Con la negociación extensa, pero finalmente concluida en el trazo grueso con el Fondo Monetario Internacional (FMI) como contexto crucial de las elecciones 2023 y variables financieras que preocupan cada vez más, Sergio Massa, el ministro-candidato, se asomó esta semana a sus mayores flaquezas: si los rigores de la economía insatisfactoria que maneja condicionan su aspiración presidencial, el peligro de un estallido pone todavía más en duda sus chances de triunfo. ¿Será que, dado el punto de partida, todo para él se resume en la fórmula "ganar o perder" o habría sobrevida política, en determinadas condiciones, para alguien que al final del actual proceso comicial tendría 51 años, una aspiración intacta y condiciones para pisar fuerte en un peronismo que quedaría aturdido y acotado en lo que respecta a liderazgos nacionales?
Muchos análisis poselectorales caen en lugares comunes como "Fulano ganó, pero perdió" o "Mengana perdió, pero ganó". Macanas: ganar es ganar y perder es perder. Sin embargo, a veces hay que matizar las miradas más tajantes y ponderar el futuro biológico y político del personaje en cuestión y su voluntad de dejar huella. Entonces se encuentra que, más de una vez, se da por liquidada a gente que, lo prueba la historia, realmente no lo está, desde Cristina Fernández de Kirchner hasta Mauricio Macri, por citar solo dos ejemplos recientes.
¿Qué sería para Massa "ganar perdiendo" –perdón por el lugar común–? Zafar de la guillotina de la inflación XXL, del maratón de cinco años en el que los ingresos populares vienen perdiendo por paliza, de la fatiga de una sociedad decepcionada por todo el arco político, de las acechanzas de un presente que flirtea con el abismo y, aun así, hacer una elección decorosa, mostrarse competitivo en las PASO, pasar el 22 de octubre sin certezas de derrota y llegar a un ballotage que le termine dando un resultado razonable. En definitiva, obtener un paquete de votos insoslayable para lo que vendría, atribuible en muy buena medida a CFK, pero que no sería enteramente de ella.
Los desempeños electorales del actual ministro de Economía han sido puro declive desde su rutilante debut de 2013 y su 44% en la provincia de Buenos Aires. Ya lanzado a lo nacional, obtuvo dos años después el 21,4% de los votos como candidato presidencial y en 2017, postulado a senador, 11,32%. Como se sabe, 2019 lo encontró encaramado al Frente de Todos, a cuyo triunfo sin dudas contribuyó en alguna medida, pero donde halló el beneficio de camuflar su sangría dentro de un armado potente. Ahora sale a la cancha a matar o morir.
¡Sombra terrible del Fondo, voy a evocarte!
Esta columna descansa, como se dijo, sobre dos hipótesis, por el momento incomprobables: UP pierde la elección nacional, pero no sufre una paliza. La distancia entre una y otra estará determinada, en buena medida, por lo que pase con una economía a la que "no le entra un quilombo más". Esto, claro, conduce al FMI.
Esa negociación ha sido un incordio y su demora, indicativa de lo mucho que se jugó en ella. Según supo Letra P de fuentes del Ministerio de Economía, lo que quedó en el borrador es una ratificación –en el trazo grueso– de la meta de déficit fiscal para el año –que hasta ahora era del 1,9% del PBI–, la aplicación de un impuesto para desalentar ciertas importaciones y la renovación de un "dólar agro" destinado a nutrir de divisas a un Banco Central prácticamente vacío a la espera de la liquidación de la cosecha fina en el verano temprano. De la mano de eso, la percepción de anticipos del impuesto a las Ganancias de los mayores contribuyentes, una manera de paliar la emergencia fiscal causada por la sequía vistiendo el santo de hoy, pero desvistiendo el de mañana.
El problema es que, como pasa siempre en la vida, las respuestas de emergencia resuelven lo inmediato, pero complican lo que sigue.
