CÓRDOBA (Corresponsalía) El almuerzo del miércoles tenía momentos de distensión. Después del acto con que el gobierno provincial había anunciado una nueva tanda de kits y móviles destinados a la lucha contra la inseguridad en Córdoba, una treintena de intendentes peronistas conversaba respecto de lo anunciado y, obviamente, sobre los desafíos políticos de cara al último tramo de la gestión y el inicio de la campaña de cara a 2023. Y en eso llegó Juan Schiaretti.
Saludó, con el clásico gesto de las palmas hacia abajo pidió que quienes se pusieron de pie ante su presencia se volviesen a sentar, y se sumó a la mesa para señalar el momento de empezar a proyectar a Martín Llaryora como su sucesor en la gobernación. “Les pido que le den el mismo respaldo que siempre los intendentes peronistas nos brindaron a José Manuel De la Sota y a mí”, palabras más, palabras menos. También les advirtió que quienes no pueden reelegir empiecen a trabajar para que gane un aspirante del espacio. Es decir, que se olviden de un cambio de reglas que habilite las re-reelecciones. Las miradas se cruzaron y los gestos se esforzaron por parecer imperceptibles.
Una vez terminada la reunión, el ministro Julián López fue el encargado de recibir la conformidad del grupo de intendentes por el diálogo con el mandatario provincial, cuya participación en conversaciones directas y fuera de agenda con autoridades municipales suele ser muy esporádica. Para eso, Schiaretti suele echar mano a reuniones más grandes, con auditorios más amplios y, en su preferencia, con transversalidad política garantizada. Incluso en tiempos de campaña, en donde Hacemos por Córdoba (HxC) se esfuerza al máximo para mostrar la naturaleza coalicional de su armado. Saltando la grieta, siempre.
López asumió al frente de las unificadas carteras de Gobierno y Seguridad con el final del invierno en una jugada interna que busca ser la definitiva dentro del gabinete provincial para llegar sin sobresaltos a las elecciones, aún sin fecha, del año próximo. Desde ese momento, se convirtió en uno de los valores más importantes del schiarettismo, en el lote de quienes deben combinar aspectos relacionados íntegramente con la gestión y la contención de los diferentes actores que gravitan en la política provincial. Entre ellos, uno de los que más ruido viene metiendo en las últimas semanas: el intendentismo que viene pidiendo pista en las conversaciones estratégicas de HxC.
En esa relación que se inició con una sucesión de reuniones en el marco de la Mesa Provincia-Municipios, el ministro cuenta con la ventaja de “conocer el terreno”. En el gabinete, solo su antecesor, Facundo Torres, tiene una experiencia municipal más próxima a la suya. La diferencia es cuestión de dimensiones. Mientras Torres gobernó por dos períodos la ciudad de Alta Gracia, una de las más grandes de la provincia y muy ligada, por su cercanía geográfica, a la vida de la Capital, López fue intendente de Melo entre 2005 y 2013. Se trata de un pequeña población que no supera los dos mil habitantes ubicada en el Departamento Roque Sáenz Peña, en el sur provincial. Esa raigambre brinda a López la capacidad de conocer la problemática del interior, cruzada por necesidades que surgen en el día a día de gestiones marcadas por la cercanía y los recursos escasos. La mayoría de los jefes y las jefas comunales lo reconocen como un par, sobre todo en el peronismo. Con ese sector compartió acciones en su paso por la intendencia y también desde el Ministerio de Agricultura que ocupó durante el último tramo de gestión de De la Sota, que le permitió fortalecer relaciones con el interior productivo cordobés.
Su perfil histórico, además, cumple con un requisito básico para un armado político hiperconcentrado en su conducción. Habla poco, es medido en sus declaraciones y dice lo que tiene que decir. No es sorpresivo, entonces, que se haya convertido en una especie de vocero del gobernador respecto de los temas más calientes del universo cordobesista de los últimos meses: las re-re y, sobre todo, la seguridad, uno de los puntos flacos de la gestión sobre el que la oposición carga semana tras semana.
Letra P ya contó que fue López quien activó los mecanismos para que Schiaretti recibiera a Soledad Laciar, la madre de Blas Correas, el joven asesinado por una bala policial en plena pandemia, y a las familias de los bebés que fallecieron en el Hospital Neonatal. Abogado de profesión y exministro de Justicia y Derechos Humanos, también es López uno de los hombres de la gestión que mejor conoce los hilos de la galaxia judicial cordobesa, campo en el que podrían derivar algunos de los temas relacionados con la gestión que la política no está pudiendo cerrar. Las re-re es uno de ellos, aunque el mismo gobernador ya le advirtió a la tropa propia que ni lo intente.
El empoderamiento experimentado en las últimas semanas sentó a López en la estratégica mesa política en la que conviven, centralmente, hombres y mujeres cercanas al gobernador y a su esposa, la senadora Alejandra Vigo. Su tarea centraliza aspectos relacionados con el diálogo político y la gestión, tarea en la que suma a otros ministros claves en materia de anclaje territorial. Entre ellos, el titular de Desarrollo Social, Carlos Massei; Paulo Cassinerio, ministro de Vinculación Comunitaria; Sergio Busso, ministro de Agricultura; Ricardo Sosa, ministro de Obras Públicas; y Laura Jure, ministra de Hábitat.
Para Schiaretti, López aparece también como un garante de la paz interna. Tiene una excelente relación con el vicegobernador Manuel Calvo y con Llaryora, con quienes compartió, entre otras cosas, el desembarco en el último gobierno de De la Sota, allá por 2013. En eso, el flamante ministro también suma un punto a su favor como parte de un equipo que el fundador del cordobesismo eligió para encarar un proceso de renovación en el peronismo provincial y que se esfuerza por completar sin que la tropa se desbande el camino.