La desesperación al poder

La urgencia hace bajar todas las banderas para salvar el proyecto. ¿Será con Macri? Dólar intervenido, precios congelados y control a las empresas. El Fondo, amarillo. Cuestión de herencia.

Los detractores acusan a Mauricio Macri de haber mentido en la campaña que lo llevó al gobierno en 2015. Sin juzgar esa esgrima, hay que reconocer que en algo dijo toda la verdad: para él, la ideología no es lo importante a la hora de gobernar. Así, entre el martes y este miércoles su administración presentó un plan económico que quema todas las banderas en el altar de la continuidad de un proyecto de poder que se ve más amenazado que nunca. ¿Seguirá siendo el suyo? Eso se verá, en buena medida, de acuerdo a cómo marchen las cosas.

 

 

INSPIRACIONES. Las medidas, de fuerte cuño intervencionista, están impregnadas con el perfume que usa María Eugenia Vidal. Un aroma que parece el mismo de los aliados radicales, aunque si de medidas económicas de emergencia se trata es mejor no agitar esa parte de la memoria. El dato no es inocente: pese al empeño oficial en negarlo, la gobernadora bonaerense sigue siendo el “plan V” de muchos inversores financieros que se jugaron demasiado al voluntarismo de Macri y que, dados los resultados de la política económica, han perdido mucho dinero con los títulos de la deuda argentina. Y si no, un peronista “racional”. Así las cosas, este plan “Felices Pascuas” es hijo, más que de los números ominosos de la inflación difundidos el martes y presentidos desde mucho antes, de otros indicadores: los de las encuestas de Jaime Durán Barba.

 

 

 

Efectivamente, si algo no se le puede achacar al Gobierno es ser dogmático. Los planes económicos de campaña eran de fuerte impronta fiscalista y ortodoxa, hasta que el aterrizaje inesperado de Alfonso Prat-Gay en la galaxia macrista terminó con las aspiraciones de Carlos Melconian, cuya suerte quedó echada cuando el plan gradualista de aquel le pareció a Marcos Peña mucho más apto para acompañar el proceso de acumulación de poder que necesitaba una administración en minoría parlamentaria. Luego, al fracaso de esa receta, más por el sobre endeudamiento que implicó que por su enfoque cauteloso en lo fiscal, le siguió la fase monetarista negociada con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y, al de esta, el nuevo plan económico, sorprendentemente intervencionista.

 

HAY PLAN. La ortodoxia grita hoy contra el neo kirchnerismo cambiemita y asegura que lo que se ve no es un plan sino un conjunto caótico de medidas aisladas. Sin ponderar, todavía, las calidades del programa, se debe discrepar con esa mirada. Hay un plan, por cortoplacista y frágil que sea, ya que aborda las dimensiones fiscal (se supone), monetaria, cambiaria y de precios. En el paquete del populismo de los últimos seis meses entran grajeas de suave asistencialismo en forma de créditos subsidiados (¿cuántos se sentirán en lo laboral y en sus ingresos en condiciones de tomarlos?), facilidades para el pago de deudas impositivas, remedios con descuento para receptores de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y un poco de asado barato. 

 

Se trata de un plan, entonces, aunque sea heterodoxo. No existe otra cosa cuando la política está dictada por encuestas que miden el humor preelectoral de la gente.

 

Las medidas anunciadas son un plan, aunque sea heterodoxo: no existe otra cosa cuando la política está dictada por encuestas que miden el humor preelectoral de la gente.

Lo fiscal, se supone viene de la mano del déficit primario, esto es antes del pago de la deuda, (casi) cero prometido al FMI. Si se siguen acumulando los subsidios y estímulos, mientras la recesión desploma la recaudación, el objetivo entra en un cono de sombras. Pero Christine Lagarde ya demostró que ella y su Directorio están dispuestos a perdonar desviaciones en pos del objetivo mayor: la reelección de Macri.

 

Por otro lado, el auxilio necesario para las empresas con deudas impositivas apunta, además de a una necesidad, a sostener una recaudación que tambalea.

 

En lo monetario, ya es conocido el compromiso del presidente del Banco Central, Guido Sandleirs, de no expandir en lo absoluto la base monetaria hasta fin de año.

