Si el establecimiento permanente de la pobreza en torno al 40% es, además de una afrenta humana, un espejo odioso para una Argentina que alguna vez se enorgulleció de ser una sociedad de clase media, el tenor de las relaciones exteriores del país completa el panorama del desaliento. Desde hace ya demasiado tiempo, las reuniones de nuestros presidentes con contrapartes extranjeras proyectan la imagen de un país siempre mendicante, urgido de pasar la gorra para recoger cifras de dinero insignificantes para su porte económico, pero que, llamativamente, hacen la diferencia entre la quiebra inmediata y la sobrevida precaria. Lamentablemente, eso volvió a quedar de manifiesto en la visita de Alberto Fernández a Joe Biden.
Si un país, además, combina un nivel de desarrollo medio y la condición de clave en su región con semejante estado de debilidad, es fija que va a quedar a merced de juegos estratégicos que lo exceden y limitan todavía más su margen de acción. Uno de los saldos más relevantes del viaje del Presidente a Estados Unidos es el modo en que Argentina ha quedado en medio del roce tectónico entre la superpotencia establecida y la emergente, China.
Biden quiere evitar que nuestro país vuelva a encender la chispa de una región que –con Venezuela siempre aparte– ya ha estallado en tiempos recientes en Brasil –con la traumática salida del gobierno de Jair Bolsonaro–, Bolivia, Perú, Ecuador, Chile y Colombia. Por eso sugirió su voluntad de ablandar al FMI y establecer "un puente" financiero que le permita a Fernández atravesar con condiciones de estabilidad política este año de sequía histórica para llegar a un 2024 que podría resultar mucho más benigno en materia de exportaciones, dólares y actividad. A eso apunta el operativo en marcha para robustecer las reservas del Banco Central con créditos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Banco Mundial (BM). La Casa Blanca, claro, tiene las llaves de ambos organismos, lo que sugiere que la ayuda tendría un precio.
Aun con toda su importancia, la guerra en Ucrania es para el demócrata un capítulo de segundo orden en lo que entiende como su misión histórica. Al fin y al cabo, en Europa del Este se dirime violentamente el establecimiento de esferas de poder con Rusia en un escenario regional. La disputa con China, en cambio, es de escala global y su resultado marcará toda la diferencia entre si Estados Unidos convivirá con un nuevo rival en un mundo bipolar o si se convertirá en una potencia en decadencia, como le ocurrió al Reino Unido un siglo atrás.
Quienes participaron en representación nacional en el encuentro en la Casa Blanca afirman que la influencia china fue mencionada al pasar por Biden. Es más, las funcionarias y los funcionarios estadounidenses se mostraron más inquietos en otros diálogos por el viaje que Luiz Inácio Lula da Silva realizará entre el 11 y 14 de abril a Pekín. ¿El mensaje fue captado por los argentinos en su sutileza? Si Washington desea interferir en el acercamiento de Brasil –un país fuerte– con China, ¿aceptaría mansamente que Argentina vulnerara líneas rojas en sectores estratégicos como la energía nuclear y las telecomunicaciones?
El perro del hortelano
En relación con la región, Estados Unidos se comporta como el perro del hortelano: no come ni deja comer. Ese país, en efecto, no tiene en el hemisferio la visión que Alemania y Francia pusieron en práctica tras la Segunda Guerra para terminar con una larguísima historia de conflictos en Europa, la de financiar el crecimiento armónico de un mercado común potente y progresista.
En lugar de apostar por un camino diferente para superar problemas como el narcotráfico y la inmigración ilegal, Washington pasa cíclicamente de proponerle a América Latina un libre comercio imposible o ruinoso a ignorarla, limitándose a vetar el crecimiento de la influencia de China. Este país sí aporta inversiones en infraestructura con préstamos llave en mano, comercio, swaps de monedas y otras herramientas de cooperación.
