La Argentina ingresó el último domingo al grupo de países que votaron bajo las condiciones extraordinarias del covid-19 y el gobierno de Alberto Fernández, en la lista de oficialismos que salieron golpeados de las urnas. Más allá de la variedad de las naciones involucradas y su diversidad, el Frente de Todos quedó inmerso en una máxima que se impone en toda América: los oficialismos pierden ante opciones opositoras que prometen “cambios” e irrumpen, en algunos casos, intempestivamente.
Según surge de los 12 resultados electorales más importantes registrados en el continente durante la pandemia, los gobiernos lograron imponerse solo en tres oportunidades y fueron derrotados en otras nueve, es decir que perdieron en el 75% de los casos ante fuerzas que prometían “cambios” de rumbo. Tanto fuerzas de derecha como de izquierda sucumbieron en un contexto marcado por las magras condiciones socioeconómicas vigentes, agravadas, a la vez, por el nuevo coronavirus. Cabe destacar, además, que los golpes electorales en América no son exclusividad de ningún partido, pero muestran mayores traspiés que en otras latitudes del mundo. Según el politólogo argentino Facundo Cruz, en base a un estudio comparativo mundial, los oficialismos ganaron en el 75% de los casos, una tendencia opuesta a la americana. De esta manera, se evidencia que la crisis sanitaria golpeó con más fuerza en el continente, en el que, no es casualidad, muchos países se cuentan entre los más desiguales del planeta y presentan estructuras sociales más frágiles.
La seguidilla fue inaugurada por el triunfo del opositor Luis Abinader en las generales de República Dominicana, en julio del año pasado, con el 52,5% de los votos en primera vuelta. Apenas dos postulaciones y las promesas de cambiar el modelo nacional que condenaba a la pobreza al 20% de la población y de terminar con la corrupción le bastaron al empresario para acabar con 16 años consecutivos en el poder del tradicional Partido de Liberación Dominicana (PLD). Fue el primer opositor en aprovechar el contexto para llegar al poder, pero no el último.
En octubre se realizaron los particulares comicios en Bolivia, en los que el gobierno de facto de Jeanine Añez, a pesar de que ella no se presentó personalmente, perdió ante el Movimiento Al Socialismo (MAS) del anteriormente derrocado expresidente Evo Morales. En ese caso, el oficialismo –no elegido por el voto– también claudicó ante las promesas de cambio hechas por el actual presidente, Luis Arce Catacora, para acabar con un modelo que, en apenas un puñado de meses, había duplicado los niveles de desempleo hasta el 11% y comandaba un pésimo manejo de la pandemia, lo que provocó la saturación de los hospitales.
En este período, Chile fue varias veces a las urnas luego del estallido de 2019 y, en todas ellas, el oficialismo resultó perdedor ante opciones que representan nuevas demandas. La primera vez fue el 25 de octubre, cuando el 78% de la población votó a favor de escribir una nueva constitución. Además, en mayo de este año las fuerzas tradicionales, tanto la derecha gobernante como la tradicional oposición de centroizquierda, sucumbieron ante la fuerza de la calle y las nuevas representaciones que coparon la Convención Constituyente. Como si fuera poco, el oficialismo de Sebastián Piñera retrocedió marcadamente en las regionales de junio, cuando se quedó con apenas una de las 16 gobernaciones. Con este escenario, las presidenciales de noviembre serán una prueba de fuego para determinar si el oficialismo logra encauzar el barco de la mano de su candidato, Sebastián Michel, o le deja el Palacio de la Moneda a la oposición.
Las tres victorias logradas por los oficialismos durante estos meses tuvieron características particulares. La primera de ellas, en diciembre de 2020, fue en las legislativas de Venezuela, donde el chavismo logró imponerse ante una oposición dividida entre un sector que decidió no presentarse y otro, minoritario, que no logró representar a un sector amplio de la población. La segunda también fue legislativa, cuando el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en base a un discurso autoritario de cambios e innovaciones políticas, arrasó con el 66% y volvió a confirmar la ruptura del bipartidismo histórico que había regido durante 30 años en el país centroamericano. La última sonrisa oficialista fue para Andrés Manuel López Obrador, que en junio se quedó con el 34% de los votos en las elecciones de mitad de mandato de México, pero que no dejó de generar un sabor semiamargo al haber perdido la mayoría calificada que ostentaba en Diputados desde 2018.
Dos de las derrotas oficialistas más significativas fueron las de Estados Unidos y Perú, cuando el demócrata Joe Biden acabó con el gobierno de Donald Trump y Pedro Castillo triunfó ante un oficialismo mutante que no había sido elegido electoralmente sino que había surgido de vacancias sucesivas. A pesar de que el magnate neoyorquino ostentaba números socioeconómicos interesantes, perdió ante un discurso que anticipaba cambiar las formas del gobierno más que sus acciones. En Perú, el combo que llevó al primer sindicalista al poder sí incluyó una dura realidad económica previa a la pandemia. con altos niveles de pobreza, desempleo e informalidad. A diferencia de Biden, Castillo prometió transformar el modelo nacional heredado de la dictadura de Alberto Fujimori y redactar una nueva Constitución. En los dos casos, a la vez, se sumó el pésimo manejo de la pandemia, que llevó a esos países a sufrir un tendal de muertos y enfermos por día. Con sus particularismos, los dos acabaron con los oficialismos de turno.