La de Boca se convirtió en una elección de relieve nacional. Por la cantidad de personas asociadas que sufragan y por la trascendencia del club pero, sobre todo, por el enfrentamiento que separa a Juan Román Riquelme y Mauricio Macri. La disputa entre ellos no es nueva. Nació en épocas de jugador y dirigente y se extendió hasta la actualidad, aunque se ve condimentada por el juego interesado y nada inocente de la política, la Justicia y medios de comunicación. El poder real versus el último diez.
Para Macri, Román siempre fue “El Negro”. Le atornilló ese apodo de pibe, cuando empezó a ver en el oriundo de Don Torcuato un aire rebelón, intolerable para un hombre como él. Riquelme fue de los pocos jugadores de Boca que no se sometió a su poder durante la época dorada del xeneize. El expresidente creyó que en el club eran todos sus empleados, pero el enganche, al igual que Carlos Bianchi y Jorge Bermúdez, entre poquísimos otros, se resistió a reconocerse como tal.
Riquelme siempre fue un escollo para Macri en Boca. No solo el Topo Gigio los distancia. A un expresidente, millonario, que todo cree poder comprar, le salió un díscolo, un ingobernable. De ahí la desesperación que trasmite por estos días. Boca es su negocio, aquel que inició en 1995, que perdió y desea recuperar. Ese objetivo se potencia por la existencia de Román del otro lado.
Para lograrlo, mueve a su antojo un entramado del poder real pocas veces visto. La embestida que sufrió el club atlético Boca Juniors -Riquelme en particular- es inédita. Atacan al actual vicepresidente xeneize el PRO, parte de la Justicia y un conglomerado enorme de grandes medios y reconocidos periodistas.
Ante semejante embestida, ninguna otra persona o entidad dispondría de herramientas para defenderse. Riquelme tiene la espalda suficiente para bancar la parada. Por un lado, por lo que representa deportivamente para la historia de Boca y, por el otro, por un manejo muy hábil de los tiempos de la política.
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Cometió errores desde que asumió como dirigente, deportivos e institucionales, pero, en los últimos cuatro años, Boca es el equipo que más títulos ganó a nivel local y el único argentino que llegó a la final de la Libertadores, en un lustro dominado por brasileros. La derrota borra los méritos y no haber clasificado a la próxima copa los profundiza, pero no se puede decir que la gestión haya sido mala.
A la par del acierto deportivo, Riquelme ejerce el poder desde la idolatría y la admiración que le reverencia la hinchada de Boca. Gran declarante, le da música para sus oídos cada vez que habla de su sentimiento por el club. “El poder es que la gente te quiera”, dijo entre semana, lúcido. Solo con eso, con el amor que el pueblo bostero le profesa, el último diez le saca canas verdes a Macri.
Que Boca, el club más popular del país, no vaya a elecciones es sencillamente un escándalo. Macri seguirá abrazado a la vía judicial para entorpecer el proceso y Riquelme seguirá atado a lo que lo hace grande entre la hinchada xeneize. Para ambos hay mucho en juego. Boca le resulta central a Macri para recuperar, en persona, el lugar donde inició lo suyo. Riquelme, en cambio, quiere que Boca sea un club de fútbol y no el teatro de operaciones de un partido político, un grupo de medios y una pata judicial.