 

Lo cambiario condensa buena parte del esfuerzo oficial. Macri, Nicolás Dujovne y Guido Sandleris no sorprenden y, aunque la tienen más difícil en este año de economía frágil y elecciones de pronóstico delicado, buscan lo mismo que todos los gobiernos antes de llegar a las urnas: usar el dólar como ancla contra la inflación, clavarlo si es posible, y así, de paso, facilitar alguna ganancia real de los salarios y el consumo.

 

Para eso se opera en varios frentes. Aunque el campo viene liquidando sus divisas de exportación satisfactoriamente, el Tesoro suma oferta por 60 millones de dólares por día. Al parecer innecesarios en el corto plazo, esos fondos, prestados y bendecidos por el Fondo, apuntan a aplastar la cotización en el corto plazo. Algo que, más allá de su dosis módica, no deja de ser una intervención en el mercado.

 

Por si eso fuera poco, Sandleris anunció el martes la derogación de facto del sistema de bandas cambiarias. En efecto, la misma deja de actualizarse diariamente al ritmo de un 1,75% mensual, como era hasta ahora, y queda fija hasta fin de año con un piso de $39,75 y un techo de $51,45. Pero ese piso de la “zona de no intervención” (ZNI) no será operativo hasta el 30 de junio, por lo que si la divisa perfora a la baja aquel valor, el Banco Central no saldrá a comprar los 150 millones de dólares diarios que le permite el acuerdo con el FMI. La señal es clara: el dólar para el Gobierno ya no tiene piso y los agro exportadores harían muy bien en apurarse a vender los suyos, ya que no va a haber nadie que les sostenga la paridad a, como mínimo, dicho valor de referencia.

 

Si hay que juzgar lo que ocurrió este miércoles en el mercado cambiario, la jugada arrancó con efectividad, ya que el billete verde caída con fuerza. Pero efectividad no es éxito.

 

 

 

En efecto, más allá de los vaivenes de corto plazo, producto de la sensibilidad extrema que produjo la torpeza en el manejo de la interminable corrida contra el peso del año pasado, el dólar cotiza hoy a niveles de septiembre. Desde entonces, la inflación ha sido muy fuerte, lo que implica un atraso relativo del tipo de cambio. Se argumentará, con razón, que eso no da para preocuparse después de una suba brutal del orden del 110% de 2018, pero, si Sandleris tiene éxito, la erosión cambiaria seguirá al menos hasta junio, acaso un modo imprudente de permitirle a ese demonio verde que vuelva a tomar carrera. Pero en verdad, el Gobierno desea que el dólar siga anclado hasta las elecciones, algo en lo que va el destino de la inflación y del proyecto electoral.

 

En este punto cabe mencionar, otra vez, la complacencia infinita del Fondo, que se muestra tan pragmático como su protegido. La virtual derogación de la ZNI fue pactada con el organismo y hay motivos para sospechar que el futuro puede deparar más sorpresas. ¿Qué pasaría si, fantasma de Cristina Kirchner mediante, el dólar se empina demasiado rápidamente hacia el techo de la banda? ¿El Tesoro (Dujovne) se conformará con seguir vendiendo de a 60 millones en dos licitaciones diarias mientras la divisa siga por debajo de los mencionados $51,45? ¿Solo volcará los 150 millones pactados si supera ese valor? ¿O, como ha sido frecuente en el pasado, el Banco Central hará la suya, intervendrá más masivamente y después simplemente pedirá otro waiver? El mercado apuesta por la última opción.

 

Otra dimensión del plan es el congelamiento de precios.

 

Al terminar con los aumentos de luz, gas y transporte, el Gobierno toma una medida más efectista que otra cosa: se sabe que los aumentos se habían acumulado en el primer cuatrimestre para, después, entrar en una tregua electoral. Con todo, cabe preguntarse con qué argumentos defenderá el oficialismo una medida que la oposición trató de imponer en sesiones especiales allá por marzo del año pasado y, de nuevo, a principios de este mismo mes. ¿Tachará sus propias medidas actuales de “demagogia” y “populismo”?

