Después de la postergación de la visita que tenía previsto realizar a su homólogo brasileño Ernesto Araújo debido al viaje en el que acompañó al presidente Alberto Fernández a Israel, el canciller Felipe Solá confirmó que estará en Brasilia el miércoles 12 de febrero para poner en escena la normalización de la relación bilateral. Pasada la etapa de los ataques políticos y personales que emanaron del mandatario de ese país, Jair Bolsonaro, y de uno de sus hijos, el diputado Eduardo Bolsonaro, llega el momento de poner sobre la mesa los puntos de vista concretos de cada país sobre temas sensibles como el futuro del Mercosur y el nivel de apertura comercial que se desea habilitar, lo que anticipa nuevos roces. Comienza una etapa de desafíos fuertes para la diplomacia nacional.
Como informó Letra P, la reubicación del lazo binacional en carriles normales fue producto de un intenso trabajo de Solá y del embajador designado en el país vecino, Daniel Scioli, quienes tejieron con paciencia una aproximación al palacio presidencial del Planalto a través de una serie de intermediarios de buena voluntad. Entre estos últimos se contaron empresarios, el vicepresidente brasileño, general Hamilton Mourão,y la plana mayor del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA), un organismo dependiente de la Organización de Estados Americanos (OEA) con sede en Costa Rica, cuyo director es el argentino Manuel Otero. Este, su asesor Jorge Werthein y el flamante director del IICA en el país, el brasileño Caio Dornelles da Rocha, fueron hombres clave en el operativo de acercamiento.
LA ROSCA, A PLENO EN CANCILLERÍA. Da Rocha fue presentado el último jueves en un evento en el Salón Dante Caputo del Palacio San Martín, en el que, con poca sorpresa dada la presencia de tantos amigos, se despidió cálidamente a Scioli, quien se haría cargo formalmente de la embajada en Brasilia después del Carnaval.
Fueron de la partida, además de los tres hombres del IICA mencionados, el empresario Hugo Sigman, a quien el instituto nombró embajador de Buena Voluntad; el ministro de Salud, Ginés González García; diplomáticos; referentes de lo que se llamó en su momento “sciolismo”, el número dos del ministerio brasileño de Ciudadanía, un ministro cercano a Bolsonaro y otro que tiende puentes, Osmar Terra; el embajador brasileño, Sérgio França Danese; quien fuera jefe de gabinete de Michel Temer, el aún influyente Eliseu Padilha, y Mario Montoto, el presidente de la Cámara de Comercio Argentino-Israelí. “Marito, gracias por haber venido”, saludó Scioli a este último, a quien muchos consideraban, equivocadamente, en Israel junto al canciller Solá y al presidente Fernández.
VOLVER A EMPEZAR. Ya con la agenda liberada, Solá viajará el 12 del mes que viene a Brasilia junto al embajador designado y al secretario de Asuntos Estratégicos de la Presidencia, Gustavo Beliz. La agenda de reuniones, destinada a constituir el kilómetro cero de la nueva relación, incluye a Araújo y a otro militar, el ministro del Gabinete de Seguridad Institucional, general Augusto Heleno, como Mourão, otro referente del ala militar en la que el Gobierno nacional encontró, sorpresivamente para algunos, una vía de acceso moderada y dialoguista al universo a veces caótico que constituye el bolsonarismo.
Se espera que Solá y Araújo le pongan fecha a una visita de Presidente a Brasilia, una posibilidad que abrió el propio Bolsonaro cuando dio por superadas las diferencias tras la asunción y los gestos conciliadores del argentino.
FUTURO IMPERFECTO. El reencauzamiento del vínculo con el principal socio comercial de la Argentina es solo el comienzo de lo que viene. Y lo que viene es una agenda que consta de una serie de puntos en la que los desacuerdos se destacan largamente.
La apertura del Mercosur es, para Fernández, una línea roja, dada su decisión de no desmantelar más la industria nacional después de cuatro años de macrismo.
En la videoconferencia del 26 de diciembre, Araújo, uno de los abanderados del ala ideológica de ultraderecha del gobierno de Brasil, le planteó a Solá el deseo de su administración de reducir drástica y rápidamente el Arancel Externo Común (AEC) del Mercosur, lo que supondría una apertura radical del bloque. Solá le dijo que no, aunque sin pronunciar la palabra maldita. “Argentina acepta esa discusión, pero sector por sector”, le contestó el argentino, algo que su homólogo aceptó aunque sin entusiasmo.
Mejor algo que nada, habrá pensado, aunque eso implique un diálogo técnico que se sumergirá en los próximos meses en un universo de 70 mil ítems del comercio del bloque, un verdadero berenjenal que hace imposible imaginar cuál será el saldo de la aventura.
Es conocido que esa es, para Fernández, una línea roja, dada su decisión de no desmantelar más la industria nacional después de cuatro años de macrismo que resultaron fatales para ese sector.
Al problema del AEC se suma la exigencia brasileña de negociar tratados de libre comercio individualmente y no en bloque, así como la aplicación a diferentes velocidades de los ya firmados, como el reciente con la Unión Europea (UE). Ese Mercocur bonsái había sido aceptado de palabra por Mauricio Macri, pero el cambio de gobierno hace que la respuesta argentina actual a ambas cuestiones sea no y no.
En referencia al tratado con la UE, la Argentina no manifiesta oposición, pero quiere aprovechar el actual plazo de revisión para asegurar, también por esa vía, un nivel de protección razonable para el empresariado local, tanto industrial como de sectores valiosos como el del software. Sabe, además, que el tiempo le jugará a favor, porque, pese al furor librecambista de Bolsonaro, el acuerdo, que debe ser ratificado por los 27 miembros de la UE (el Reino Unido saldrá de ese bloque a fin de mes), está de hecho empantanado por la resistencia de Austria, Francia, Irlanda y otros estados.
Dentro del Mercosur, Argentina estará sola en su postura proteccionista: la línea ultraliberal de Brasil es secundada por los socios restantes, Uruguay y Paraguay, países sin un desarrollo industrial que cuidar y a los que les conviene abaratar sus costos internos a través de importaciones más baratas desde mercados extrazona.
“Esperamos que Brasil vuelva a plantear toda esa agenda. Ahí se vera”, le dijo, sin certezas, una fuente de Cancillería a este medio.
Scioli sabe que, como embajador, la va a tener complicada cuando esos temas espinosos se planteen. Entonces llegará el momento de poner a prueba en serio la muñeca política en la que Solá y el Presidente confiaron al designarlo.