Más allá de apoyo en la negociación en curso para refinanciar la deuda argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI), Alberto Fernández procuraba este martes en sus reuniones con Pedro Sánchez, el presidente del Gobierno de España, y el rey Felipe VI elementos valiosos de política internacional que pocos países pueden ofrecerle: una mirada común sobre ese escollo que supone Venezuela para la relación con Estados Unidos, un defensor en su intento de moderar el impacto que tendrá en los próximos años para el país el tratado de libre comercio con la Unión Europea (UE) y, más en general, una afinidad ideológica progresista que constituye toda una rareza en el mundo actual.
El presidente argentino ha cultivado, a lo largo de los años, muy buenas relaciones dentro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), la izquierda moderada de ese país. Esta, con Sánchez al frente, ahora gobierna con el apoyo de Unidas Podemos, una alianza nucleada en torno a Pablo Iglesias y al partido que nació durante el movimiento de los indignados que suele ser presentado como de “izquierda radical”. Podemos es uno de los sectores políticos más asimilables de toda Europa a lo que en la Argentina se conoce como kirchnerismo y tiene como referencia la obra del argentino Ernesto Laclau, el gran teórico del populismo. Es, en definitiva, una coalición similar al Frente de Todos.
Esa cercanía, que se refuerza por el azar de que Fernández sea el primer mandatario extranjero en visitar a Sánchez en Madrid, constituye un bien escaso en el conjunto de las principales relaciones internacionales de la Argentina, que en la actualidad son todas de derecha: Estados Unidos, todo el Mercosur (Brasil, Paraguay y Uruguay desde el mes que viene), Chile y más.
Además de mitigar su soledad, Sánchez le brinda al argentino una mirada común en la gran piedra en el zapato de la relación con Donald Trump: la eterna crisis del chavismo.
España es uno de los líderes del Grupo Internacional de Contacto (GIC) sobre Venezuela, que en Europa integran, además, Alemania, Francia, el Reino Unido, Italia, Portugal, Suecia y Holanda y en América Latina Ecuador, Costa Rica y Panamá. El GIC aboga por una salida negociada que incluya elecciones verdaderamente libres, opuesta a la vía de hecho, incluso militar, que han apoyado Estados Unidos y sus aliados en el hemisferio, incluida la Argentina de Mauricio Macri. Es exactamente la línea del gobierno nacional.
España es la segunda fuente de inversiones en la Argentina , por detrás de Estados Unidos, y cuenta con el atractivo de ser la quinta economía de la Unión Europea (UE).
Constituye, asimismo, un aliado valioso en lo económico y uno de los países que la Argentina define como “socios estratégicos”. El comercio bilateral superó los 3.000 millones de dólares en 2018, con exportaciones nacionales por 1.588 millones, lo que arrojó un leve superávit para el país, al igual que en los últimos 20 años; otra rareza en medio de la tendencia a acumular saldos en rojo ni bien pasan los efectos de las repetidas megadevaluaciones.
Además, se trata de la segunda fuente de inversiones en el país, por detrás de Estados Unidos, y cuenta con el atractivo de ser la quinta economía de la Unión Europea (UE).
Más allá de la fuerte apuesta española por el país, con la presencia de la mayoría de sus empresas más emblemáticas, el de las inversiones es un capítulo en el que los roces se han dado de una manera que ha saltado llamativamente la grieta ideológica que divide a la Argentina: los modos de la expropiación de YPF a Repsol son una herida que dejó el gobierno de Cristina Kirchner y el favoritismo por Clarín en desmedro de los intereses de Telefónica es una que legó Macri y que pesa hasta hoy en el ánimo de los empresarios españoles. Fernández deberá comenzar a superar esa desconfianza que creció con los años.
La Argentina espera desde hace tiempo inversiones de segunda generación, en las que España podría jugar un rol importante. Consumadas y maduras ya las vinculadas a telecomunicaciones, banca, energía, construcción y juegos de azar, entre otros sectores, se espera un boom en materia de turismo. Pero para eso, el país primero deberá sanear mínimamente una macroeconomía que enloquece.
En paralelo con lo anterior, España puede constituir un puente hacia la UE en otro ítem que Fernández incluye en la pesada herencia que recibió de su antecesor: el acuerdo de libre comercio firmado entre ese bloque y el Mercosur.
El Gobierno está preocupado por el impacto que ese entendimiento puede tener en los próximos años en el sector industrial argentino, el más castigado durante el cuatrienio macrista. En ese sentido, aunque no se plantea de ningún modo darle una patada a la mesa, busca en su letra chica formas de amortiguar y ralentizar la apertura de los renglones más sensibles y menos competitivos para evitar mayores daños sobre la producción y el empleo.
Fernández sabe que en eso también está solo: el entusiasmo de los socios regionales es total respecto de la apertura hacia Europa. Acaso España pueda, como otras veces, ser parte de una solución.