El estado de la economía en el 2021 electoral era un arcano hace un año. El país se hundía entonces en la larga noche de la cuarentena, la actividad se paralizaba y la pandemia impedía adivinar cuánto tiempo llevaría normalizar la vida. Muchas de esas incógnitas –no todas– se fueron desvelando poco a poco a lo largo de esos meses duros, en un proceso que llevó a los economistas a trabajar con hipótesis muy variadas. Hoy se presenta una situación nueva, tanto por las expectativas de los agentes como por el rumbo del Gobierno, lo que permite trazar un escenario más ajustado.
Mientras se discutía si el futuro vendría en forma de tormenta perfecta o de un rebote fuerte de la economía, las incógnitas eran tanto externas como internas. En el primer plano, se ignoraba el modo en que rebotarían el comercio y la producción internacionales, la intensidad de la la demanda de materias primas de China, el resultado de las elecciones en Estados Unidos y la potencia de las políticas de estímulo de la administración entrante, el rumbo del dólar en el mundo y el precio de las commodities. En el segundo, si el ministro de Economía, Martín Guzmán, lograría renegociar la deuda con los acreedores privados, moderar la expansión del gasto en que debió incurrir en la pandemia, domesticar las presiones cambiarias, evitar una disparada de la inflación y maximizar el rebote de la actividad después del colapso.
Si bien el nuevo coronavirus atormenta todavía a Europa y sigue imponiendo medidas de distanciamiento social, se espera allí un avance fuerte de la vacunación en los próximos meses, algo que ya acontece en Estados Unidos. China crece fuerte y demanda materias primas a gran escala. Joseph Biden se instaló en la Casa Blanca, apuesta a un mayor estímulo fiscal y asegura por un tiempo un dólar barato en el mundo, contracara de materias primas caras, una bendición para la República de la Soja.
En lo doméstico, hubo acuerdo por la deuda, el gasto se desaceleró después de la primera ola del coronavirus, no está controlado solo el dólar oficial sino también los paralelos y el rebote económico parece ir más allá del de un gato muerto.
Por tomar una referencia, los economistas y las economistas que consulta el Banco Central para elaborar su Relevamiento de Expectativas de Merado (REM) todavía no veían en agosto del año pasado la luz al final del túnel, sobre todo en términos de actividad: preveían un desplome del 12% en el año y una recuperación floja, de 5,6 y 2,5% en 2021 y 2022, respectivamente. Así las cosas, volver al nivel de actividad de 2019, un piso tras el bienio de recesión que había dejado Mauricio Macri, iba a ser, en el mejor de los casos, una tarea de tres o cuatro años, algo que condenaba al gobierno de Alberto Fernández como un tiempo desperdiciado.
Al final, el derrumbe fue menor, del 9,9%, y Guzmán pasó de trabajar con la hipótesis de rebote del producto bruto interno (PBI) de 5,5% que consta en el Presupuesto a otra, base, del 7%. “En privado, maneja la posibilidad de que el crecimiento sea incluso un punto (porcentual) mayor”, le dijo a Letra P una fuente del Palacio de Hacienda. El dato es importante para la sensación térmica que prevalecerá cuando se habiliten las urnas, ya que el 5,5% previo daba cuenta de un resultado más bien estadístico, dado por el arrastre que generó la reapertura de la actividad de fines del año pasado y sin mayor aporte actual. Un 7% u 8% supone una dinámica diferente, con mayor consumo y producción, y si la tendencia positiva prosiguiera en lo sucesivo –algo que está lejos de ser una fija, hay que aclarar–, la vuelta al punto de partida sería más veloz. En tal caso, 2023 se le haría menos cuesta arriba al Gobierno.
¿Es factible ese escenario optimista?
Los pronósticos privados de crecimiento anual se acercan poco a poco al 7% que plantea Guzmán. “El consenso de mercado (N. del R., el REM de febrero) estima que la economía crecerá en promedio un 6,2% en 2021. En Analytica creemos que ese porcentaje podría ser superior, del 6,9%, si se dieran las condiciones para que el mercado laboral reabsorbiera los 2,1 millones de puestos de trabajo perdidos entre el primer y el tercer trimestres de 2020”, dijo esa consultora en su último un informe.
