Muchas cosas comenzaron el 13 de diciembre de 1995, cuando Mauricio Macri venció a Antonio Alegre y se convirtió en presidente de Boca, el club de fútbol más popular de la Argentina y, se probaría en lo sucesivo, vidriera tan potente como para incubar una carrera política que llevaría al ingeniero a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y a la mismísima presidencia de la Nación. El actual proceso electoral, punto final de un 2023 extenuante y demorado por la judicialización, finalmente fallida, impulsada por la oposición, dirime nada menos si el macrismo, con el nombre del propio fundador del PRO estampado en una de las dos boletas en liza, recupera el poder allí donde comenzó su proyecto.
La disputa entre Macri y el número uno formal de su fórmula, Andrés Ibarra, con Juan Román Riquelme excede largamente un proyecto futbolístico. Hace cuatro años, el máximo ídolo de la enorme historia xeneize desalojó al macrismo como parte de la lista de Jorge Ameal, ahora su compañero de fórmula, con una promesa: volver a hacer de Boca "un club de fútbol" y dejar la política partidaria en la vereda de la calle Brandsen.
Se vio entonces que Christian Gribaudo, ex secretario general y delfín de Daniel Angelici, era un peso demasiado liviano para enfrentar a Riquelme. Por eso, en esta ocasión Macri eliminó los intermediarios y, si bien como vice, aceptó jugar con nombre propio en una apuesta a matar o morir. Todo, mientras busca imponer algo parecido a su segundo tiempo a través de Javier Milei.
Eso, sumado a un ostracismo de cuatro años en un lugar que el macrismo considera su bastión, hace que el proceso electoral se haya convertido en un agónico culebrón judicial, finalmente desbaratado por la Cámara Civil, que –al revés de la jueza Alejandra Abrevaya– se tomó el trabajo de leer el Estatuto de la entidad y así determinar que no había irregularidad alguna en el proceso.
El amealismo-riquelmismo pasó varios miles de "socios adherentes" –una figura que es, básicamente, una lista de espera– a la categoría de "activos", parte de un padrón que finalmente quedó fijado en algo más de 94.000. La discusión planteada por Ibarra y Macri sobre 13.500 traspasos apuntaba a gente que pasó de categoría por fuera de la lista de espera, una práctica acaso reprochable pero no antiestatutaria y usada hasta el hartazgo por el macrismo hasta 2019.
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La actuación de la juezaAbrevaya, a cargo del Juzgado Civil nacional número 11, había sido torpemente parcial. No solo le otorgó al macrismo la medida cautelar que suspendió los comicios del domingo 3 con un fallo firmado al curioso horario de la 1:40 de la madrugada de un martes, sino que uno de sus principales fundamentos pasó porque los pases de socios se produjeron en fechas que ubicó "en sábados y también domingos". Sin embargo, la magistrada erró: las fechas que menciona correspondieron a días hábiles, normales, pero, en vez de buscarlos en calendarios de 2021, ella lo hizo en uno de 2023…
Con todo derecho, pero escaso decoro, Abrevaya –autora también de textos de perfil "metafísico"– ha usado su cuenta de Twitter para criticar severamente al gobierno de Alberto Fernández, lo que suma a su supuesto perfil macrista. La cuenta, claro, ya no existe.
Siguió, pareciera, la huella de otra funcionaria judicial, la fiscal de Eventos Masivos de la Ciudad de Buenos Aires, Celsa Ramírez, quien ha sido, a lo largo de la actual gestión, un ariete constante que incluyó suspensiones de tribunas apenas horas antes de la realización de un partido, la prohibición de que hinchas se junten en "previas", allanamientos al club y una causa por presunta reventa de entradas contra Cristian Riquelme, hermano del vicepresidente del club.
Consumada la suspensión de los comicios, la polémica arreció y, en forma de un banderazo multitudinario, le mostró a la oposición que la judicialización amagaba con transformarse en un disparo en el propio pie.
En medio de la controversia, el oficialismo boquense acusó a Macri de darle largas al proceso por saberse en desventaja en las encuestas y por no poder permitirse una derrota. Asimismo –con motivos– temió que, con Javier Milei ya instalado en el gobierno, el club fuera intervenido por la Inspección General de Justicia (IGJ), algo que habría supuesto un verdadero escándalo por no contar con fundamentos. Y, por último, sospechó que el gusto del León y el Gato por las sociedades anónimas deportivas pretendiera convertir a Boca en cabecera de playa de una ofensiva en ese sentido, posibilidad que sobrevoló toda la gestión del ingeniero en el club, pero que jamás se concretó por la cerrada oposición de la abrumadora mayoría de la masa societaria y de la AFA de Julio Grondona.
Finalmente la Cámara puso las cosas en su lugar y, como debe ser, serán los socios quienes definan el futuro del club.
Luces y sombras del modelo Juan Román Riquelme
La gestión actual ha mostrado contrastes. Surfeó la pandemia sin resignar equilibrio financiero, hizo de Boca el club más ganador de torneos en los últimos cuatro años –seis conquistas– y llegó a una final de Copa Libertadores… que se acaba de perder.
En el medio, impuso un protocolo contra la violencia de género que fue aplicado de modo errático en el caso de Sebastián Villa, blindó en manos de Riquelme la gestión deportiva, que se caracterizó por un estilo extremadamente personalista y, en ocasiones, conflictivo, incluso en la relación con dirigentes de la propia institución.
El proyecto de Ameal de ampliación de la Bombonera nunca salió de los proyectos, base de un problema constitutivo que explica, en gran medida, el cuello de botella que se impone para la conscripción de socios: la falta de capacidad para recibir a más hinchas en los partidos.
Con Ameal en el gobierno y Riquelme en el poder, la política nacional en efecto salió del club. El ex-crack es amigo de Sergio Massa y el presidente saliente es peronista, pero se ha cuidado de no partidizar la gestión. Sin embargo, la política nunca se retiró del todo.
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En los últimos cuatro años, en torno al club se ha desarrollado una campaña permanente, sugestiva respecto del interés que despierta una entidad de caja abultada, vidriera generosa y proyectos multimillonarios en carpeta para la posible construcción de un nuevo estadio, como la Bombonera Siglo XXI de Ibarra y Macri.
La cancha, como se sabe, late. Y respira política. La popular norte es dominio de la barra brava, de agenda propia. La sur, ubicada enfrente, es el lugar de la devoción por Riquelme, la que muchas veces hace punta con cánticos oficialistas que desde enfrente tratan de acallar.
Las plateas, aunque divididas, son el sector en el que talla más fuerte el macrismo, en especial el de preferenciales y palcos, producto de la reforma llevada a cabo por el propio ingeniero en su primer mandato.
Tras su fallida estrategia judicial, el macrismo buscará este domingo regresar al lugar en el que todo comenzó, hace 28 años. Enfrente se alzará el máximo líder futbolístico de la historia boquense, ya sin tapujos al frente de un armado que, salvo por el nombre de Ameal, le resulta completamente propio.
Hagan sus apuestas.