El zumbido del helicóptero presidencial ya no marca la hora de salida para los inquilinos de la Casa Rosada. Hasta principios de noviembre, el aterrizaje y el despegue de la aeronave marcaba el comienzo y la finalización de la jornada laboral para la mayoría de los funcionarios de Mauricio Macri. Los más fieles procuraban llegar antes del sonido matinal de las aspas y estiraban su presencia hasta que el zumbido vespertino informaba la partida del Presidente. Pero esa rutina, que contaba con dos alteraciones por semana que se ajustaban a la decisión presidencial de hacer homeoffice los miércoles y los viernes para atender la agenda oficial desde Olivos,.comenzó a disiparse después de las elecciones generales del 27 de octubre.
A una semana del traspaso de mando, queda muy poco en pie de aquellas escenas del pleno ejercicio pleno del poder. El Presidente partió este domingo con destino a España y Suiza para realizar su penúltimo viaje oficial y la mayoría de los despachos de la planta baja y el primer piso de la Casa Rosada estuviron virtualmente desiertos, salvo por algunos pocos numerarios de primera línea que mantienen cierta presencia en sus puestos de trabajo, aunque cumplen jornadas reducidas.
Es el caso del jefe de Gabinete, Marcos Peña, y del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, que todavía mantienen su agenda casi normal.
Ante la ausencia del Presidente, Peña controla toda la botonera del Estado por última vez y así lo hará hasta el próximo lunes, aunque sus principales misiones para esta semana sólo están concentradas en monitorear los informes de cierre de gestión que prepara para el Presidente, organizar la mudanza de sus cosas y supervisar el armado de la marcha del 7D. El próximo sábado, como nunca antes desde que asumieron sus cargos, todo el elenco de ministros y funcionarios estará en Balcarce 50 para participar de la movilización de despedida que planifica el Ejecutivo para transformar la derrota de las elecciones en un “Hasta pronto, Presidente”.
Algunos subsecretarios que reportan a Peña llegan a sus despachos a las 11 de la mañana y lo dejan después de las 14, tras un opíparo almuerzo.
Afuera de los pocos despachos que todavía tienen funcionarios en su interior, la realidad es muy distinta. Aún así, la presencia es escasa: algunos subsecretarios que reportan a Peña llegan a su despacho a las 11 de la mañana y lo dejan después de las 14, tras un opíparo almuerzo que no coincide con el menú menguante que ofrece el comedor del primer piso. Otros de mayor rango no abandonan su oficina, pero exhiben un rostro pétreo que no deja lugar a dudas sobre el pésimo ánimo que respiran en torno al líder del PRO.
Aquellos que tienen oficinas vidriadas procuran hacer gala de su asistencia, como el coordiinador de Estategia Comunicacional, Hernán Iglesias Illa, que permanece en su despacho del primer piso del ala sur rodeado de un pequeño batallón de jóvenes funcionarios. Por la tarde, trabajan a destajo bajo sus órdenes. La misión: terminar los últimos productos comunicacionales que utilizará el mandatario saliente.
Los únicos habitantes de Balcarce 50 que mantienen un ritmo agitado en medio del páramo de fin de ciclo son los mozos del Palacio, que continúan repartiendo cafés, termos, mates y medialunas para la romería de visitantes que ingresan por la entrada de Balcarce 50 con el objetivo de despedirse de algún funcionario amigo. También, para dar las últimas puntadas del lobby que supieron articular por más de 1.300 días.
Los trabajadores gastronómicos de la Casa Rosada a veces detienen su rutina para “bajar un cambio” en medio de los telefonazos que reciben de secretarias exigentes que reclaman con urgencia largas rondas de café, mate, medialunas y tostados de jamón y queso para sus jefes. El lugar elegido para el remanso del trajín es el Patio de las Palmeras.
Por la tarde, sin los zumbidos del helicóptero, el silencio del fin de ciclo se nutre de la mirada perdida de los mozos y los funcionarios que, sin tareas, miran la nada desde las ventanas de sus despachos. Desde el primer piso del ala norte, donde se ubican los despachos del Presidente, de Peña y del secretario general de la Presidencia, Fernando de Andreis, sus empleados observan la intimidad del Palacio desde la ventana que mira al Patio de las Palmeras. Algunos observan los movimientos de una Casa de Gobierno semidesierta donde los mozos no son los únicos que mantienen el ritmo.
También hay un pequeño ejército de trabajadores de la construcción que deambulan en medio de las obras que todavía no fueron terminadas, como los baños del primer piso y la planta baja que comunica una de las entradas del palacio con el Salón de los Pueblos Originarios. En el medio hay un enorme tinglado de madera que todavía no fue extirpado y altera el ingreso al ala sur: en los últimos cuatro años, la Casa Rosada nunca abandonó el estado de obra permanente porque, a pesar de las mejoras que anunció Macri, la intimidad imperfecta del Palacio revela que el próximo gobierno también deberá convivir con una colección de andamos. Algunos fueron sacados a último momento en el primer piso, pero su ausencia desnuda que hay una serie de arreglos que nunca se concretaron.
La Casa Rosada nunca abandonó el estado de obra permanente porque, a pesar de las mejoras que anunció Macri, la intimidad imperfecta del Palacio revela que el próximo gobierno también deberá convivir con una colección de andamios.
En el medio de las reparaciones contrarreloj, los obreros en estado de obra permanente son los únicos que sonríen un poco ante la indiferencia del elenco estable de la Casa Rosada. Sus gestos contrastan con las muecas de angustia que exhiben algunos funcionarios cuando salen de sus despachos. A veces se topan con las mini reuniones que protagonizan algunos empleados en los pasillos.
“Hace dos semanas que no tengo tareas. Mi jefe no viene ni para despedirse. A ustedes (por los periodistas) les dicen que vienen todos los días, pero cada vez asoman menos por acá”, se lamentó uno de los empleados de planta de Balcarce 50 que se animó a reflejar la dinámica de un fin de ciclo donde el rol protagónico lo tienen las cajas que ingresan al Palacio para trasladar las pertenencias de los inquilinos del poder que están por dejarlo.
Sin zumbido de helicópteros y ante la ausencia extendida del Presidente, el único ritmo que marca la caída de la noche es la marcha de los granaderos, que luego de las seis de la tarde comienzan el ritual patrio para arriar la bandera que flamea en la Plaza de Mayo. Por estos días, es lo único que tienen para custodiar.