Las encuestas que desfilan por la Casa Rosada, la residencia presidencial de Olivos y la sede partidaria del PRO expresan lo mismo, sin importar quién las encargue o las pague: el escenario electoral para el presidente Mauricio Macri exhibe una derrota segura en las PASO del 11 de agosto y un panorama complejo en la primera vuelta electoral. La cúpula del Gobierno ya digirió e interpretó esos números. Por estas horas, el jefe de Estado comenta ante quien quiera oír que sufrirá un traspié en las primarias, pero que ganará el ballotage sobre la base de lo que denominan el “voto espanto”.
Macri defiende esa hipótesis aferrado a la idea que le llevaron el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y Jaime Durán Barba: el oficialismo trabajará -así lo afirma el asesor ecuatoriano- sobre el “voto espanto”. Es una categoría dibujada a medida de la estrategia de polarización con el kirchnerismo. “Pesa más el miedo que la decepción”, repiten en la Casa Rosada para respaldar una hipótesis que instaló el dueto estrella de las campañas del macrismo.
Ministros, secretarios y amigos que circularon durante los últimos días por Olivos coinciden en que el Presidente está “confiado” y “calmo”. A todos les recita la misma estrategia y el mismo plan de trabajo, apalancado por los sondeos de opinión que encarga la Jefatura de Gabinete. Macri admite que el malestar económico se hará sentir en las primarias y que la coalición Cambiemos pierde ante la fórmula Alberto Fernández - Cristina Fernández de Kirchner, pero comienza a levantar para forzar una segunda vuelta y, finalmente, alzarse con la victoria. Una mímesis de las elecciones del 2015.
Según Peña y Durán Barba, ese panorama generará un efecto temor que aumenta las chances del oficialismo para el ballotage. Lo bautizaron “voto espanto”. Algunos prefieren hablar de la confrontación “miedo versus decepción”. Ese esquema rendiría sus frutos, admiten en el comando electoral PRO, si la diferencia -en las PASO- entre el kirchnerismo y Macri fuera igual o menor a diez puntos, como sucedió hace cuatro años. Esa jugada contempla un capítulo vital: el PJ Federal debe mantener una candidatura que exprese una tensión con el kirchnerismo. El propio Macri se encargó de fogonear la tercera vía en sus diálogos reservados con Miguel Ángel Pichetto, Juan Schiaretti y Juan Manuel Urtubey, fotos y abrazos incluidos.
“¿Quién dijo que Macri no hace política?”, disparan en Balcarce 50. El Presidente dedica tiempo a mantener encendida la llama del peronismo federal para evitar la temida unificación del PJ, pero la discusión con la Unión Cívica Radical (UCR) lo tiene sin cuidado. Delegó esa faena en el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, y el propio Peña, que terminó a los gritos con Alfredo Cornejo y el resto del G6 de la UCR en la reunión en la que se ¿empezó? a discutir la estrategia electoral. El único ausente fue Ernesto Sanz, que pasó un rato antes a saludar y luego se dirigió al Colegio de Abogados a brindar una charla con el senador Pichetto.
Macri, que también estuvo en ese evento, aún no termina de comprender el “enojo” del ex senador mendocino, uno de sus primeros interlocutores en el partido centenario. El día previo a la Convención Nacional de la UCR en Parque Norte, Sanz fue de los más enérgicos en la cena de la cúpula partidaria en la sede del Comité Nacional.
Proliferaban las discusiones y el ex precandidato presidencial pidió la palabra para marcar "que nadie piense que por no firmar un documento crítico con el Gobierno luego los van a premiar con un carguito”. Días después, dijo abiertamente que “el PRO nunca creyó en una coalición” a la hora de formar Cambiemos.
La reunión del G6 con Peña comenzó y finalizó de mala manera. Una discusión en malos términos que embarró el debate y logró frizar la tensión hasta luego de las elecciones de este domingo en Mendoza y Jujuy, donde Cornejo y Gerardo Morales apuestan a retener sus distritos a fuerza de campañas provinciales y alejadas de la imagen de Macri y el Gobierno. Dedicarán el triunfo al armado local que conducen, pero saben que la Casa Rosada prepara un aluvión de mensajes vía redes sociales y medios de comunicación para nacionalizar ambos resultados.
En el cónclave del martes, Peña negó cualquier posibilidad de internas con Macri, puso sobre la mesa la vicepresidencia y anotó en un papel los reclamos radicales, que son los mismos desde hace semanas. El gesto de anotar los pedidos, lapicera en mano, fue tomado como una burla por la UCR. Pero el encuentro se desmadró cuando el PRO sugirió a Mario Negri como compañero de fórmula de Macri.
El Gobierno buscó medir el termómetro radical y comprobó cómo los dirigentes de la UCR se enojan a la velocidad de la luz cuando se desliza una imposición de candidaturas de un referente de su propio partido. Ríe Elisa Carrió, que respalda a su amigo cordobés, pero niega cualquier conexión con esa propuesta del macrismo. La chaqueña se llamó a un “silencio estratégico” e hizo llegar un mensaje: “El vice lo elige el Presidente”. La líder de la Coalición Cívica se mantiene al margen de esa discusión y sólo marcó que el compañero de fórmula de Macri debe “respetar los valores de Cambiemos”. Peña, a su manera, buscó medir el humor radical.
Por fuera de la rosca electoral, la preocupación madre del Presidente pasa por dos números: dólar e inflación. Si la polarización es la viga maestra sobre la que se sostiene el relato de campaña, la estabilidad económica es el sustento que lo deja dormir tranquilo y soñar con la reelección.