Juan Román Riquelme se convirtió en presidente con 15.457 sufragios (64,4%) contra 8.478 (35,3%) de la fórmula Andrés Ibarra-Mauricio Macri, con 126 mesas escrutadas sobre 285. Fueron 30 puntos de ventaja. Paliza.
Esto convirtió a JR10, de 45 años, en el presidente con mandato societario más fuerte en la historia xeneize. El máximo ídolo de la historia del club tuvo el mérito de haberse impuesto en medio de un contexto adverso, opuesto al de hace cuatro años, cuando se convirtió en vice segundo detrás de Jorge Ameal –ahora su compañero de fórmula– montado sobre una ola panperonista y de ocaso del macrismo nacional.
Esta vez fue distinto: el país acaba de virar en otra dirección. Ante eso, Román lideró a decenas de miles de socios y socias –y a millones de hinchas sin posibilidad de votar–, quienes se sintieron parte de algo más amplio, una resistencia abierta al espectáculo posporno de la partidización del fútbol y la manipulación de medios y jueces que montó el ingeniero, al que se sumó lamentablemente Javier Milei. Este recordó de golpe tener guardado en un cajón su carnet de socio y, al acudir en busca de un baño de multitudes, se llevó insultos, silbatina y salida apurada.
Felinos en fuga: el Gato
El resultado boquense deja en crisis al macrismo, proclive a pensarse más poderoso de lo que realmente es y que cae y recae en el error de sobreestimar sus fuerzas.
Después de jugar largamente con la idea de figurar como un simple vocal en la lista de quien eligió como delfín, su exministro de Modernización Andrés Ibarra, se envalentonó después de la derrota de Boca en la final de la Copa Libertadores y se impuso como candidato a vice. Con las encuestas ya entonces favorables al oficialismo xeneize, pensó que su nombre propio, en un rol protagónico, sería suficiente para restaurar la memoria de los años de gloria e inclinar la balanza. Erró.
Frente a un Riquelme que no hizo promesas y se basó solo en los títulos obtenidos en los últimos años, la exitosa promoción de juveniles, el embellecimiento del Templo, el superávit contable y el crecimiento deportivo y social de la entidad, Macri apostó a un proyecto espinoso. Dijo que construiría en Casa Amarilla un nuevo estadio para más de 100.000 personas, proyecto financiado por capitales árabes en condiciones no reveladas, que prometía comodidades y espacio para muchos de quienes hoy no tienen chance de ver al equipo, pero que ignora el sentimiento identitario que genera la Bombonera –estadio emblemático en el mundo–. Erró de nuevo.
El autor de este artículo es un hombre todavía joven, pero ser de Boca desde que estaba en la cuna le permite ser socio vitalicio. Puede jactarse así de conocer a fondo el humor de esa hidra de decenas de miles de cabezas que junta sus partes dispersas cada dos semanas, llena el Templo, se apasiona, discute consigo misma y, sobre todas las cosas, declara su amor con desmesura. Macri, quien en el primer tramo de su administración noventista fantaseaba con un estadio conjunto con River Plate –¡ay!– no termina de entender a fondo ese mundo.
Por no aceptar una posible derrota, Macri cavó más profundamente el hoyo en el que estaba metido al judicializar la elección. Y erró en ello por tercera vez.
Lo que en la previa de la elección prevista para el 2 de diciembre era una derrota de entre cinco y seis puntos, se convirtió en la zurra de este domingo. Macri lo hizo.
El ex jefe de Estado metió la mano para que un grupo de socios judíos reclamara a la Justicia pasar la elección del sábado 2 al domingo 3, de modo de que el shabat no les impidiera votar. Lo logró, pero se supo luego que la mayoría de los solicitantes no había pedido nada, y que sus firmas habían sido fraguadas.
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Luego, la picardía se transformó en obstruccionismo. Un martes a la 1:14 de la madrugada la jueza amiga Alejandra Abrevaya emitió una cautelar que suspendía los comicios por el pase –supuestamente irregular– de 13.100 a la categoría Activos. Lo de Abrevaya fue un papelón: acaso por el sueño que le genera su afición por el trabajo de trasnoche, confundió el calendario de 2021, el año de los traspasos mencionados, con el del actual, lo que dejó en el aire su sospecha de que los mismos se habían realizado durante fines de semana.
Para peor, como dijo la Sala E de la Cámara Civil, no tiene idea de que una cautelar no se dicta por mera sospecha, sino por presunción concreta de delito y que nada había de antiestatutario en el hecho de que la Comisión Directiva haya avalado esos pases por fuera de la lista de espera de los socios adherentes, cosa que además solo puede impugnarse durante un año. Superado ese período, los nuevos socios ya tienen su derecho adquirido.
