Daniel Salvador

Fin de ciclo para el vicegobernador del Comité Cambiemos

Luces y sombras de su gestión en la UCR bonaerense. Socio herbívoro y purismo cambiemista. Radiografía de cinco años en el timón radical.

Daniel Salvador conoció a María Eugenia Vidal la misma tarde en que Ernesto Sanz lo llamó para confirmarle que era el candidato a vicegobernador bonaerense de Cambiemos. Lejos estuvo de ser un maridaje trabajado con el tiempo. Dos días antes, Vidal había puesto en marcha su campaña con Cristian Ritondo como dupla, maniobra que fue el primer tirón de soga –seco y contundente– que el macrismo aplicó en la relación con el incipiente socio radical.

 

Pero entregar a un tándem plenamente amarillo y porteño una estructura centenaria presente en cada mojón del terruño provincial era demasiado para ser tan temprano, más en medio de intendentes que aún miraban de reojo Gualeguaychú y con un Comité Provincia comandado por el némesis sanzista Ricardo Alfonsín. El mendocino presentó la queja en la mesa fundadora de la alianza y se modificaron los papeles: había vice radical.

 

Ni siquiera entonces Salvador era número puesto. Cinco horas antes de conocerse el elegido, Sanz sondeó al intendente de Chascomús, Juan Gobbi, quien se puso a disposición. Pero no le volvió a sonar el celular. Salvador cuadraba mejor al paladar sanzista. En la última interna radical (hasta este domingo), en 2014 había contado con el guiño del mendocino para confrontar –sin éxito– a un Ricardito que bregaba por fortalecer UNEN y no acercarse al PRO. A eso, hay intendentes UCR que, en voz baja, aseguran que la designación del vice radical tuvo que pasar por el filtro de imagen de Durán Barba.

 

Sea como fuere, esa tarde Vidal conoció al compañero de fórmula ideal, aquel que fue la llave para garantizarse el acompañamiento herbívoro de uno de los dos partidos con mayor anclaje territorial, sin ver por ello sombra alguna sobre el cielo de poder amarillo entre 2015 y 2019.

 

Salvador fue el vicegobernador que acalló berrinches iniciáticos de intendentes radicales ante la carencia de boinablancas en el gabinete vidalista y los teléfonos apagados de los ministros PRO. Fue el que puso la cara en la inundación de La Emilia, mientras la gobernadora no resignaba sus vacaciones en Playa del Carmen. Fue el que buscó darle otro sentido a los dichos vidalistas sobre pobres que no acceden a la universidad. También, el que no mostró firmeza condenatoria ante la masacre de San Miguel del Monte o aquellas que se dieron en comisarías bonaerenses durante la gestión de Cambiemos.

 

Al mes y medio de asumido, dejó en claro lo que fue una línea de conducta coherente. Durante el primer foro de intendentes UCR de la era V, bajó su línea: “Somos dirigentes radicales pero gobernantes de Cambiemos”. Desde esa perspectiva, fue un constructor infatigable en pos de consolidar la unidad de la alianza. Logró una regularidad de encuentros foristas, fue un articulador central para generar un espacio similar en interacción con intendentes PRO y, en las turbulencias más fuertes que asonaban oriundas de la Casa Rosada, salió a bancar la parada con comunicados focalizados en la unidad del frente.

 

Eso lo hizo también desde lo que fue, a partir de 2016, su otro rol: presidente del Comité Provincia de la UCR, al que accedió –y fue reelecto en 2018– también bajo el manto de la tan pregonada unidad, siempre más accesible en tiempos de poder. De arranque, que el vice sea titular del partido a nivel provincial disparaba alertas sobre lo contraproducente que sería. Esas advertencias se acompañaban con ejemplos: solo un radical formaba parte de la primera plana del gabinete vidalista (el ministro de Ciencia, Jorge Elustondo).

 

Al mando de la UCR, instaló en la capital provincial la sede bonaerense del partido y la hizo punto de encuentro con el armado de legisladores, intendentes y una conducción de la Juventud Radical que fue moldeando a su prédica. Con viento a favor, en 2017 el radicalismo bonaerense sumó tres bancas a la Legislatura, levantando la magra cosecha de 2013 con la escudería del Frente Progresista Cívico y Social (pasó de 6 a 9 escaños). Ese crecimiento del partido es hoy uno de los principales contraataques que el salvadorismo hace a las acusaciones de falta de protagonismo provenientes del possismo.

