Las licitaciones de dólares, un placebo con segundas intenciones

El Tesoro abulta innecesariamente una oferta que hoy es suficiente y se resta recursos para cuando hagan falta. Entre la volatilidad cambiaria y los objetivos electorales. Inflación y salario real.

 

El pedido del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, al FMI para que le aflojara las esposas y le permitiera influir de alguna manera en la cotización del dólar dentro de la amplísima “zona de no intervención” (ZNI) se produjo en momentos en que el mercado cambiario amenazaba con desatar un nuevo episodio de la corrida contra el peso. El Banco Central había exagerado con la baja de la tasa de interés, la inflación sumaba puntos de manera sorprendente y la divisa recuperó rápidamente posiciones en marzo. Faltaba todavía para que aparecieran los dólares de la soja y, en ese contexto, existían dudas respecto de la voluntad de sus dueños de venderlos o de atesorarlos en la mayor medida posible.

 

Sin embargo, los dólares del campo aparecieron, como podía esperarse, debido a la necesidad de los productores de pagar deudas y costos de la campaña pasada y de prepararse para lo que viene. El ritmo de liquidación, que en los últimos días ha tenido un piso de 100 millones de dólares diarios, resultó suficiente, al punto que el billete verde retrocedió en las cinco ruedas previas al debut de las licitaciones.

 

Así las cosas, ¿cuál es la utilidad de comenzar a usar justo ahora los 9.600 millones de dólares que el Fondo le autorizó al Tesoro a vender?

 

El debut del esquema parece extemporáneo.

 

Por un lado, lleva a gastar balas que pueden faltar en otro escenario, incluso uno que es bien previsible, cuando el avance del calendario político dispare la incertidumbre y la tradicional dolarización de carteras del bimestre previo a todas las citas electorales.

 

De la mano de eso, si el dólar vuelve a viajar hacia el piso de la ZNI, la continuidad de la inflación en niveles altos va a contribuir a la generación de una percepción de relativo atraso, que puede estimular también la dolarización de inversiones.

 

 

 

Desde ese punto de vista, habría sido más prudente que el aval del Fondo permitiera disponer más discrecionalmente de los mencionados 9.600 millones de dólares, de modo de que se pueda vender más cuando la presión de la demanda lo requiera y menos, o incluso nada, cuando esté tranquila, como ocurre ahora.

 

Además, cuando llegue la necesidad de intervenir en serio contra una escalada, los 60 millones de cada día serán apenas una gota de agua en el mar, ya que constituyen apenas el 10% de una rueda con volumen normal y ni que hablar de los momentos de corrida, cuando este puede más que duplicarse.

 

Así planteadas las cosas, todo el esquema parecería un diseño desafortunado. Sin embargo, hay que concederle al Gobierno en general, y a Dujovne en particular, que hacen lo que pueden cuando lidian con un FMI que, desde su posición de control casi total sobre la economía argentina, impone condiciones.

 

A priori, el Fondo no quiere saber nada de intervención cambiaria y prefiere que el dólar vuele a donde tenga que hacerlo, convencido de que esa flexibilidad es el mejor remedio contra los desbalances de la economía.

 

“Es importante recordar que el FMI no quiere que se usen sus dólares para frenar una corrida. Como ese es el mensaje que quieren dar, se van a vender 60 millones diarios independientemente de lo que pase con el precio.”, recordó, en diálogo con Letra P, el analista financiero Christian Buteler.

 

A priori, el Fondo no quiere saber nada de intervención cambiaria y prefiere que el dólar vuele a donde tenga que hacerlo, convencido de que esa flexibilidad es el mejor remedio contra los desbalances de la economía.

Sin embargo, de a poco, los funcionarios argentinos y la experiencia cotidiana lo van convenciendo de que este es un país especial, con una economía bimonetaria, y que los movimientos de la divisa no resultan tan racionales ni tan previsibles como en el resto del mundo, lo que hace que sus efectos sean mucho más destructivos.

