El resultado ya está masticado. Números más o menos, dos años después de un triunfo prometedor, el Frente de Todos (FdT) saldrá golpeado y con internas al rojo vivo de su primera prueba electoral en el Gobierno. Consciente de que el camino se angosta, Alberto Fernández ensaya en Olivos posibles respuestas a distintos escenarios. La ruptura de la coalición no está entre sus hipótesis de trabajo.
Desde hace días, el Presidente bosqueja el discurso que dará el lunes, ya con los números sobre la mesa. En la postal más optimista, el FdT habrá logrado recortar la diferencia en Buenos Aires y revertir el resultado en alguna otra provincia, como La Pampa. En el horizonte más catastrófico aparece una ampliación de la derrota en territorio bonaerense. A horas de los comicios, en el oficialismo ya nadie confía en encuestas y proyecciones. Todo puede pasar.
El círculo de trabajo más estrecho de Fernández coincide en que el Presidente enfrentará dos desafíos centrales. El primero se planteará el domingo a la noche, en el corazón de la coalición. “Hay que hacer un nuevo acuerdo interno. Tienen que sentarse todas las figuras del frente y fijar objetivos”, apunta un integrante del elenco albertista. “Hay que pensar cómo sustentar la unidad del FdT en los próximos dos años”, agrega otro hombre de consulta del Presidente.
Eso sucederá, dicen en el corazón de la Casa Rosada, el mismo domingo por la noche, cuando los números clarifiquen el futuro e indiquen, entre otras cosas, cómo quedará compuesto el Congreso, qué poder real tendrá La Cámpora en el territorio, qué poder de fuego tendrán los gobernadores y con cuántas bancas en el Senado contará en diciembre Cristina Fernández de Kirchner. En definitiva, cuáles serán las bases de sustentación de poder del Presidente y quiénes serán guardianes y garantes del Gobierno.
El segundo desafío será hacia afuera, en el capítulo que empezará a escribirse el lunes. El albertismo Imagina que esa será la oportunidad de Fernández para reescribir el contrato original del FdT, retomar la agenda económica y social postergada por la pandemia, convocar a diferentes sectores y apostar, finalmente, al consenso.
La agenda del diálogo estará más enfocada en el frente interno y en el universo económico que en la oposición, de la que Fernández entiende que no puede depender. Si Horacio Rodríguez Larreta, un sector del PRO y el radicalismo creen que pueden acompañar políticas de Estado, el gesto será bienvenido y celebrado en Blacarce 50, pero eso dependerá de la evaluación que haga la oposición sobre su conveniencia política y el Presidente tendrá que trazar un camino sin contar con ese apoyo incierto, razonan cerca de Fernández.
La propuesta, entonces, apuntará a los actores centrales de la economía, el empresariado, la nueva CGT y las autoridades provinciales, que reclaman protagonismo desde el comienzo del Gobierno. Cerca del Presidente admiten que el federalismo es todavía una asignatura pendiente y que la convocatoria deberá tender objetivos concretos.
Para eso, entienden, será central la figura del jefe de Gabinete, Juan Manzur, que llegó a la Rosada con aires de renovación, le dio al Gobierno “15 días de respirador que fueron vitales” y después consumió casi dos meses en la “contención política” interna, que incluyó intendentes, gobernadores y gremialistas que marcaban distancia tras la derrota de las PASO. Ahora, llegará el momento de ponerle el ojo con más detalle a la gestión.
El relanzamiento es una asignatura pendiente. La hoja de ruta que Fernández se fijó tras la derrota de las primarias incluía un cambio de gabinete y un nuevo contrato, con actores oxigenados, pero después de las generales de este domingo. Cristina precipitó los tiempos. La ya célebre carta-bomba que la vicepresidenta publicó pocos días después de las primarias casi hace volar por el aire al FdT, generó cambios anticipados de nombres y le dejó al Presidente poco margen de acción.
Fernández sintió que había gastado una bala de manera anticipada. Con el cambio de gabinete ya consumado, ahora solo resta un relanzamiento de la gestión. Los cambios masivos están, por ahora, descartados. Cerca del mandatario creen que habrá más una reasignación de funciones, una reorganización de tareas o una renovación en segundas líneas que en las casilleros más importantes. Los ministros apuntados por el cristinismo, Claudio Moroni (Trabajo) y Matías Kulfas (Desarrollo Productivo), seguirían en funciones, al menos por ahora. Con el ministro del Interior, Eduardo de Pedro, señalado por un sector del albertismo tras haber encabezado la rebelión cristinista posterior a las PASO, el conflicto “está saldado”, dicen en la mesa chica de Fernández.
El relanzamiento de gestión se haría “marcando objetivos claros que incluyan a otros actores”, apuntan en la Casa Rosada. Las ideas llegan por estas horas a Olivos desde diferentes despachos. Dar señales de apertura, admitir que hay cosas que corregir, prometer un trabajo firme, reafirmar el compromiso con la sociedad y plantear ideas innovadoras están en el listado. Encontrar vectores de iniciativa política, como dice un hombre de su confianza, es el desafío mayor. El lunes, el Presidente promete empezar a transitarlo.
Para entonces, la interna deberá estar cuanto menos controlada. A horas de las urnas, ni el Presidente ni su círculo íntimo de colaboradores manejaban una hipótesis de ruptura con el cristinismo. Tal vez sea la única coincidencia, pero es vital. Si había alguna duda, la prueba más contundente fue la presencia de CFK en el acto de cierre de campaña, en Merlo, una semana después de atravesar una intervención quirúrgica.
Con más o menos entusiasmo, según las lecturas, en pleno posoperatorio Cristina estuvo sobre el escenario en una señal que fue interpretada por la Casa Rosada como la decisión de cerrar filas en la unidad de la alianza. “Tenía la excusa perfecta y, sin embargo, fue. Cristina entiende que el FdT es su coalición”, dice un colaborador del Presidente.
La certeza de que la vicepresidenta tiene “conciencia de la situación” y que el kirchnerismo coincide, también, en la necesidad de cerrar el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) tranquiliza a la Casa Rosada, pese a las dificultades. Cerca de Fernández apuntan que también tranquilizará a los mercados, que, en definitiva, solo esperan un pronto acuerdo. El mensaje se verá no solo el lunes sino, principalmente, el miércoles 17, cuando se sepa quiénes participan de la marcha del día de la militancia que convocaron movimientos sociales y gremios. En Balcarce 50 esperan que La Cámpora y el cristinismo se sumen. Será una muestra de acumulación política clave para los dos años que vienen, aunque la vicepresidenta siempre puede dar la sorpresa.
Fernández tampoco evalúa lanzarse a la independencia, como le sugieren en privado sindicalistas y dirigentes territoriales. Los cantos de sirena mueven al Presidente, que, sin embargo, deberá definir junto a Cristina cuál será, de ahora en más, el método de resolución de conflictos en un esquema de poder compartido, incómodo para la esencia del peronismo, y cómo se sustenta la unidad en los dos años que quedan por delante, cuando se abra el debate por las candidaturas para 2023. En la previa, prima la certeza de que afuera del FdT no hay futuro posible. La discusión es por el rumbo.