Dicha facultad discrecional, de hecho, fue una reforma de las administraciones macristas del club, y Daniel Angelici la usó en beneficio de más de 51.000 nuevas personas asociadas, entre ellas un hermano de la magistrada. Para explicar ese desaguisado, Ibarra elaboró una matemática curiosa: los 51.000, en verdad, eran solo 29.000 si se descontaba a los menores sin derecho a votar, dijo, algo "más que razonable para un mandato de ocho años". Con todo, con Ameal-Riquelme se hicieron activos 13.100 en cuatro años, lo que sería todavía mucho más que razonable…
Tras el fallo de Cámara, que desactivó el proyecto de dejar al club acéfalo para proceder a su intervención –cosa claramente sugerida por Ibarra y por Macri–, la oposición desempolvó sus operaciones en los principales medios deportivos televisivos, donde activó durante cuatro años con una campaña incesante que dañó más al club que al propio Riquelme. Ibarra y Macri se hicieron entrevistar por comunicadores dóciles, que no atinaron a contrastar numerosos dichos anteriores con la desmentida de que apuntaban a suspender los comicios para apoderarse de Boca a través de una intervención.
El ingeniero volvió con la servicial Abrevaya. En abierta rebeldía ante el tribunal de alzada –que le reclamó sin éxito dos veces el envío de la medida–, esta volvió a conceder una cautelar flagrantemente antijurídica, al imaginar delito donde no lo hay, ordenar que los 13.100 votaran en mesas identificables y designar un veedor para las mismas con atribuciones para filmar a esos votantes. En un intento de intimidar a esos votantes, la jueza desconoció el principio de secreto del voto y, exagerando, hasta la ley Sáenz Peña. Al final, de esos 13.100 socios, sufragaron 6.800, número que comparado con los datos del escrutinio se probó irrelevante.
Macri no fue a votar porque, explicó, tenía que viajar por su función en la Fundación FIFA a Arabia Saudita, donde se celebra el Mundial de Clubes. Huyó con la ilusión de no quedar en la foto de la derrota. Hizo parte de la misma a Ibarra, a Mario Pergolini –este zafa: a nadie le importe qué es de su vida–, a Martín Palermo y hasta a Javier Milei.
Igualmente, todo el mundo sabe que el exmandatario es el principal mariscal de la derrota.
Ese Macri envalentonado se engendró en los días en los que imaginaba que podría intervenirle el gobierno a Milei. Midió el largo de su brazo y erró con la regla. No pudo, por ahora, con Milei y no pudo con Boca, donde convirtió una posible derrota modesta en un palazo.
Felinos en fuga: el León
Curiosamente, Macri sí tuvo tiempo para repudiar los malos modales de los cientos de socios que insultaron y silbaron al presidente Milei, quien sí acudió temprano a la Bombonera.
El Presidente se inmoló innecesariamente. Apenas cinco días después del lanzamiento de un plan de ajuste de severidad con pocos precedentes en la historia nacional y en medio de la emergencia por el temporal, se metió en medio de una multitud imprevisible. Aunque hubo gritos que le reprocharon el Caputazo y haberse entregado a la casta, no hay que apresurarse a nacionalizar el sentido del repudio.
Lo que predominó fue el recuerdo de las declaraciones y posteos en X en los que se declaró exhincha de Boca, condición que dijo haber abandonado cuando Angelici repatrió a Fernando Gago –a quien detesta por alguna razón que se desconoce– y, más recientemente, cuando "el populismo" se hizo con el club de la mano de Ameal y Riquelme. Es más, en ese temperamento dijo haberse hecho simpatizante de River y haber gozado por el triunfo de este cuadro en la final de Madrid. Es, claro, es la derrota que más dolió en la historia del club.
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Como si nada, sacó su carnet de socio de un cajón y fue a votar. Finísimos, Macri e Ibarra –también insultado frente a la urna– criticaron los malos modales de la gente.
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Mientras que Diana Mondino ponderó al mandatario por haber concurrido a un lugar "hostil", lo que demuestra su "hombría". Mondino atrasa décadas al asocial la valentía con los atributos varoniles, y tiene menos tablón que mi tía Coca.
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¿Quién cuida al Presidente?
Más allá de todo eso, Milei no parece darse cuenta de que el volcán sobre el que está parado se encuentra muy activo. La política que está llevando a cabo –desmesurada e inequitativa– lo pone en el ojo de la tormenta y no tiene la espalda política que imagina. Se expuso ingenuamente a insultos y acusaciones futboleras y políticas a una semana de haber asumido, siete días que ya parecen siete meses.
¿Nadie lo cuida de sus propios impulsos y errores de cálculo? ¿Nadie piensa lo que él no genera en su mente? ¿Hay alguien en su círculo más cercano que tenga sentido de realidad? ¿Será que las renuncias que se suceden en su equipo de comunicación dan cuenta de algo más que de meras reyertas internas?
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Patricia Bullrich, Luis Petri, Javier Milei, Federico Susbielles y Axel Kicillof en Bahía Blanca.
Con todo, lo más grave es su falta de sentido de la oportunidad. Fue a votar antes –se insiste: antes– de viajar a Bahía Blanca, donde el temporal provocó 13 muertes.
Luego, sí, llegó a esa ciudad vestido de fajina a lo Volodímir Zelenski y, cuando se esperaba que anunciara alguna forma de socorro federal, se limitó a declarar: "Estoy perfectamente confiado en que ustedes lograrán resolver esta situación de la mejor manera posible con los recursos existentes".
Seguimos viendo hechos asombrosos.