LA QUINTA PATA

Cristina Kirchner, Alberto Fernández, Sergio Massa y la tentación de la ruptura

Crisis económica y escenarios para las elecciones 2023. El peronismo sufre ante la hipótesis del regreso de la Unidad Ciudadana.

Cristina Fernández de Kirchner habla y el mundo político se pone a escudriñar en busca de señales: ¿será candidata en las elecciones 2023?; ¿elegirá a alguien "del palo" para retener los votos que, dicen, conserva sin fisuras?; ¿se conformará, en aras de la síntesis panperonista, con designar a un nuevo Alberto Fernández –evidentemente diferente del de carne y hueso– para volver a impostar un centrismo que le queda cada vez más incómodo? Hay, sin embargo, una palabra que reitera y a la que se le presta una atención menor que la necesaria.

En su reciente discurso en la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), la vicepresidenta disertó sobre "¿Hegemonía o consenso? Ruptura del pacto democrático en una economía bimonetaria: inflación y FMI, crisis de deuda y fragmentación política".

El análisis –y sus formas degeneradas: la exégesis y la condena– de sus dichos giró mucho alrededor de la "hegemonía" y el "consenso", del "pacto democrático", de la "economía bimonetaria", de la "inflación", del "FMI" y de la "deuda". Pero poco se dijo sobre la "fragmentación política", la madre de la diosa caprichosa de la inestabilidad.

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Ella misma no se explayó al respecto, realzando tal vez el valor de lo enunciado, pero nunca del todo explicitado. Solo dijo: "Le tengo mucho temor a la fragmentación política. En Perú, hoy para juntar el 50% del Parlamento necesitan de cinco partidos políticos, cuando en 2011 necesitaban dos. La gente se la agarra con la política. Los políticos no son los malos, son los modelos económicos".

Punto. ¿Final?

¿Té para tres?

La mercadería abunda en la frutería de las encuestas, comercio que florece sin peligro a cinco meses de las PASO entre quienes practican esa arte con escaso apego a la ética.

Pongamos a un lado la pomología y hablemos de demoscopía. Todas los sondeos de intención de voto hoy coinciden, con diferentes énfasis, en señalar la persistencia de un emergente tercer sector paleoliberario, de ultraderecha, cuyo rostro más visible es el de Javier Milei. En 2021, el mismo –enraizado también en la provincia de Buenos Aires de la mano de José Luis Espert– resistió la prueba ácida de la polarización y la grieta. ¿También lo hará este año, cuando la definición de la puja presidencial hace que el ambiente se ponga todavía más ácido?

La emergencia de un tercer sector sería una demostración de la fragmentación de la que habla Cristina. Sin embargo, la grieta se reproduce al interior de las dos principales alianzas. La emergencia de un tercer sector sería una demostración de la fragmentación de la que habla Cristina. Sin embargo, la grieta se reproduce al interior de las dos principales alianzas.

Ya sea por la sospecha sobre la abundancia de operaciones o por la imprecisión de los pronósticos a tantos meses de la apertura de las urnas –sobre todo cuando el electorado está enojado y descreído–, conviene pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo.

"El voto de Milei y el de (Patricia) Bullrich vive en dos lotes vecinos, pero hasta hace un tiempo esos terrenos estaban separados por una ligustrina y ahora lo están por una medianera alta", le dijo a Letra P un lúcido encuestador y analista político. Eso sugeriría que quienes dicen haberse pasado a la casa del primero están tan frustrados que no se declaran dispuestos a volver al redil de Juntos por el Cambio mientras aniden allí aves tiernas, ya sea las del radicalismo o las del larretismo. ¿Será así al final?

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La emergencia de un tercer sector sería una demostración de la creciente fragmentación de la que habla Cristina. Sin embargo, hay más. La grieta se reproduce infinita, como un juego visual generado por el enfrentamiento de dos espejos, al interior de las dos principales alianzas argentinas.

Implosión en cámara lenta

El elemento más aglutinante que puede encontrar la política en momentos preelectorales es la perspectiva de triunfo. Eso es lo que, por el momento, ha permitido que el PRO –y con él, Juntos– no estalle, con un polo ultra escindiéndose atraído por la gravedad del planeta Milei. En el Frente de Todos, en tanto, donde cunde el temor –¿la certeza?– de un regreso al llano, priman las fuerzas centrífugas. Este se desgarra a la vista de la sociedad entre la tentación de la ruptura y la conveniencia de una segunda simulación de "unidad en la diversidad". ¿Es todavía posible esto último?

La etapa 2001-2019 fraguó el reciclaje del bipartidismo anterior en un bicoalicionismo.

