“Al Presidente le faltó llorar como a (el canciller Jorge) Faurie, nada más. Yo no los felicité, les dije que mejor nos pongamos a trabajar”. La charla se dio cuando dos empresarios caminaban hacia los autos, a la salida de la reunión que más de 50 cámaras mantuvieron con Mauricio Macri en Olivos. En el mitin, el jefe del Estado se mostró efusivo con el acuerdo alcanzado entre el Mercosur y la Unión Europea. Les pidió a los hombres de negocios que hagan política, sumen diputados al Congreso y trabajen para que la iniciativa se apruebe. El Círculo Rojo vivió el pacto como un hito en el apoyo al Gobierno, una formalización del Círculo Amarillo. Y actuó en consecuencia: emitió un comunicado de apoyo sin mayores detalles que el respaldo a la idea. Hizo punta el Foro de Convergencia Empresaria, que reúne a dirigentes de entidades a título personal. Se plegaron otros en sendas entrevistas en medios. Es el lado A del acuerdo.
El lado B es la cara real. Lo que los actores dicen en privado y preservan en público, para no dañarse entre ellos. Una idea fuerza: el establishment está de acuerdo en la concepción de una economía abierta, pero le manifestó al propio Macri que en las condiciones actuales, si el acuerdo se implementara, “sería el acta de defunción de muchos sectores”.
No exageró el Rey de la Soja, Gustavo Grobocopatel, con sus expresiones en este sentido. En casi todos los sectores económicos ven que las distorsiones del Modelo M y una parte de lo que se heredó del kirchnerismo desde 2012 en adelante ponen a Argentina en una situación delicada ante cualquier apertura. Un país sin crédito, con tasas récord, inflación elevada, incertidumbre política, desempleo, costos altos y sin mercado interno versus un Brasil sin problemas financieros y una Europa altamente subsidiada y competitiva hacia adentro y hacia afuera. Por eso hubo bronca generalizada en la Unión Industrial Argentina (UIA) cuando, solo unas horas después de la reunión en la quinta presidencial, Macri adelantó que charló con su par brasileño, Jair Bolsonaro, sobre otro supuesto acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos.
“No se vuelvan locos. Esto va para largo. Lógicamente, es un acuerdo que nos sirve desde lo político para mostrar algo positivo en la economía donde no había nada para exhibir”, dijo uno de los representantes técnicos del Ministerio de Producción en las primeras reuniones privadas que hubo con sectores ávidos de conocer detalles. El Gobierno cree que el convenio, que ni los empresarios entienden, es un oasis en las malas nuevas de la actividad. Y que será uno de los ejes de la campaña. En la Casa Rosada admiten que “quizás ni nosotros veamos los resultados, pero es lo que hay hoy y es importante”.
La efervescencia en Argentina tiene dos límites desde el lado empresario. El primero, las noticias que llegan desde Francia. La vocera de Emmanuel Macron aseveró que el país no está aún listo para ratificar el acuerdo. El premier galo ya viene golpeado en su imagen por la rebelión de los chalecos amarillos y se le abrió otro frente de tormenta: productores agropecuarios alzados en armas que critican las condiciones del pacto con el Mercosur.
Según reportó France 24, el acuerdo provocaría la desaparición de 30.000 ganaderos de los 85.000 existentes en ese país y unos 50.000 empleos directos serían afectados. La Francia de Macron, que había sido junto con Bélgica la traba para cerrarlo en 2018, ahora fue la llave en un momento de convulsión en el viejo continente.
Acevedo, presidente de UIA, aclaró que acompaña la idea, pero quiere ver los detalles.
Al campo argentino, que apoyó en público al Gobierno, le molestan algunas cosas. Carlos Iannizotto, titular de Coninagro, le dijo al secretario de Agroindustrial, Luis Miguel Etchevehere, que “hay que ser cuidadosos con lo que pase con Brasil, los europeos quieren eso, no a nosotros”. Compartieron la idea sus colegas de la Mesa de Enlace. En la UIA, sus economistas, ya se vieron con los técnicos que puso a jugar Dante Sica. “No hay datos duros, puntuales. El tema no es el acuerdo, sino el grado de inteligencia de la integración”, dijeron a Letra P fuentes de esos encuentros.
Entusiasmado, Macri contó que charló con Bolsonaro un posible TLC con Estados Unidos.
La situación entre los CEOs es tan desordenada que hay grietas cerradas que se abrieron y otras abiertas que se cerraron.
Cristiano Rattazzi, el ítalo argentino que conduce la FIAT, “está feliz” con el acuerdo por su cercanía a Cambiemos. La cámara de la entidad autos, ADEFA, ya tiene ruidos fuertes. Lógico: el mercado exportador es casi 80% brasileño. En la otra esquina, el abismo en la industria del vino se cerró. COVIAR, la cámara peronizada que criticaba el acuerdo, casi que se plegó a los elogios de Bodegas de la Argentina. Los lecheros, por su parte, le plantearon a Macri en Olivos una queja fuerte: “Con este nivel desempleo, va a ser difícil”, dijo Miguel Paulón, del Centro de la Industria Lechera (CIL). Luego de haber sido parte de la reunión en Olivos, el titular de CAME, Gerardo Díaz Beltrán, invitó a Macri a la entidad y le dejó el mensaje con el que todos coinciden. “Si no baja el costo argentino”, el acuerdo es una quimera.
La foto de hoy muestra a un gobierno entusiasmado por algo que no será inmediato y a empresarios y gremios en alerta por las condiciones de una integración que no parece estar cerca de clarificarse.