Si el 7% es entonces posible, ¿qué se puede decir del 8% sugerido off the record?
Igual que Fernández, Guzmán no quiere confrontar con Cristina Kirchner y para eso atiende los consejos de Máximo, el jefe del bloque del Frente de Todos en la Cámara de Diputados. La receta dice por qué el ministro debe flexibilizar sus posturas más cautelosas y renunciar a la idea de actualizar las tarifas según la inflación, que los salarios les ganen a los precios y que se cebe todo lo posible la bomba de la obra pública.
Guzmán podría encontrar cierto margen fiscal para apartarse de su libreto original. El saldo de febrero fue mejor que el esperado, 31,8% menor que en el mismo mes de 2020, antes de la calamidad sanitaria. El analista de Estrategia de Consultatio Financial Services Francisco Mattig le dijo a Letra P que “el riesgo es que el gasto se acelere de cara a (las PASO de) agosto", pero que mantiene su proyección de que "el déficit primario (N. del R.: antes del pago de deuda) puede ser de 3,5% del PBI”. El Presupuesto 2021 le da margen al ministro: el desequilibrio que prevé es de 4,5 puntos.
La idea es que el crecimiento de la actividad mejore aun más la recaudación, favorecida asimismo por el impacto del alto precio internacional de la soja en las retenciones que empezarán a lloverle al fisco en las próximas semanas.
El círculo virtuoso, sin embargo, no está asegurado ni es todo lo virtuoso que parece. La inflación del 29 al 33% es la meta oficial que menos convence: el mercado sigue apostando a un 45% promedio. Además, la previa electoral suele coincidir con presiones sobre el dólar –cepo mediante, habrá que mirar los paralelos–, lo que exigirá que Economía y el Banco Central redoblen una estrategia de contención que ha tenido éxito. La llegada de los sojadólares debería ayudar más, lo mismo que la decisión del FMI de expandir su moneda, los Derechos Especiales de Giro (DEG), para capitalizar a los países miembros, lo que acercaría a la Argentina invalorables 4.500 millones de dólares extras.
La vicepresidenta no deja de meter presión. Lo hace por convicción –al fin y al cabo, impulsa las ideas que aplicó durante ocho años– y porque intuye que cualquier alivio macroeconómico podría tener un efecto electoral incierto dada la situación social, que todo el Gobierno reconoce como inflamable. Por eso, esta semana dijo que la deuda de 44.000 millones de dólares con el Fondo es impagable y que, para cobrar, este debería flexibilizar plazos y tasas.
Aunque en el organismo ya descuentan que no habrá fumata blanca durante la campaña, el ida y vuelta metió ruido en el mercado, porque se produjo justo cuando Guzmán retomaba las negociaciones en Washington. La sensibilidad de la platea fue excesiva: que la deuda es impagable se prueba por el hecho de que está siendo renegociada en sus plazos y la cuestión de las tasas también forma parte de los continuas protestas del aquel por los recargos vigentes.
La vice habla, Alberto calla, Máximo traduce y Guzmán toma nota. Al fin y al cabo, todos viajan en el barco que debería depositarlos en el mejor estado posible en el puerto de las elecciones de 2023.
La cuestión es la agenda que dejaría pendiente la cocción de la receta conocida. ¿Otra vez atraso tarifario y acumulación de subsidios? ¿De nuevo un desequilibrio presupuestario insostenible? ¿Volverá el exceso de pesos a presionar sobre el dólar, el punto exacto en el que empiezan las grandes crisis nacionales?
El futuro está agotadoramente abierto. Por las dudas, es mejor cruzar los dedos: no sea que la pandemia se ponga realmente fea antes de que lleguen todas las vacunas que hacen falta y el Gobierno deba cerrar la economía en el momento menos oportuno.
Por algo las PASO aparecen como un trámite molesto, con cuya suspensión todos histeriquean, pero que todavía nadie termina de proponer.