El pasado 6 de junio, el maestro rural y outsider Pedro Castillo ganó la segunda vuelta presidencial frente a la conservadora Keiko Fujimori por apenas 44 mil votos, pero hasta el día de hoy sigue sin poder celebrar a la espera de la confirmación del resultado. A raíz de las denuncias de fraude hechas por la hija del dictador Alberto Fujimori, que se espera que se resuelvan pronto, el candidato de Perú Libre sufre un golpe a su autoridad a medida que el sistema político le marca la cancha para limitar sus ambiciosas promesas. Los vientos andinos ya se hacen sentir sobre su presidencia, que, si todo sale como se espera, comenzará el 28 de julio.
“Invoco a la prudencia, a la calma y a la paz”, dijo Keiko Fujimori en la noche del ballotage, cuando lideraba el recuento. El llamado duró poco, porque a las pocas horas, ya sobrepasada, denunció “indicios de fraude” y el último viernes declaró: “Dicen que en pocos días van a consumar el fraude en mesa y nosotros les decimos que no vamos a aceptarlo”. De tal palo, tal astilla. A pesar del reconocimiento del resultado hecho por los Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos (OEA), entre otros, la candidata de Fuerza Popular todavía asegura, aún sin pruebas fuertes, que la victoria de Castillo con 50,12% de los votos contra su 49,8% fue con trampa. Por si eso fuera poco, asegura que nunca va a reconocerla, incluso si así lo manifestaran las autoridades electorales. Busca limar su legitimidad de origen.
En este contexto, el sindicalista de izquierda enfrenta serios cuestionamientos que buscan ponerlo en jaque. Por un lado, llegará al Palacio de Pizarro con un bajo nivel de apoyo duro, producto del bajo 18,9% de votos que obtuvo en la primera vuelta y de las denuncias de fraude en su contra, que, a pesar de no haber sido probadas, calaron en un sector del electorado que lo ve como el rostro de la amenaza comunista. Por el otro, todavía no cuenta con un aparato político fuerte para destrabar el engranaje burocrático estatal y, además, apenas contará con 37 diputados del total de 130 que componen la única cámara del Poder Legislativo. Quedará lejos de la mayoría y estará obligado a negociar respaldos para evitar la figura de “vacancia” por la cual se puede destituir al presidente, como ocurrió el año pasado con Martín Vizcarra y Manuel Merino.
En diálogo con Letra P, la doctora en Ciencia Política y profesora de la Pontificia Universidad Católica del Perú Milagros Campos aseguró que el de Castillo será “un gobierno débil” que no tendrá mayoría legislativa y que asumirá “en condiciones de mucha fragilidad”. “Tiene un escenario de baja gobernabilidad porque no tendrá una bancada con una trayectoria partidaria que le vaya a dar un soporte permanente y porque mostró cierta improvisación al presentar tres planes de gobierno distintos en campaña”, agregó.
Las elecciones presidenciales del mes pasado fueron las más importantes para Perú desde el triunfo de Fujimori padre en 1990. En este contexto de crisis económica, política, social y sanitaria, Castillo, un sindicalista de izquierda con importantes cuotas de conservadurismo en materia de derechos sociales y de género, se impuso con una agenda que prometía cambiar las bases del sistema neoliberal impuesto por aquel a través de la violencia hace ya casi 30 años. Sus propuestas de redactar una nueva Constitución para abandonar la legada por aquella dictadura y la nacionalización de la minería, entre otras, llevó al establishment a unir fuerzas para evitar su victoria. De todas maneras, ni el respaldo del escritor Mario Vargas Llosa a la hija de quien lo había derrotado hace ya tres décadas fue suficiente y ahora, a pocos días de la asunción, busca marcarle la cancha y coaccionar sus anhelos y promesas.
Frente a este panorama indefinido, el candidato del partido que se define marxista-leninista se acerca a una definición entre dos caminos. Por un lado, avanzar con su ambicioso plan, tratar de cumplir sus promesas más radicales y enfrentar las consecuencias ante una élite con capacidad de fuego que no se quedará de brazos cruzados. Por el otro, apelar a la moderación y al consenso con otras fuerzas para ganar legitimidad con el costo de mitigar sus anhelos más radicales para lograr la concordancia con un sistema político que se despachó a cuatro presidentes y dos congresos en los últimos cinco años.
Según los indicios de las últimas semanas, optaría por la segunda opción. Su principal asesor económico y posible ministro, Pedro Francke, adelantó en una entrevista con el diario El País que “no habrá expropiaciones”: “Ahora estamos un poquito más con el mercado”, dijo. Además, Castillo mantuvo encuentros con otros candidatos, como el conservador exarquero de fútbol George Forsyth e, incluso, con congresistas de Renovación Popular, el partido que llevó como candidato a Rafael López Aliaga, apodado el “Bolsonaro peruano”. Si desea sobrevivir a la selva de la política peruana, Castillo deberá ser consciente de su fragilidad, lo que lo obligaría a negociar cuotas de poder y, con ello, a reducir sus ambiciones y enfrentar las críticas de sectores de su electorado que piden cambios de fondo. ¿Tenderá amistades para sobrevivir o morirá con las botas puestas?
“El Congreso lleva necesariamente a la búsqueda de consensos”, afirmó Campos y anticipó que será “muy difícil que puedan aprobarse algunos de los proyectos políticos y económicos” de Castillo porque, simplemente, no tendrá los votos en el Congreso. “Su plan tampoco es claro. No sabemos qué más va a proponer por fuera de la Asamblea Constituyente y los impuestos a la minería”, consideró, a la vez que adelantó: “Su primera señal será la conformación de su gabinete y la segunda, su discurso de asunción. Veremos con qué se queda”.
Todavía no asumió, pero Castillo ya debe tejer las redes de su armado político para resistir, sobrevivir y cambiar, si aún lo anhela, un sistema que en los últimos años se convirtió en una corrupta trituradora de presidentes. Deberá fortalecer un gobierno que todavía no comenzó si no quiere caer como un castillo de naipes ante los embates del viento andino.