gobierno porteño con la mano en el aire en una ceremonia institucional.
La conclusión da cuenta del proceso de blanqueo del Presidente: como con los dólares del colchón, el sistema está aceptando al outsider impuro que promete arreglar, de una vez por todas, la economía argentina, que parecía irremediablemente rota. La violencia es un mal menor que conviene tolerar.
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Lavando a Javier Milei
En una nota que escribió para el portal Cenital, titulada Sanewashing, el arte de suavizar a los fascistas, la escritora Claudia Piñeiro rescata un concepto que, según cuenta, conoció leyendo a su colega estadounidense Siri Hustvedt. Se trata de "el arte de blanquear lo insensato", resume la autora de El tiempo de las moscas. Es "la técnica que se utiliza para darle una lavada a lo descabellado", abunda y explica que "la estrategia" consiste en "presentar ideas o figuras extremistas como moderadas o racionales, para que sean más fáciles de aceptar por el ciudadano medio".
Hustvedt habla de los Estados Unidos de Donald Trump y Piñeiro traza el puente con la Argentina de Milei para advertir sobre el riesgo de no señalar el sanewashing en progreso, que "pasa desapercibido para la mayoría".
"Lejos de los gritos o improperios que pueda lanzar el máximo dirigente de algún país como Estados Unidos o como el nuestro -alerta la novelista-, los que vienen detrás de él a legitimar el autoritarismo –funcionarios, políticos aliados, periodistas afines, figuras públicas divertidas con el personaje– lo hacen con voz suave y muchas veces luciendo un prolijo traje o un vestido de diseñador, tratando de posicionarse en un lugar de madurez, que los habilita a decir que no hay que quedarse con las formas sino con el fondo, que vale la pena pagar el costo del insulto si se logra bajar la inflación, sostener el dólar y contener el gasto –como si tuviera que ver una cosa con la otra–, mientras lo que intentan hacer es anestesiar nuestra percepción".
La razonabilidad en la era de Javier Milei
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Javier Milei al llegar al tedéum en la Catedral porteña.
Es el resultado del análisis de Novaro, sin que esto implique necesariamente que haya sido la intención del analista. Consultado sobre el desplante que les hizo Milei a Macri y a la vicepresidenta Victoria Villarruel -nada menos que a la persona que ocupa el primer escalón de la línea de sucesión- en el tedéum del 25 de Mayo, Novaro no repara en la condición de "no adecuado" del gesto del Presidente, sino que prefiere analizarlo como un instrumento lógico de la estrategia de confrontación con la política tradicional y con quienes identifica como enemigos ("Roma no paga traidores", justificaría el mandatario), un plan que, destaca el columnista, le ha dado buenos resultados al Gobierno.
En esa inteligencia, Milei se ha encomendado ahora a la misión de "extinguir", de hacer "desaparecer" al centro moderado, que es el que habitaría Jorge Macri, de manera de limpiar la cancha de cualquier ruido que pudiera ensuciar la pelea de fondo que libra con el kirchnerismo, su villano favorito en la grieta. Que desaparezca lo que molesta, una consigna que ya fue "razonable" en Argentina -para Villarruel, por ejemplo-.
Embed - Javier Milei habló tras negarle el saludo a Jorge Macri y a Villarruel: "Roma no paga a traidores"
El proceso de sanewashing convierte en aceptable lo que no lo era, naturaliza lo que era insoportable, quiebra los paradigmas de lo lógico para incorporar lo ilógico. Blanqueadas, las impurezas se convierten en normalidades. Los insultos, en elementos válidos de la conversación pública. La violencia, en un instrumento legítimo de construcción política. La homofobia expresada en la metáfora de los mandriles, una gracia que no conviene dramatizar.
Cristina Fernández de Kirchner, abducida por la nave libertaria
Villarruel es a Milei lo que Julio Cobos fue a Cristina Fernández de Kirchner. Si se trata de señalar traiciones, la expresidenta acaso tenga más para reprocharle a su excompañero de fórmula que el actual mandatario a la vice: en la noche aciaga de la votación en el Senado de la resolución 125, el mendocino definió a favor de la oposición. Con todo y pese a la fama que se había hecho de crispada y maltratadora de las disidencias, CFK nunca dejó de saludarlo.
Lo saludó, por ejemplo, en la ceremonia de apertura de sesiones del Congreso del 1 de marzo de 2009, la primera después del voto no positivo.
Embed - Cristina saluda a Cobos apertura de las sesiones
Lo hizo, también, el 10 de diciembre de 2011, cuando entró al Congreso para reasumir la presidencia empoderadísima por haber conseguido el 54% de los votos en las elecciones de ese año.
Embed - C5N - ASUMIO CRISTINA KIRCHNER: EL SALUDO CON COBOS
Sin embargo, ahí está La Jefa, con el Che MIlei a cuestas, insultando y carajeando, abducida por la nave nodriza libertaria; tratando de encajar, de no perder el tren de la conversación... En algún punto, haciendo su parte en el sanewashing en progreso, blanqueando a Milei, haciéndole lugar en el sistema al outsider impuro que se propone detonar la matrix desde adentro.
El dilema de la Argentina de Javier Milei
Incluso en las redacciones de los medios que coinciden con Claudia Piñeiro en los riesgos de abstenerse de marcar como "no razonable" la violencia presidencial y concuerdan con la escritora en la necesidad de señalar el proceso de sanewashing en progreso, es inevitable una discusión: cómo hacer para no contar el proyecto disruptivo que encarna Milei -¿es más grande que Milei?, se preguntó Marcelo Falak en su columna de este domingo- sólo desde afuera, desde atrás del alambrado. En el sentido contrario, cómo hacerlo desde la comprensión de su lógica sin caer en la justificación -involuntariamente, en la trampa del sanewashing-. Cómo entrar en la conversación, como intenta Cristina Kirchner, sin legitimar sus formas; sin enjuagarlas para banquearlas.
Es difícil: el vértigo con el que produce acontecimientos, polémicas y controversias el aparato comunicacional oficial y paraoficial funciona como un agujero negro, una fuerza centrípeta que se traga todo.
En esa vorágine, vale el esfuerzo por hacerle frente a la correntada y, como propone Piñeiro, seguir llamando a las cosas por su nombre para no caer en la trampa del Gran Blanqueador.