Esa pelea global tiene ecos sonoros en la Argentina. En las últimas semanas se ha hablado bastante en el país acerca de un supuesto congelamiento de facto del proyecto para la construcción con financiamiento chino de Atucha III y de la evidente falta de avances en la definición de un marco normativo para el tendido de la red 5G de Internet de alta velocidad.
¿Será esa la letra chica del "puente" de dólares que Biden prepara para que la economía no estalle en las manos de Fernández antes de las elecciones, mientras espera la emergencia de un nuevo gobierno más decididamente proestadounidense y vocacionalmente convencido de tomar distancia de Pekín?
También se ha dicho y escrito bastante sobre presuntos choques entre Santiago Cafiero y Sergio Massa, algo que al menos en Cancillería desmienten tajantemente. La secretaria de Relaciones Económicas Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores " Cecilia (Todesca) habla varias veces por día con gente del equipo de Massa para coordinar la relación con China", le dijeron allí a Letra P.
En el entorno del canciller refutan las versiones que le adjudican el haber puesto Atucha III en el freezer. "Fue Santiago el que firmó la adhesión a la Franja y la Ruta de la Seda" en febrero del año pasado y quien, luego, en septiembre, "firmó los documentos para la realización de las obras comprometidas", dijo una fuente familiarizada con el tema.
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"Ahora, como Massa va a viajar a China en mayo, la Cancillería le cede sus funciones", lo que permitirá, en efecto, que el jefe del Palacio de Hacienda participe en la presentación de las 23 obras de infraestructura incluidas en el capítulo argentino de la Franja y la Ruta.
En total, hay en juego inversiones por 9.700 millones de dólares bajo el paraguas de la Franja y la Ruta y por 14.000 millones más que permanecen enmarcadas en el mecanismo del Diálogo Estratégico para la Cooperación y Coordinación Económica (DECCE).
El Gobierno afirma que es en Pekín donde se produce el meloneo de las inversiones, a la espera de esclarecer qué clase de relación habría si Juntos por el Cambio asumiera el poder desde el 10 de diciembre.
Todo bien… salvo que Atucha III y el 5G –proyecto que Massa desearía apurar para hacerse de dólares valiosos, inicialmente por la venta de los pliegos de licitación– duermen el sueño de los justos.
La explicación oficial descarta que haya presiones norteamericanas. En lo que respecta a la central nuclear, el problema es que Argentina debería proveer el 15% de la obra valuada en 8.000 millones de dólares, lo que no resulta fácil en las condiciones actuales. Por otro lado, señalan que, tal como ocurrió con los desembolsos para las represas en Santa Cruz, es en Pekín donde se produce el meloneo, a la espera de esclarecer qué clase de relación habría si Juntos por el Cambio asumiera el poder el 10 de diciembre.
La cuestión del 5G parece más vidriosa que la nuclear y la Argentina sigue sin mirar siquiera lo hecho por Bolsonaro, quien para hacer equilibrio entre el socio en el grupo BRICS y la Casa Blanca decidió que hubiera dos redes: una para datos sensibles, de gobierno, que excluyera al proveedor de equipos líder Huawei, acusado por Estados Unidos de contribuir al espionaje militar; y otra para el común de la población, sin restricciones de oferta.
Massa, se sabe, es un hombre que exhibe como una de sus fortalezas sus relaciones en Estados Unidos. Sin embargo, la necesidad lo mira con carita de hereje y hoy, para salir indemne del fuego económico, debe activar un nuevo tramo del swap con China y hasta viajar a Pekín para acelerar inversiones en toda la medida posible.
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El Gobierno asegura que es posible avanzar con el salvavidas de Biden sin resignar inversiones chinas. Pero, qué ocurrió en estos años en los que, por responsabilidades seguramente compartidas –idas y vueltas aquí, desensillar hasta que aclare allá– mucho de lo prometido no termina de salir del papel.
Nuestro país cuece un viraje electoral y tanto Estados Unidos como China se anticipan a la eventual reconfiguración del poder.
Pobre Argentina, hojita de otoño en semejante vendaval.