La fragmentación del sistema político es un proceso que se da en cámara lenta y que encuentra momentos de Big Bang en cada crisis grande de la economía. Así fue después de 2001, cuando el radicalismo entró en una diáspora y crisis de la que todavía trata de recuperarse y el peronismo aguantó los trapos nacionalizando su interna en los comicios de 2003. Condiciones económicas peculiares, que permitieron el disfrute de un auge entre ese año y –digamos– 2011, consolidaron una hegemonía K que, con todo, no evitó la ocurrencia de nuevas defecciones.

El proceso largo, originado en la crisis de 2001 y que llegó hasta 2019, fraguó el reciclaje del bipartidismo anterior en un bicoalicionismo, estructurado en torno de una grieta de la que se reniega sin pensar que constituyó un eje ordenador que evitó el estallido definitivo del sistema político. Perdón, grieta.

Con todo, hoy, la multiplicación de esta como mamushkas infinitas al interior de los dos grandes espacios hace que estos parezcan cada vez menos aptos para aglutinar posturas, especialmente el panperonismo, que, a diferencia del antiperonismo, no cuenta con el cemento de la expectativa de triunfo.

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Para peor, los sucesivos desastres de gestión –el de 2015-2019 y el de 2019-2023– hacen que las alianzas parezcan cada vez menos aptas para gobernar, lo que inevitablemente pone en cuestión su utilidad como electorales. Es en este punto que el Frente de Todos se desgarra en su dilema: ¿unidad o ruptura?

¿Ser o no ser?

Una nota de José Maldonadoen Letra P revela "la resignación de Axel Kicillof" ante la posibilidad de ser corrido de su –relativa– zona de confort bonaerense para hacerse heredero del electorado cristinista. El retorno de las especulaciones sobre esa pieza de ingeniería electoral implica una decisión sobre taparse la cabeza o los pies, lo que resulta elocuente respecto del largo de la frazada.

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Dicha insuficiencia expone, a su vez, el carácter subóptimo de todas las opciones que tiene sobre la mesa la jefa del espacio. Un dato pasó, al respecto, llamativamente desapercibido. Máximo Kirchner azuzó el 24M al albertismo al señalar que "si alguien se enoja, vamos a las elecciones y la sociedad define". ¿Elecciones? ¿Cuáles? ¿Las PASO o, ruptura mediante, la propia general?

El ministro del Interior y rival del Presidente, Eduardo de Pedro, había soltado poco antes la respuesta a ese enigma. "Todo indica que vamos a ir a una PASO donde cada sector presente sus candidatos". ¿No era eso, la habilitación de unas Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias amplias, justo lo que Fernández defendía como mecanismo de resolución de todas las candidaturas? ¿No era eso justamente lo que CFK más detestaba, solo por detrás de la porfía reeleccionista del jefe de Estado?

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Son muchas las preguntas, pero la más importante podría ser otra. Si las coaliciones son formas de mantener unido lo que, sin esa voluntad de concertación se disgregaría, ¿las PASO son hoy un mecanismo apto para ese fin?

Mejor sería una postulación de consenso y prometedora, pero dadas como están las cosas, el panperonismo no tiene al alcance ni una cosa ni la otra. Con la inflación del 100% –y contando–, el salario en mínimos en cinco años, la polémica de los bonos y la sensación de emergencia que genera, y Cristina autoexcluida, Sergio Massa es una posibilidad que se deshilacha, Daniel Scioli un puma solitario que apenas puede prometer una derrota digna y Fernández, una segura y rotunda. Ante los resultados de una gestión desquiciada por sus propios protagonistas, recrudecen los ruidos previos a una fractura, aunque hoy sea difícil de concretar por el hecho de que, si la unidad no asegura victoria, la división garantiza derrota.

Ahí entran Wado de Pedro y Kicillof como nombres que –uno menos, el otro más– podrían retener el voto duro K a la espera de tiempos mejores. Ante la carita de hereje que le pone la necesidad, ¿romperá CFK la promesa de no ser "candidata a nada"?

El cristinismo se dice hoy dispuesto a tragarse el batracio de las PASO. ¿Tentará a eventuales contendientes la chance de competir en esa instancia para perder ante el voto duro y transformarse entonces en eternos furgones de cola?

Habrá que esperar para saber eso, pero el partido por el futuro del panperonismo no termina ni en agosto ni en octubre ni en noviembre. Si el Frente de Todos se presentara como tal en los cuartos oscuros y la experiencia derivara en un resultado sacatécnico, el fantasma de la disgregación volvería a acechar a ese gigante cada vez más invertebrado.

¿Sería esa la condición de posibilidad del "gobierno del 70%" que barrunta Horacio Rodríguez Larreta?

Perdón, el vuelo al futuro fue excesivo y, si no vuelve, el avión puede quedarse sin combustible. Al final, la decisión de romper o zurcir aún depende de quienes lideran el proceso. Ellos y ella tienen la palabra.

El ministro de Economía y ¿presidenciable? Sergio Massa.
la maldicion del fmi

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