LA QUINTA PATA | UN AÑO DE MILEI

Argentina contra el mundo

El Presidente erra embobado ante el espejo y el fulgor de Donald Trump. Fantasías, malos cálculos y sobredosis de ideología. Una intuición aguda, pero riesgosa.

El resultado ha sido un severo aislamiento internacional del país, patente en las reacciones a las participaciones del Presidente en eventos como la Asamblea General de la ONU, la cumbre del Grupo de los 20 (G20) y, en menor medida, la reunión del Mercosur del último viernes en Montevideo, entre otras.

Milei parece embobado por el alcance de su figuración internacional y no le interesa si las portadas que le dedican varios de los medios más prestigiosos del mundo son más bien elogiosas, como la reciente de The Economist, o ácidamente críticas, como la de The New Yorker. "Fenómeno barrial", ironiza él, herido por un viejo mal cálculo y hoy complacido en la revancha.

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La portada de la prestigiosa revista The New Yorker alimentó el ego de Javier Milei, pero Este no se percató de su contenido crítico.

La portada de la prestigiosa revista The New Yorker alimentó el ego de Javier Milei, pero Este no se percató de su contenido crítico.

Diana Mondino, Gerardo Werthein y un hoyo profundo

El debut de su administración con Diana Mondino al frente de la Cancillería dio los indicios prematuros de esos errores de concepción. La salida del grupo BRICS no fue entendida por sus impulsores inexpertos como lo que era, un portazo agresivo y no meramente una renuncia a ingresar, sino hasta que el error fue demasiado obvio. La fundamentación fue, según dijo la ministra inevitablemente eyectada, que la Argentina no tenía nada para ganar en el mundo emergente y que más le convenía alinearse, como siempre dijo Milei, con "Estados Unidos, Israel y las democracias del mundo libre".

Esa lectura resultaba insostenible con sólo mirar una planilla que mostrara el flujo del comercio y la inversión en el país, así como de rasgos de época insoslayables como el ascenso de China y, en segundo lugar, de la India. El desprecio por el vínculo con Brasil completó el combo.

La intervención del mandatario en la cumbre de presidentes del Mercosur del último viernes resultó ilustrativa del desacople entre sus deseos y la realidad. Al asumir la presidencia pro tempore del bloque, lo definió como "un escollo" y "una prisión" para el desarrollo comercial y productivo. Prometió trabajar para reducir drásticamente el arancel externo común y liberar a los países de la obligación de negociar acuerdos de libre comercio en conjunto, y hasta presentó la modernización del club y su abandono como alternativas igualmente viables.

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La idea es quijotesca. No sólo porque no pasará por encima de la resistencia de Brasil –Luiz Inácio Lula da Silva ni siquiera se quedó para la foto de familia–, sino porque los socios para el libre comercio que sueña el Presidente no abundan. Él mismo se mostró receloso sobre la posibilidad de que la UE aplique el acuerdo que acaba de ser renegociado, el que deberá pasar allí varios filtros institucionales y la enconada resistencia de países proteccionistas de sus sectores agrícolas como Francia, Polonia y otros.

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Luis Lacalle Pou encontró en Javier Milei una aliado para su visión de apertura del Mercosur, pero el argentino inicia ese camino justo cuando él está de salida.

Luis Lacalle Pou encontró en Javier Milei una aliado para su visión de apertura del Mercosur, pero el argentino inicia ese camino justo cuando él está de salida.

La vocación librecambista se lleva mal con la fascinación por Trump, quien amenaza con convertir el futuro en una cadena de guerras comerciales. ¿Podría ser China un socio o las potencias emergentes de Asia, lo que marcaría el final de cualquier pretensión fabril para un país de 46 millones de habitantes que no puede vivir solo del campo, los hidrocarburos y la minería?

La deriva ideológica de Javier Milei

Mondino no ayudó con su mezcla de inexperiencia y altanería, ni con su falta de muñeca –y apoyo interno– para conciliar las recomendaciones de una burocracia profesional con las imposiciones extravagantes del gobierno ultraderechista.

Hoy, con su incondicional Gerardo Werthein en el timón, parece haber menos amateurismo, pero el mero anuncio de un comisariato político ya ha tenido efectos intimidatorios en La Casa.

