“Vos sabes que nosotros no le decimos a nadie qué tiene que decir. Acá hay chicos que ya están seteados así, algunos por militantes y otros vaya uno a saber por qué, pero no existen órdenes puntuales”. Al menos cuatro ministros del gabinete hablan seguido con los lugartenientes del ceo del Grupo Clarín, Héctor Magnetto. El encomillado fue una respuesta que salió en una conversación reciente sobre cómo, en seis meses de gestión, con pandemia, con la herencia de Cambiemos y una negociación de deuda en curso, el holding decidió ir a una guerra declarada contra Alberto Fernández. El kirchnerismo tuvo, históricamente, una obsesión casi de diván con los medios de comunicación y Fernández está heredando años de contiendas descarnadas, incluidas las que tuvo con la “T”, el mote que le ponen los empresarios a la Techint de Paolo Rocca. Pero la caja de resonancia y las líneas tendidas con la dirigencia opositora ya traspasaron la consideración y valoración de los ultras K.
Uno de los empresarios del Grupo de los Seis que acompañaron al Presidente en el acto del 9 de Julio luchaba amablemente con un botón de su camisa, exigida por algún kilo demás cosechado en cuarentena, mientras escuchaba el discurso de un periodista mainstream en la mañana de Radio Mitre. Criticaba con una dureza a entender del ceo excesiva a la viceministra de Salud, Carla Vizzotti, por el affaire cualquier resfrío es COVID. Se preocupó. No porque el problema sean los medios, sino porque evidenció una cadena de responsabilidades en el clima de agitación.
Un rato después, entró a la Quinta de Olivos para reunirse con el jefe de Estado. Compartió ronda con el mandatario y algunos ministros, todos preocupados por el avance de la grieta y cómo cerrarla. En la nómina selecta, Eduardo Eurnekian, vice de la Cámara Argentina de Comercio; Javier Bolzico, titular de los bancos privados nacionales de ADEBA; Miguel Acevedo, de la Unión Industrial Argentina (UIA); Iván Szczech, de la Cámara de la Construcción (Camarco); Adelmo Gabbi, de la Bolsa de Comercio; Daniel Pelegrina, de la Sociedad Rural (SRA), y Carolina Castro, también de la UIA. A todos los llamó el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz. En el caso de Castro, el funcionario le pidió especialmente a Acevedo que estuviera presente. De todas las entidades, Castro es la única mujer con cargo en la mesa chica y viene trabajando en políticas de género con funcionarias nacionales que la tratan casi a diario. Así, la foto fue corta de mujeres, pero se diferenció de postales anteriores, donde hubo solo testosterona.
Antes del acto, Fernández y otros ministros abrieron una ronda de charla, parados, con los ceos. El Presidente les comentó que la idea es “tener una negociación exitosa con la deuda que permita lanzar el plan económico y hasta relajar el cepo cambiario”. Incluso, varios funcionarios se esperanzaron con un escenario de aperturas después del 17 de Julio.
Fernández también abordó su preocupación por la crispación reinante y les adelantó que su discurso iría en ese sentido. Se habló de la agitación de los medios y de la necesidad de tener una dirigencia a la altura, para descomprimir. Incluso en la interna oficial hubo críticas para los propios luego de los vicios de algunos, como el Presidente, de usar el Twitter como tribuna política.
En ese círculo nació la muletilla de “mi amigo Horacio” que Fernández utilizó para referirse al jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta. La foto y el acto fueron una construcción de pacto social virtual, con los 23 gobernadores y un ministro (por San Luis) presentes más los ceos que mueven los hilos y Héctor Daer, el jefe de la CGT. Pelegrina, de SRA, ladeando por segunda vez a Fernández, fue un gesto inequívoco de una relación distinta con el campo, justo cuando se discute la rotura de silobolsas y el agro más ultra fue el caldo de cultivo de buena parte de la movilización del Día de la Independencia.
Cuando entraron al quincho de Olivos, los ceos se sentaron en las sillas frente al Presidente, entre el público. “No, ustedes van acá”, les apuntó el organizador y los acomodó rodeando a Fernández. En el lugar del público, ministros que podrían señalarse como “albertistas” puros. Salvo el titular de Defensa, Agustín Rossi, los demás fueron de su riñón: Julio Vitobello, su amigo y mano derecha; el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca; el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, y la jefa de Justicia, Marcela Losardo. Una escenografía casi perfecta de los amadores anti grieta.
Con errores y muy pocos polos rebeldes, Fernández hace equilibrio, visiblemente, para conformar a casi todos, pero le es inevitable heredar los plus salariales del exministro Amado Boudou; la liberación inminente del constructor Lázaro Báez y cualquier situación en esa línea. Comanda el barco en esa tormenta.
Magnetto y Rocca, con juego diferente al resto.
Ahora bien, ¿dónde está el conflicto que ensancha la grieta? Es mejor verlo desde los que se relacionan con la política desde afuera. Hace unos días, empresarios top se reunieron con Máximo Kirchner y lo conocieron de primera mano. Se sacó el mito del cuco de Caracas en un careo sin concesiones.
Más allá de las especulaciones, también vista por los que la frecuentan y más allá de su eterna e irrenunciable contienda con el periodismo, la vicepresidenta Cristina Fernández no aparece hoy como rupturista. Se sale del discurso mainstream, pero hoy, Fernández no sólo es Alberto, sino también Cristina. Un ejemplo, el recule en la expropiación fallida de Vicentin, una idea sin fisuras en el binomio gobernante.
La destrucción de un móvil de C5N fue el zénit de una marcha armada por la política que sumó, y en el Gobierno lo saben, a gente harta del confinamiento, sin trabajo y algunos díscolos anticuarentena, pero también alimentada por la dirigencia.
En el Gobierno tienen un estudio detallado de la génesis de la marcha en redes sociales: todas son cuentas asociadas a militantes o simpatizantes del ala ultra de Cambiemos.
No es una exageración: hubo articulaciones desde el Parlamento y los grupos del agro más ultra, asociados a Patricia Bullrich. Y en ningún caso hubo responsabilidad para contener los efectos sanitarios de una congregación sin distanciamiento en todo el país. Tanto, que buena parte de la dirigencia dialoguista pidió no adherir a priori a la marcha. Cerca de las siete de la tarde del 9 de Julio, Mauricio Macri entró a Twitter y escribió “Libres”, con una foto de las manifestaciones del “Sí, se puede”. Un saludo a la patria agrietada fuera de tiempo, de lugar. Un huella que explica, en parte, lo anterior.