Quienes lo conocen bien cuentan que, aunque lo niegue, lo exilió el peronismo. O el albertismo, aquel que se apuró a visitar luego de las PASO, cuando se acercó al búnker de la calle México para besarle el anillo al futuro presidente de la Nación. Pero su naturaleza lo traicionó y aquel recuerdo de penurias en el gobierno de Cristina Fernández pudo más: Marcos Galperin tomó la decisión de volver a residir en el Uruguay, país que solo abandonó en su única primavera política, la era Cambiemos, en la que volvió a sentirse liberado y hasta fiscalizó para Mauricio Macri en dos elecciones.
Mercado Libre, el gigante grunge que edificó con unos pocos amigos, hoy es la empresa más grande del país y él, el empresario más importante y poderoso. Con otra impronta y algo de casualidad, le moldeó al Círculo Rojo el líder que necesitaba: un Paolo Rocca new age, lejos del perfil de relaciones promiscuas con los estados y con un phisique du rol de un grande en serio. Galperin es despreciado por buena parte del sindicalismo; observado de reojo por el Estado y más odiado que querido por la vieja escuela de hombres de negocios.
Fallido acercamiento a Fernández. Unos meses después, se mudó al Uruguay.
Envalentonado por la aventura PRO, Galperin creó en 2019 un grupo de WhatsApp, Nuestra Voz, para apuntalar la figura de un Macri ya endeble por impericia propia. Se jugó en esa idea su futuro y falló, quizás como nunca antes en sus últimos años. El presidente que había elegido, con quien compartía la lectura de un país de emprendedores y unicornios, era el único que finalizaba su primer mandato sin conseguir la reelección. Para Galperin fue un shock emocional aprestarse a negociar con otro signo político, siempre más inclinado a abrazar sectores productivos convencionales. El Nuestra Voz se le deshilachó a fines de 2019: se bajaron buena parte de los ceos menos conservadores, otros cuestionaron que sólo se hiciera catarsis contra el peronismo y el chat navegó en la lontananza unos meses, hasta volver a adquirir volumen ante algunos errores del gobierno de Fernández que se capitalizaron con acciones virales.
Galperin está al frente de una empresa híbrida, indeterminada, que factura millones y cotiza en la Bolsa. En voz baja, Mercado Libre empezó a comerle mercado a aquellos viejos ceos con una chapa de firma tecnológica; una compañía con reglas propia: además de los beneficios impositivos extra que captó por su presunto rol de compañía tech, Galperin armó un sistema de pago cuasi bancario, Mercado Pago, con el que se puso en tensión con las cámaras ABA (bancos privados extranjeros) y ADEBA (nacionales). Luego, tras vender en su plataforma todo lo que comercian otros rubros pero sin sus costos, sus convenios colectivos y sus salarios, creó un supermercado online, Supermercados Libres, en el que busca ofrecer descuentos de hasta 40% en los mismos productos que tienen Coto, Carrefour, Walmart o Disco. “Acá el asunto es que ninguno de nosotros sale a pegarle porque es imposible entrarle”, contó un cuadro del sector industrial. Con Mercado Libre, la imagen es todo: sectores empresarios tienen trabajos que muestran que el público común tiene una valoración positiva de la compañía y que tiene una tendencia a asociar a los bancos y a los supermercados con cuestiones negativas.
Con Macri compartieron modelo de negocios.
Hace unas semanas, el gremio de Camioneros le hizo un bloqueo a un centro de distribución monumental cerca del Mercado Central. Más allá de los gustos y las simulaciones periodísticas, el reclamo era para que la firma cumpliera con un encuadramiento que también tiene su competencia. Esa situación con los Moyano fue el electroshock del Nuestra Voz. Un día después del bloqueo, Galperin incluyó en el grupo a Juan Martín De La Serna, el presidente de la filial local. “Estamos bloqueados”, escribió. Enseguida, se armó un hashtag tan incendiario contra Moyano que la mayoría prefirió no apoyarlo en las redes. Unos días después, llegó otro mensaje de la factoría, pidiendo que no se estatice Edesur, la distribuidora eléctrica de la italiana ENEL, cuestionada por mal servicio por los intendentes del conurbano. Se envalentonó con la proclama el ítalo argentino Cristiano Rattazzi, uno de los pocos de la vieja guardia que juega entre los sangre nueva.
El flyer de Nuestra Voz por Edesur, mensajes de la nueva dirigencia.
Los dos casos son una explicación gráfica de la primarización de las ideas de un sector no menor del establishment. Disimulado en un discurso no ideologizado, Galperin armó con Nuestra Voz un think tank moderno que canaliza una voluntad, antes dispersa, de disfrazar cualquier queja a la política en un atentado contras las libertades económicas. Una simplificación, como el caso Edesur. Uno de los que está afuera del chat por decisión personal contó a este portal que, “seguramente, los que aceptaron pedir por Edesur deben tener Edenor”. Sea cual fuere el asunto con la eléctrica, la generación de esos mensajes habla de algo más que cosas puntuales. Remite a la construcción de un discurso con fuerte penetración en sectores medios, medios altos y altos.
En este escenario, el desafío parece ser de la política. Si Macri pereció por apostarle sólo al presunto emprendedurismo, Fernández está ante una trampa: por ahora, decidió edificar poder con el Círculo Rojo más convencional: los industriales de la UIA, la Sociedad Rural, los bancos y los ladrilleros. ¿Es suficiente para aglutinar voluntades cuando se está armando un polo, poco observado y muy opositor, decidido a combatir cualquier política oficial que considere invasiva? ¿Lograría el Gobierno adherirlo a su modelo de país? Parece complejo, pero al Gobierno le está creciendo un nuevo establishment que pelea con otras reglas y otros objetivos. Un polo de cuidado