El Presidente no es una excepción, sino parte de una tendencia que lo antecede y que, como todo pasa, seguramente lo excederá: el pecado de ignorar la máxima de que "la política internacional es la verdadera política".
Así, las dirigencias nacionales suelen invertir el orden lógico de las cosas y, en lugar de perseguir sus objetivos con imaginación dentro de un marco externo muy limitante para un país fragilizado como la Argentina, se convencen de que este arrabal es el centro del mundo y supeditan las relaciones diplomáticas a los cálculos de la construcción doméstica. El problema es que eso, como todos los vicios, tiene consecuencias.
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El ataque a la administración chilena comenzó con una declaración inexplicable de Caputo. Ese país "está gobernado por un comunista que lo está por hundir", dijo para enfatizar la importancia de librar la batalla cultural desde la derecha.
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La referencia fue breve y –mérito no menor– condensó unos cuantos errores en un puñado de palabras.
Por un lado, Caputo ensalzó al pinochetismo de los años 80, que primero desquició la economía chilena hasta estabilizarla en base al modelo de los Chicago boys, sin democracia, partidos políticos, sindicatos ni derechos civiles ni humanos. ¿Será ese el paraíso que él y el Presidente proponen?
Por el otro, Chile no está bajo las garras del comunismo –significante bien concreto que el mileísmo ha convertido en un commodity inexpresivo– y, cuarto, tampoco está por hundirse.
Comandante de la guerra santa cultural, el Presidente no llamó al orden a un ministro que se metió en el área de otro, Gerardo Werthein, sólo para complicarle la vida. Al revés, hizo suya la justificación que intentó el planfletista Agustín Laje sobre la concentración de comunismo en sangre de Gabriel Boric al repostearlo y cantar retruco: "Poniendo (a) zurdos en su lugar".
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La respuesta del chileno –¿por último?– tuvo la altura que faltó de este lado.
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¿Cuándo saldrá Werthein, a esta altura acaso un arrepentido de esos excesos, a explicar lo inexplicable?
Las guerras privadas de Javier Milei
No se sabe si Caputo se puso el chaleco de explosivos verbales por voluntad propia o siguiendo indicaciones, pero se montó sobre viejos enconos de Milei con Boric, quien, al igual que Petro, osó refutar sus dogmas en la última cumbre del Grupo de los 20 (G20), en la que el argentino lució tajantemente aislado y fuera de contexto. Al parecer, la yihad cultural también se alimenta de rencores personales.
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Javier Milei y Luiz Inácio Lula da Silva se dedicaron gestos torvos al encontrarse en la cumbre del G20 de Río de Janeiro.
Luiz Inácio Lula da Silva, organizador de ese evento, fue tildado de "corrupto" además de "comunista" y de "zurdo empobrecedor". La deriva del jefe de Estado hacia posiciones ya no de derecha radical, sino directamente extrema se hace especialmente palpable en la arena internacional, donde la yihad cultural se ha instalado más plenamente.
¿Sirve todo ese ruido de alguna manera al interés nacional?
No y basta para comprobarlo el trance que atraviesa la Argentina en la relación con Venezuela. Ocurre que, cuando el Narciso argentino se mira en el río, lo que ve es el rostro bigotudo de Maduro.
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Nicolás Maduro replica, desde el rincón opuesto del ring, los modos de Javier Milei.
La soledad de Javier Milei, una mala consejera
Un compatriota gendarme, Nahuel Gallo, está preso en algún zulo del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin), lugares en los que los detenidos no suelen pasarla bien, recibir trato digno –por decirlo con delicadeza– ni tener acceso a los debidos cuidados médicos.
Además, tras la salida de Fernando Martínez Mottola, quedan cinco disidentes venezolanos refugiados en la embajada nacional en Caracas, asediada por efectivos chavistas, privada de servicios básicos y amenazada con una invasión que violaría la Convención de Viena.
Desde la ruptura de relaciones entre los gobiernos de Argentina y Venezuela, esa sede quedó en manos de Dios y de la buena voluntad de Lula da Silva, quien sólo recibe destrato a cambio del servicio que le está prestando a nuestro país.
La Cancillería colombiana llamó días atrás al madurismo a garantizar la integridad de ese edificio y a conceder salvoconductos a los dirigentes opositores que ya tienen asilo legal concedido por la Argentina, pero la guerra santa no se detiene.
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Ante el ataque de Caputo y Milei a Boric, el presidente Petro –otro con mecha corta– no pudo contener una ironía.
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El choque con Caracas explicita la obviedad de que tener amigos es mejor que tener enemigos.
Con Gallo en manos temibles, la diplomacia argentina busca vías de negociación con el madurismo. Por suponer cerrados los caminos en Brasil y Colombia –lo que no es real–, ha pedido los buenos oficios de Francia.
¿No sería más constructivo contar con la llegada de Lula da Silva, Petro y hasta Boric, presidentes que han manifestado también su rechazo a la situación política venezolana, pero que no rompieron lanzas? A Milei no le va a alcanzar con Donald Trump para resolver todos sus problemas.
Por otro lado, si lo único que interesara fueran los negocios, ¿no es cierto que Brasil y Chile son los dos primeros clientes naturales de la revolución energética en ciernes?
Pareciera que la yihad cultural y la cacería de zurdos imaginarios, grosería distintiva del fascismo del siglo XXI en boga, parecen objetivos más deseados que garantizar la libertad de un ciudadano argentino y la seguridad de asilados a los que el Gobierno le prometió cobijo y hasta que allanar la viabilidad de acuerdos comerciales.
Con sus insultos, discriminaciones y violencias, el Gobierno cree estar creando un nuevo sentido común hegemónico, pero se engaña. Como dijo el sociólogo y antropólogo Pablo Semán, apenas escucha su propio eco.
Enfrascada en consideraciones más urgentes de subsistencia, la mayoría de la sociedad pasa por el costado de esas bravatas. El riesgo es que la yihad la canse, sobre todo si en algún momento sintiera que con la batalla cultural no se come, no se cura ni se educa.