El discurso que Milei dio en septiembre en la ONU fue una suerte de parteaguas que reveló la decisión de abrazarse a ideas que hacen al corazón de prácticamente todas las ultraderechas del mundo. Sin embargo, resultaban extrañas en boca de quien se define como un anarcocapitalista: soberanismo versus un supuesto intento de gobierno mundial de la ONU –la madre de las teorías conspirativas– y rechazo del "globalismo", entendido como el aprovechamiento de la globalización por parte del marxismo cultural. Detrás de esos fantasmas aparece el influyente santicaputista Nahuel Sotelo; allí anida algo a lo que conviene prestarle atención.

Argentina contra el mundo

Esa batalla cultural impone un delirante anticomunismo sin comunistas que lleva al jefe de Estado a considerar, a veces implícitamente, "zurdos empobrecedores" o incluso "de mierda" a líderes como el papa Francisco, Lula da Silva, Pedro Sánchez, Olaf Scholz, Claudia Sheinbaum, Gustavo Petro, Gabriel Boric, Xi Jinping y tantos más. Su estilo para hacer amigos es bastante original.

Esa deriva ideológica, que termina tres pueblos más allá de donde debería, ha desmarcado a la Argentina de los aspectos más importantes de la agenda global: lucha contra el cambio climático, combate a la pobreza, cooperación para el desarrollo, impulso a la igualdad de género y, en resumen, apuesta al multilateralismo.

En el camino van quedando jirones de las mejores banderas diplomáticas nacionales, como el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la intangibilidad territorial de los Estados y la vocación por la resolución pacífica de conflictos, tres principios clave para la causa Malvinas que la ultraderecha gobernante ignora alegremente cuando de Palestina se trata.

En su zigzag frenético, el mileísmo repudia un día una orden de arresto librada por la Corte Penal Internacional (CPI) de La Haya contra Benjamín Netanyahu para, al siguiente, reclamar su intervención frente al avasallamiento que Nicolás Maduro realiza contra la sede de la embajada argentina en Caracas y los seis refugiados venezolanos que permanecen allí. En el medio, nadie parece reparar en que la Argentina es miembro del organismo y de su "constitución", el Estatuto de Roma, y que sus resoluciones son de cumplimiento obligatorio.

Esperando a Donald Trump

Si la excusa para eso pasa por los alineamientos repasados más arriba, resulta pobre. La agenda mencionada es absolutamente de consenso en casi la totalidad de la Unión Europea (UE), así como en Japón, Canadá, Australia y otros países modélicos. El de Estados Unidos es un caso aparte, el de una democracia en tensión por el regreso de Trump al poder –con casi todo el poder– el 20 de enero próximo. El republicano retorna con probados antecedentes de golpismo y promesas de revancha y hasta de autoritarismo.

Cuando se habla de aislamiento de la Argentina –expuesto en una serie de votaciones insólitas en la ONU–, la referencia apunta a su relación con el resto de los países. Es interesante, de cualquier modo, constatar el modo en que Milei intenta replicar uno de los aspectos más llamativos del modelo Trump: la articulación con ceos de gigantes tecnológicos que, además de ser potenciales financistas, tienen las llaves de formidables maquinarias de propagación de ideología.

La visión más aguda de Javier Milei

En lo anterior radica, tal vez, la visión más perspicaz del Presidente: la idea de que esos gigantes valen tanto o más que un Estado nacional en un sistema político global compuesto por una gran pluralidad de actores.

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Elon Musk es un sugestivo hilo que une a Javier Milei y Donald Trump.

Elon Musk es un sugestivo hilo que une a Javier Milei y Donald Trump.

Sin embargo, esa mirada –digna de atención en más de un sentido– supone un riesgo: el de ningunear excesivamente, ante el fetichismo de la novedad, la vigencia que efectivamente mantienen los Estados nacionales. Eso lleva a giros hilarantes, como el de pasar de asegurar que jamás negociaría con la China comunista a rescatarla como un socio altruista.

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Tesla o Starlink de Elon Musk, Meta, Microsoft o la etiqueta que se quiera pensar pueden ser muy eficaces para ciertos objetivos –los recién mencionadas–, pero son inútiles para perseguir intereses nacionales más tradicionales. Si se trata de empujar la causa Malvinas con alguna ilusión futura, más pueden valer decenas de países pequeños del mundo emergente que un puñado de magnates de la alta tecnología.

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Javier Milei en el Congreso. 

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