Una de las peleas económicas más complejas que deberá librar el Gobierno en la coyuntura es la inflacionaria. Si los precios no respondieran a la evolución descendente que imagina el ministro de Economía, Martín Guzmán, el humor de los argentinos, golpeado tras tres años que oscilaron entre la recesión macrista y la depresión pandémica, no sería el mejor a la hora de enfrentar las elecciones legislativas de octubre. Un elemento central en esa puja es la paz cambiaria, algo que el Palacio de Hacienda y el Banco Central han logrado en los últimos meses contra muchos pronósticos. ¿A través de qué mecanismos la están consiguiendo? ¿Son sostenibles? ¿Cuáles son los beneficios y los costados oscuros de esa estrategia?
El 19 de octubre del año pasado, el dólar “contado con liquidación “(CCL) tocó los 181 pesos, mientras que el blue alcanzó los 195 el 23 de ese mismo mes. La brecha entre esos tipos de cambio alternativos –legal el primero, ilegal el segundo– con respecto al oficial se estiraba entonces a entre 100 y 110%, un pésimo augurio sobre las chances del Gobierno de evitar una devaluación.
A esa apuesta siguió pronto una etapa estacionalmente más benigna en términos cambiarios: entre diciembre y febrero, la demanda de moneda local crece –y la dolarización decae– dada la necesidad de empresas y particulares de hacer frente a gastos por las fiestas, pagos de aguinaldos y vacaciones. Marzo habitualmente es otro cantar, pero en abril se inicia la temporada alta de las exportaciones de soja, lo que acerca dólares frescos a las reservas.
El Gobierno logró valerse del escaso margen de maniobra del Central para reducir la brecha a alrededor de un 60% a través de una política intensa de intervención en el mercado cambiario paralelo. Se trata de un diferencial todavía elevado, pero no tan crítico como el de hace algunos meses.
El analista financiero Christian Buteler repasó las claves de la política cambiaria en diálogo con Letra P. “Al dólar oficial lo mantienen controlado con el cepo, pero ese control dispara la demanda de dólares alternativos y crea una brecha. A su vez, para mantener a raya esa diferencia de cotizaciones, el Gobierno compra dólares en el mercado cambiario y los vende en el del ‘contado con liquidación’ y el MEP. De esa manera compra a 90 pesos y vende a 140 o 145. Además de mantener controlada la brecha y obtener una ganancia, retira pesos del mercado”, dijo.
En paralelo, el Banco Central usa parte de las divisas que adquiere en el mercado mayorista oficial para comprar títulos públicos en dólares y venderlos en pesos, de modo de intervenir en esos tipos de cambio arbitrados en bolsa.
“La contrapartida de todo eso es que las reservas no crecen como deberían, lo que se refleja claramente en que siguen presionando a los importadores cada vez que tienen que traer productos o insumos. La sábana en muy corta y todo tiene un costo, en este caso las reservas y los importadores”, añadió.
Los dólares CCL y MEP (Mercado Electrónico de Pagos) surgen de operaciones en la bolsa, a través de la compra de títulos públicos en pesos y su venta posterior en dólares, de las que surge una cotización. A diferencia del blue, ambas modalidades son legales y no reducen el nivel de reservas por tratarse de negocios entre privados.
Lo que está ocurriendo este mes es un ejemplo claro del problema de la limitada acumulación de reservas mencionado por Buteler. En lo que va de marzo, el Banco Central lleva comprados unos 1.300 millones de dólares, cifra sin precedentes desde diciembre de 2019. Sin embargo, entre el 26 de febrero y el último miércoles 17, las reservas solo crecieron en 316 millones de dólares, para totalizar 39.835 millones.
Claro que esas operatorias no son las únicas que influyen sobre el nivel de reservas y que hay que tomar en cuenta también factores como la cotización de otros activos que las componen, como el oro, y la demanda de los importadores. Con todo, el problema queda a la vista.
La cuestión de las importaciones lleva al segundo aspecto del planteo de Buteler.
“La calma del dólar es positiva, pero lo deseable sería que se trabajara sobre las brechas con mayor apertura y ordenando la macroeconomía, no con este tipo de ‘rulos’ financieros. Las trabas y la intervención que vemos no se pueden mantener de por vida. Para que la Argentina crezca, hacen falta dólares para importar los insumos que necesita la producción. Una cosa es crecimiento y otra, un rebote”, advirtió el analista.
Un tercer efecto secundario de la estrategia oficial es la operatoria sobre los mercados del CCL y el MEP, que involucra la venta de títulos públicos en poder del Estado, ya sea del propio Central o de la ANSES, lo que implica una privatización de deuda y eventuales problemas futuros para refinanciarla. Una cosa es colocar nueva deuda para hacer frente a los vencimientos a entes del propio Estado y otra muy diferente, lograr el visto bueno de fondos de inversión.
Ante la consulta de Letra P, una fuente oficial indicó que esa intervención implica tanto la venta como la recompra de títulos, por lo que desestimó ese peligro. Sin embargo, cabe suponer que las propias condiciones de éxito de la estrategia –esto es, mantener la cotización del paralelo bajo control– implica una pérdida neta de títulos.
¿Es sostenible la estrategia? Según Buteler, sí, “en la medida en que sigan entrando dólares”.
“Lo claro es que, este año, la política del Gobierno va a involucrar un dólar oficial creciendo por debajo de la inflación y la persistencia de tipos de cambio libres o semilibres”, enfatizó.
El precio internacional de la soja, muy elevado en torno a los 520 dólares por tonelada, invita a una liquidación fuerte a partir de las próximas semanas, y a un alivio adicional, pero los pronósticos de cosecha se reducen cada vez más en medio de condiciones climáticas que siguen siendo adversas. Así, la duda es si efectivamente la supersoja le generará al país el ingreso extra de 7.000 millones de dólares que espera el Gobierno.
Buena parte de la suerte del Frente de Todos en las elecciones depende de ese combo. De a poco se irá sabiendo si la Argentina empieza a permitirse proyectar, aunque sea, el corto plazo.