#1M APERTURA DE SESIONES

El borroso mundo de Fernández, entre la soledad y la maldita deuda

El Presidente le dedicó muy poco tiempo de su discurso a la inserción externa del país. Entre la falta de interlocutores y el hit del verano. Gambeta a Bolsonaro, guiño a China y Rusia. ¿Y Trump?

De las 9.895 palabras que formaron parte del discurso de apertura de sesiones del Congreso que pronunció el presidente Alberto Fernández el último domingo, solamente 261, 2,63%, se refirieron a la política exterior del país. En función de sus antecedentes sería injusto achacarle desinterés por la materia. Al contrario, y él mismo lo ha manifestado así, el área es vital para un país que solo saldrá de la crisis que atraviesa cuando logre, al menos, duplicar sus exportaciones y vencer la escasez de divisas. La respuesta para semejante subestimación radica en otro lado: lo inhóspitos que resultan la región y el mundo actuales para su visión progresista y lo difícil que es definir hoy una inserción sin tener cerrada la renegociación de la deuda pública.

 

Si se consideran, de hecho, las referencias al problema de la deuda, otro aspecto del vínculo con el mundo, hay que sumar 853 palabras más de su mensaje, esto es un 8,62% del total. Esa es una buena medida del desvelo presidencial por la cuestión.

 

 

El horario en el que se convocó a los asistentes a la presentación presidencial, al mediodía en punto, fue expresivo en sí mismo de las dificultades de la inserción internacional de la Argentina albertista. La decisión, se sabe, le impidió cumplir con la tradición de asistir a la asunción de su homólogo uruguayo, Luis Lacalle Pou. Si bien la intención de este de hacerse con parte de la crema del universo de los contribuyentes impositivos argentinos a través de un programa de incentivos no está a la altura de la buena relación que este y Fernández parecieron trabar en un comienzo, la causa fue otra: que la ocasión no diera pie a una primera reunión cara a cara con el brasileño Jair Bolsonaro capaz de minimizar su mensaje ante la Asamblea Legislativa.

 

Aunque lacónicamente, Fernández se refirió a la región en general y al Mercosur en particular.

 

“Nuestra política exterior tiene como propósito un dinamismo pragmático, en un mundo de soberanías multidimensionales”, estableció. “Siempre tenemos como pertenencia y como horizonte a una América Latina unida. Trabajaremos para fortalecer la institucionalidad democrática en Sudamérica y en la región. Vamos a contribuir para que América Latina encuentre su voz, expanda su agenda y reconfirme los principios”, dijo el Presidente.

 

El problema para la aplicación de esa inclinación es que el péndulo regional ha virado decididamente hacia el lado de los Estados Unidos y que, con el presidente trumpista que manda en Brasil, no existe hoy un contrapeso regional suficiente a esa fuerza irresistible.

 

 

 

Fernández está solo y su visión, incluso, luce un tanto demodé. Entre sus definiciones, Fernández añadió la apuesta a “la solución pacífica de controversias, el apoyo al multilateralismo, el respeto al derecho internacional y a los derechos humanos”, visiones que chocan con la predominante, por caso, en torno a Venezuela.

 

También se refirió al Mercosur, dentro del cual manifestó su vocación de “fortalecer una integración regional y global que a su vez sea una integración social, productiva y democrática de nuestros países”. Sin embargo, mientras Bolsonaro demanda que se dé al bloque una orientación de apertura, Fernández abogó por una que “mire hacia sus propios integrantes y sus propios pueblos”.

 

Pareció apelar a la prédica desarrollista que hoy es mala palabra en Brasil cuando habló de “una integración dinámica de su estructura en materia productiva”, pero endulzó en algo los oídos de su vecino del norte al hablar de “garantías de inversiones, de compras públicas, de mejora de trámites aduaneros, de armonización de estándares laborales, sanitarios, ambientales y sociales”. “La integración bien entendida comienza por el hogar común”, indicó, pero si bien ese tipo de reformas institucionales son parte de la agenda que impulsa Brasil, sus ambiciones no se agotan allí.

 

Fernández abordó esa cuestión al prometer “avanzar con una agenda sin exclusiones, en la que avancemos en esquemas de asociación con países desarrollados, con países emergentes y con países en desarrollo”. Las palabras son importantes, sobre todo en este punto: allí donde Fernández dice “esquemas de asociación”, el ambicioso Bolsonaro desearía escuchar “libre comercio”.

 

 

 

Puede llamar la atención la alusión a la decisión de trabajar “activamente” para “reafirmar nuestras asociaciones estratégicas integrales con China y Rusia”, pero quien exagere ese punto no entiende a Trump. El estadounidense no es necesariamente monógamo y él mismo ha buscado esos mismos objetivos, aunque presionando en pos de ventajas para Estados Unidos. El jefe de la Casa Blanca no tiene problemas con que esos países comercien con la región e inviertan en ella (maná del cielo para una Argentina que tiene vedada cualquier otra fuente de financiamiento), al menos mientras el “patio trasero” no dé a empresas chinas ventajas en sectores estratégicos, como el de las telecomunicaciones o el de tecnologías de uso dual, tanto civil como militar.

 

Hasta ahí llegaron las definiciones del mundo de Alberto. El otro capítulo internacional fue el de la deuda, problema que definió como “el mayor escollo que enfrentamos”.

 

Más allá de la anunciada investigación sobre la fuga y proclamas sobre un “nunca más” a un “endeudamiento insostenible”, ponderó la “intensa acción diplomática internacional” de su gobierno en busca de respaldo, sobre todo ante el Fondo Monetario Internacional (FMI).

 

En la lista de benefactores rescató al papa Francisco y a los gobiernos de Israel, España, Francia, Italia y Alemania. Aunque siente que cuenta también con su aval, no habló de Estados Unidos (¿omisión o concesión retórica a la tribuna K?), pero sí se ufanó de que “el propio Fondo Monetario Internacional ha señalado que la deuda argentina no es sostenible”. “Nos ha dado la razón”, se felicitó.

 

No falta tanto para constatar hasta qué punto lo dicho recientemente por el organismo es sustancia o tribuneo. Cuando pase, junto con el verano, la fase aguda de la renegociación, el mundo inevitablemente merecerá más palabras en el vocabulario de Fernández. Por el momento cuesta demasiado pensar en pasado mañana.

 

Alberto Fernández.
Jorge Macri y Javier Milei

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