 

Entonces, las licitaciones regulares y homeopáticas son una suerte de compromiso entre la insistencia de los argentinos en tener herramientas para intervenir y la resistencia del organismo a que lo hagan. De hecho, la propia concepción de la “zona de no intervención” refleja la misma transacción: hay un piso y un techo que habilitan al Banco Central a comprar y vender, respectivamente, hasta 150 millones de dólares por día, pero la distancia entre aquellos es tan grande, del orden del 30%, que en la práctica equivale a una libre flotación. Dujovne mira eso con recelo: teme que si la divisa toma carrera dentro de esos márgenes, no haya luego cómo frenarla. A esa inquietud responde el permiso de las 60 grajeas diarias.

 

“En un contexto de tranquilidad como el de la semana pasada, 60 millones de dólares, sumados a lo que vuelque el campo en este trimestre, sobran. Pero en uno de crisis cambiaria como el del año pasado, con 60 millones no se hace nada”, estimó Buteler.

 

“Creo que es una intervención lisa y llana dentro de la zona de no intervención. Una intervención con poco vuelo, en un momento favorable por los sojadólares y con un sinsentido mayor, que es que el Tesoro va a dejar los pesos que absorba durmiendo en el Banco Central, cuando esos dólares que vende tienen un costo del 4% anual y los pesos que se lleva, un costo de oportunidad del 50%. Es un delirio, el Tesoro pierde plata”, le dijo, por su parte, a Letra P el coordinador del Observatorio Monetario-Financiero del CEPA (Centro de Economía Política Argentina) Leandro Ziccarelli.

 

 

 

Las inconsistencias del esquema de licitaciones son tan evidentes que cabe preguntarse qué encuentra el Gobierno en él. Haciendo de la necesidad virtud, aportar a una oferta más abultada puede permitir que el billete verde se acerque al menos al piso de la banda, contribuyendo a dos objetivos políticos cruciales para la reelección de Mauricio Macri: encontrar en el dólar un ancla para la inflación y, de la mano de eso, facilitar, vía paritarias, una cierta recuperación del salario real.

 

 

 

Muchos no creen en la viabilidad de esa receta. Rodrígo Álvarez, CEO de Analytica, aseveró en una entrevista en FM Milemiun que "la tendencia bajista del dólar no se va a mantener. La incertidumbre va a estar presente en los dos meses previos a las elecciones. Además, planchar al dólar no va a cambiar la dinámica de la inflación". El rebote de la divisa de este martes, que recorta su retroceso del mes al entorno del 2,5%, aunque sea coyuntural, da motivos para tener en cuenta ese argumento.

 

 

Aportar a una oferta más abultada puede permitir que el billete verde se acerque al menos al piso de la banda, contribuyendo a dos objetivos políticos cruciales para la reelección de Mauricio Macri: encontrar en el dólar un ancla para la inflación y, de la mano de eso, facilitar, vía paritarias, una cierta recuperación del salario real.

 

 

Además, aun en caso de lograrse una inflación en baja y salarios en alza serían humo en un contexto de reedición de la corrida cambiaria. ¿Por qué el Gobierno acepta, entonces, mansamente, tirar balas al cielo cuando más adelante puede necesitarlas para apuntar en serio? ¿Será que tiene también balas para eso?

 

Alejandro Henke, director de Proficio Investment y parte de la gestión de Mario Blejer en el Banco Central durante el complejo 2002 aludió a eso.

 

“Es cierto que hoy las licitaciones parecen no tener objeto, pero tengo una visión complementaria”, dijo en FM Milenium. “A mí, lo que me importa es cuántas reservas hay. La experiencia ha demostrado que cuando el billete se empieza a complicar en serio, uno, en el Banco Central, se olvida de las reglitas que impone el Fondo y hace lo que tiene que hacer, que es usar las reservas en la cuantía en que lo necesita”, explicó.

 

“Ojalá en 2002 hubiésemos tenido estas reservas. Teníamos 10.000 millones, eran todas del Fondo y no se podían usar. Hasta que un día hubo que usarles y después decir ‘lo lamento mucho, no nos quedó otra’”, recordó.

 

De acuerdo con Henke, “lo peor que puede pasar es no tener reservas y lo que ahora me tranquiliza es que las hay. Es cierto que no las dejan usar como necesitaríamos, pero el día que haya que usarlas, lo van a hacer”.

 

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