Un dólar más caro para importar implicaría costos en alza para los sectores que deban afrontarlo para hacerse de insumos o bienes de capital extranjeros, un acicate más para una inflación que ya viaja a una velocidad del 115% anual. Habrá que ver qué bienes quedan afectados por el nuevo esquema.
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El establecimiento de otro tipo de cambio diferencial para exportaciones agrícolas y de economías regionales implicaría otra vuelta de tuerca sobre la emisión monetaria, la que terminaría en un río más caudaloso de pesos que desembocaría en el mar de los dólares paralelos o en un esfuerzo de absorción que implicaría más deuda pública y mayores tasas de interés. O las dos cosas.
Todas esas medidas suponen devaluaciones parciales, pero devaluaciones, al fin, de un tipo de cambio oficial que ya solo existe en gráficos y pizarras. En otras palabras: el acuerdo con el FMI implicaría una resignación a que la inflación no solo no baje, sino que se sostenga o incluso aumente hacia el final del año.
Otro elemento que surgiría de la devaluación silente es un nuevo piso para los tipos de cambio paralelos, en especial el ilegal blue, que en teoría no debería influir en la formación de precios, pero que lo hace en el mundo industrial y comercial pyme, al que nunca llegan los acuerdos craneados por el Gobierno y las grandes cámaras empresariales.
La semana que pasó registró otro de esos saltos del blue que forman titulares, pero que, si se miran los números, por el momento no hacen más que adecuar esa cotización a la evolución de la inflación: mientras que esta subió entre enero y junio 50,7%, el tipo de cambio libre lo hizo 52% hasta el último viernes.
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Fuente: Ámbito Financiero.
Con todo, hay que tener cuidado: los procesos electorales siempre generan tendencias a la dolarización de carteras y la debilidad del Banco Central obliga a pelear día a día contra el riesgo de un salto brusco. La conclusión de la negociación con el Fondo debería ayudar a que las expectativas no descarrilen.
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A la derecha del Fondo
Allí dijo Javier Mileique se ubican sus proyectos de ajuste fiscal. Mientras, Horacio Rodríguez Larreta promete equilibrar el presupuesto para fin de 2024 –vaya cosa para un precandidato– y Patricia Bullrich, ir a fondo también en esa materia porque, "si no es todo, no es nada".
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desPertar, el newsletter de Letra P, contó esta semana cuál es la visión del FMI para la Argentina posterior a la transición electoral: está hecha, sin sorpresa, de devaluación, unificación cambiaria y ajuste hardcore.
Si el próximo presidente o la próxima presidenta salieran de aquella troika, ¿hay conciencia de la violencia de un recorte del gasto suficiente para pasar, en apenas un año, de un desequilibrio que Alberto Fernández dejaría, en el mejor de los casos en 2% del PBI a cero?
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El esfuerzo social sería impactante, sobre todo porque el ajuste se mordería la cola en el círculo vicioso de la trampa de austeridad y se mediría en draconianas podas de obra pública, transferencias a provincias, subsidios y asistencia social, jubilaciones... Habría conflicto en la calle, pero también hay plan para eso: la promesa explícita de "ordenarlo" con bastonazos, carros hidrantes y balas de goma.
Si el peronismo lograra, aun perdiendo, salvar la cara y no iniciar el camino a la irrelevancia de tres lustros que le cupo a la UCR tras 2001, la oposición sería un lugar apto para instalarse. Uno que les permitiría a Cristina y a Massa poner en pausa una colisión programática latente, con la primera pegando como peronista y con el segundo haciendo lo propio, también desde esa trinchera y asimismo desde la desarrollista que anima su pensamiento económico.
CFK –La Cámpora– espera contar, en tal caso, con trincheras aptas en el Congreso –allí mandaría en la relación de fuerzas interna– y, acaso, desde la provincia de Buenos Aires; Massa, desde un caudal de votos suficiente para soñar con otra oportunidad.
Falta mucho para saber si ese escenario anticipa el futuro. O si este está hecho de una victoria improbable pero soñada, o de la catástrofe que barrería con todo cálculo.