 

 

¿Con qué argumentos defenderá el oficialismo una medida, como el congelamiento de tarifas, que la oposición trató de imponer en sesiones especiales allá por marzo del año pasado y, de nuevo, a principios de este mismo mes? ¿Tachará sus propias medidas actuales de “demagogia” y “populismo”?

 

 

Lo mismo se pretende hacer con los precios de una canasta acotada de productos de primera necesidad, a los que se sumarán el asado, el vacío y el matambre, en cantidades que el ministro de Producción y Trabajo, Dante Sica, defendió en comparación con lo que vende el Mercado Central pero que son una gota de agua en el mar del consumo total de la argentinidad carnívora.

 

 

 

Eso, el congelamiento de precios por seis meses (¡casualidad!: justo hasta octubre) arrancó mal debido a una serie de remarcaciones preventivas. Tal conducta apuntala las dudas sobre el funcionamiento del programa. ¿Surtirán las empresas debidamente las góndolas con los precios accesibles? ¿Qué pasará cuando la gente los elija masivamente y deje de lado los que no los tienen? ¿Habrá racionamiento? En estas preguntas radica un elemento clave de lo que viene: hasta qué punto el “círculo rojo” pondrá el hombro para salvar el proyecto macrista, algo así como tolerar el populismo de hoy para evitarse el de mañana.

 

Sin embargo, el Gobierno no les habla a los suyos solo con el corazón. Así, amenaza con endurecer la ley de Defensa de la Competencia contra “los abusos de posiciones dominantes o posibles conductas monopólicas de grandes empresas”. Un léxico bien kirchnerista. ¿En qué te han convertido?

 

Otra vez: ¿cómo defenderá el oficialismo en la campaña electoral contra los candidatos peronistas su versión del control de precios, que, además, dice que será efectivo, con inspectores en la calle, bien a la vieja usanza? El video en el que Macri le explica las medidas a una votante de Cambiemos decepcionada pero receptiva da una pista. Con todo, ¿no era que medidas de ese tipo eran la explicación de 70 años de fracaso y un tránsito seguro hacia un destino venezolano?

 

 

 

EL EFECTO “TU SAM” (PUEDE FALLAR). Desde ya, el éxito del plan “Felices Pascuas” dista de estar asegurado y son muchas las cosas que pueden hacerlo naufragar.

 

Para empezar, es estrictamente de corto plazo, destinado a que el Gobierno no termine de perder las riendas de la economía y, en definitiva, del país.

 

Además, si bien el Gobierno da con él muestras de su pragmatismo a ultranza, cabe preguntarse sobre su vocación para aplicar las medidas de control de precios con verdadero poder de policía. ¿Funcionaría un esquema a lo Moreno pero sin pistola?

 

El dólar, una de las bases de todo el programa, es un albur que depende, en gran medida, de cómo evolucione la incertidumbre electoral.

 

Pero, lo peor, es que varias de sus disposiciones parecen apuntar en direcciones opuestas. Se acentúa la restricción monetaria, pero se aumentan algunos beneficios y préstamos subisdiados. Mientras, se pisa el dólar para que los salarios se recuperen un poco de la paliza que sufrieron el año pasado. ¿Incluirá eso los sueldos de los trabajadores estatales? Si la decisión de Vidal de, por fin, de dar el brazo a torcer ante Roberto Baradel y reconocerles la inflación pasada y futura a los docentes bonaerenses "hace escuela", el objetivo de alentar el consumo estará más cerca de cumplirse, pero la meta fiscal se alejará bastante. El ciclo de paritarias que está por comenzar será decisivo para terminar de delinear la inflación del año, que, pronósticos públicos aparte, la mayoría de los economistas ya ubican en torno al 40%... si todo sale bien.

 

 

 

Después de la tormenta, habrá que hacer el control de daños. La deuda contraída aluvionalmente, que luce cada vez más impagable; una inflación que, en el mejor de los casos, simplemente quedará reprimida; un tipo de cambio que, si el Gobierno tiene “éxito” en lo inmediato, volverá a acumular atraso; un tendal social…

 

Acaso Macri no evalúe tan ponderadamente su propia herencia cuando porfía en recluir a su delfina en la provincia.

 

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