 

De los 20 municipios que obtuvo la UCR bajo el sello de la UDESO en 2011, pasó a contar con 37 a partir de la ola cambiemista de 2015. Pero la otra mitad del vaso marca un panorama distinto: en 2019, la lista de municipios radicales se redujo en cinco (de 37 a 32), mientras que la caída también se reflejó en la Legislatura: de 9 bancas obtenidas en 2015, pasó a 7. Detrás de esos números aparece una estrategia salvadorista tendiente a mantener lo que se había logrado y nada más. Pero la apuesta al statu-quo en un contexto donde la taba se estaba dando vuelta para Juntos por el Cambio no alcanzó.

 

Y en secciones donde el radicalismo tiene una extensa raíz y JxC logró mejores performances, la UCR no sumó. Ejemplo de ello es la Cuarta, donde la lista de JxC sumó una banca más con relación a 2015, pero el radicalismo mantuvo los dos escaños que ya tenía, mientras sí se dio el acceso de dirigentes PRO como María Eugenia Brizzi, oriunda de otra sección. También se dieron casos similares en la Quinta y en la Séptima.

 

La falta de apetencia por sumar bancas negociando con mayor intensidad frente al socio PRO por mejores lugares en las listas es algo que ha sido fuertemente cuestionado en el conurbano.

 

Para el Congreso, Salvador también siguió la misma estrategia aunque con una modificación, ya que logró renovar las tres bancas que tenía la UCR bonaerense en la Cámara baja pero en uno de los casos tachó al diputado Alejandro Echegaray –alineado a Storani y de marcado perfil crítico– y puso en su lugar a su hijo, Sebastián, quien contaba como único antecedente la banca de concejal en San Fernando que estaba ocupando.

 

El vicegobernador de Cambiemos hizo valer su lapicera plenipotenciaria en el comité radical. Lo hizo abroquelado en un círculo legislativo que se hacía eco de su diatriba cambiemista y acorazado en un bloque de intendentes que tenía que recurrir a él como puerta de acceso a los despachos de decisión amarillos.

 

Esto, al tiempo que aceptaba que su rostro se omitiera en la boleta de JxC en las PASO para que Vidal se llevara todo el protagonismo, algo que hizo con la misma buena predisposición societaria que lo llevó a aceptar que su figura volviera a estamparse junto a la de la gobernadora en la boleta de octubre, cuando una derrota drástica ya se había preanunciado en agosto. Eso, sumado al acto de cierre de campaña con épica alfonsinista: “Ahora Nosotros”.

 

Tal épica fue exaltada desde lo retórico por la gestión salvadorista, siendo su punto más alto el emplazamiento del monumento al expresidente radical en la plaza Moreno de La Plata. Pero esa liturgia tenía baches de silencios ante dichos como los de Lilita Carrió, que ligó a Raúl Alfonsín a una maniobra golpista contra el gobierno de De la Rúa, o cuando, en otro momento, afirmaba que manejaba “desde afuera” a la UCR.

 

Esa liturgia se mechaba con convenciones embanderadas de rojo y blanco, como la última de 2019 en Brandsen, el mismo día que CFK anunció la fórmula Fernández-Fernández. Semejante movida sobre el tablero político tampoco modificó el libreto salvadorista, que mocionó y logró la aprobación por mayoría de la ratificación de Cambiemos, tal como estaba, sin siquiera sugerir las ampliaciones que sí se impulsaron en la Convención Nacional días después.

 

Ya en la derrota, Salvador siguió sosteniendo la necesidad de mantener la unidad frentista a como dé lugar. Puertas adentro, la mejilla concesiva que mostró para hacer una retrospectiva acrítica del gobierno PRO no la exhibió para intentar barrer del padrón a más de 700 radicales que no acompañaron a JxC en 2019, entre ellos exintendentes de reconocida militancia boinablanca.

 

Dejó los clamores por mayor liderazgo radical dentro de la alianza –algo que ya ningún radical desliga de su mensaje– a quienes desde el aparato oficialista buscan continuar con su línea haciendo una lectura más ajustada en tiempo y espacio. Más allá de todo, cierra sus dos periodos logrando sostener intactos los pies radicales dentro del plato JxC. Así, se va como llegó: como un dirigente radical que presidió su partido con el chip de gobernante de Cambiemos en modo on.

 

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