El peronismo necesita el renunciamiento del Presidente

Si dijo en serio eso de que se bajaría de la pelea por un segundo mandato si con ese gesto ayudara al Frente de Todos a ganar las elecciones de 2023; si de verdad está dispuesto a ofrecer su corazón, debería hacerlo ya: el peronismo necesita que el Presidente haga su renunciamiento histórico y despeje el camino para que la vicepresidenta cumpla con lo que este viernes dijo estar decidida a hacer: lo que sea necesario para que ese mismo peronismo recupere la potencia que diluyó en estos tres años de gobierno fallido.

 

Según le muestran las encuestas a una dirigencia sin armas para combatirlo, un fantasma recorre los barrios del conurbano: la apatía se extiende como un tumor en un electorado que en 2015 probó antiperonismo y perdió y en 2019 volvió a ilusionarse con el peronismo y volvió a perder.

 

En esa ciénaga, en la que empollan sus huevos y crecen las serpientes de la ultraderecha -"¡Cárcel o bala!", rugió este viernes su receta para la inseguridad José Luis Espert, en el lanzamiento de su candidatura a gobernador de Buenos Aires-, el peronismo no tiene margen para mezquindades; no puede darse el lujo de no poner en cancha todo lo que tiene y no está en condiciones de perder tiempo en presentarle a esa sociedad desahuciada y refractaria la propuesta más potente posible, a sabiendas de que ninguna le garantiza el paraíso. 

 

El peronismo lo sabe: el único liderazgo capaz de reconstruir una mística, de volver a vertebrar un relato, de proponer un futuro a pesar del presente, de ordenar la ensortijada interna del Frente de Todos, de encolumnar a su dirigencia y de movilizar a su militancia para volver a ganar la calle y la discusión pública es el que ejerce Cristina Fernández.

 

¿Qué? ¿Ahora resulta que con ella alcanza? Claro que no. Acaso menos que nunca. Sin embargo, la otra parte del Teorema de Alberto también mantiene su vigencia: sin ella, el peronismo no puede.

 

Creer o reventar, además de tener en sus filas a la MVP de la política nacional, el Frente de Todos tiene otro cuadro taquillero -quizás se haya perdido en los pliegues de la memoria colectiva que en 2015 fue por la presidencia y obtuvo nada menos que el 21% de los votos de la primera vuelta- que entra de lo más orondo al Consejo de las Américas y puede caminar con cabeza levantada otras red carpets del poder que se le niegan a CFK. El centrista Sergio Massa sería el complemento/contrapeso ideal en una fórmula que, encima, sería mixta y mujer-varón. Mejor, imposible.

 

¿Juntos por el Cambio es capaz de producir semejante síntesis mientras se despluman halcones y palomas -se amenazan con romperse la cara- en una jaula saturada de valientes que se anotan para lo que visualizan como el partido más fácil de la historia? Este domingo, Marcelo Falak hablará de esto en La quinta pata.

 

Dicho todo esto, dos preguntas. 

 

La primera: ¿Es cierto lo que dice Massa, eso de que está tan ocupado con la gestión de la economía que quiere ver lo más de lejos posible la campaña del año que viene? Si fuese así, el Plan Vice le cerraría por todos lados: pondría su sueño presidencial en un freezer tan templado que podría terminar siendo, en rigor, la incubadora de un proyecto 2027 auspiciado por una presidenta que, para entonces, estaría completando su tercer mandato en la Casa Rosada con 74 años de edad. Renunciamiento justificadísimo.

 

Ahora, si Cristina volviera al poder aupada por la diversidad de la ancha avenida del peronismo para después encerrarse en La Cámpora y gobernar con la lógica de su segunda presidencia... No parecería estar esa trampa en la cabeza de la CFK versión 2022. Este viernes, en el congreso de la UOM, la vice pareció mirarse en el espejo del tercer Lula, el que acaba de ganar y el que gobernará Brasil, desde el 1 de enero, de la mano de la alianza más grande y más diversa que pudo concebir.

 

La segunda: ¿Hablaba en serio Alberto Fernández cuando dijo que está dispuesto a bajarse si con ese gesto ayudara al Frente de Todos a ganar las elecciones del año que viene?

 

Su discurso de este viernes, en el que llamó a la unidad minutos después de escuchar a Cristina avisar que estaba dispuesta a hacer lo que tenga que hacer, pareció indicar que sí, pero este sábado volvió el ruido. Aníbal Fernández, uno de sus últimos mohicanos, intentó mantenerlo en partido. "Dejen a Alberto que vaya a la reelección tranquilo", pidió en una entrevista con Toma y Daca, en AM 750.

 

De eso se trata: hay halcones del Presidente que creen que el jefe de Estado tiene que mantenerse en partido para prevenir o, por lo menos, demorar todo lo posible el Síndrome del Pato Rengo, como si no fuera evidente que el hombre hace rato que no camina derecho.

 

En todo caso, ¿para que querría Fernández, a esta altura, preservar una cuota de poder y autonomía en el manejo de la gestión? ¿Tiene planeada alguna revolución para el último año de su gobierno? 

 

Acaso lo que el Presidente y sus halcones ven como el acabose podría convertirse en el pasaporte para una posteridad más honrosa. Si efectivamente renunciara a la reelección, si se presentara como un presidente de transición que le puso el pecho a la tormenta perfecta, si se pusiera al frente, espalda con espalda con el superministro que tuvo que aceptar, de la cruzada contra la inflación y consiguiera anotarse en los créditos de una victoria, aunque fuera módica, en esa disputa determinante para el humor social que regirá el proceso electoral que viene; si, finalmente, fuera el garante de una transición ordenada hacia otro gobierno peronista, acaso podría irse por la puerta del frente de la Casa Rosada, exhibiendo, incluso, las medallas por las mil batallas que un tiempo histórico endemoniado le propuso a él, justo a él, que hasta mayo de 2019 soñaba con la placidez de la embajada en España.

 

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