En la previa de la primera vuelta electoral, Letra P advirtió sobre la inminencia de un nuevo estallido del sistema político argentino frente a la posible confirmación del resultado de las PASO, con el ultraderechista Javier Milei en la cima del podio de los tercios. Eso no ocurrió y el triunfo de Sergio Massa blindó a la coalición peronista, ahora llamada Unión por la Patria. No zafó Juntos por el Cambio: el globo se pinchó y la alianza antiperonista implosionó. La máscara de la neutralidad es una sordina para camuflar la deflagración.
La incapacidad de alcanzar un consenso pleno venía asomando en las postergaciones de una cumbre del PRO que, al final, nunca se hizo. Se postergó de martes para miércoles, primero, y se cayó de nuevo un rato antes de realizarse: solos en la madrugada, Mauricio Macri y Patricia Bullrich cocinaron un acuerdo con Milei para fichar en el team Javier y la pudrieron del todo. Fue el último acto de un plan que el expresidente vino desarrollando en capítulos: como explicó Gonzalo Prado, el fundador del PRO apostó a quebrar Juntos por el Cambio para convertirse en el ceo de la nueva oposición.
Lo logró. Al término de una reunión del Comité Nacional, Gerardo Morales y Martín Lousteau, presidente y vice de la UCR, echaron de la alianza al ingeniero y a la titular del partido amarillo. “La actitud es intolerable, están afuera de la coalición”, sentenció el jujeño. Después lo vetaría el halcón boinablanca Alfredo Cornejo, que, electo por segunda vez gobernador de su provincia, vuelve a dominar los picos mendocinos. Morales no tiene facultades para sacarle la roja a nadie, la picó y, carnet del Grupo Malbec en mano, destacó los valores de las dos figuras desterradas. La grieta es transversal en JxC.
La condición de “decisión personal” de Bullrich de respaldar a Milei había sido el primer síntoma de la imposibilidad de sintetizar posturas institucionales sobre el dilema Massa o Milei. Se imponía la “libertad de acción” y la neutralidad como salida destinada a maquillar el estallido.
Mientras la UCR tomaba ese atajo en la cumbre del Comité Nacional, una de las figuras centrales del ala moderada del PRO que rechaza el acuerdo de los halcones con Milei le anticipaba a Letra P lo que se haría público un rato después: nada de definiciones colectivas; lo que vendría era una catarata de pronunciamientos individuales bajo el paraguas formal de la “libertad de acción”.
"Cada uno decide y es responsable de su voto. No voy a apoyar a ninguno de los dos candidatos, ni voy a ser parte del gobierno de ninguno de los dos. Ninguno me representa", anunciaba un rato después, a través de un comunicado que publicó en las redes sociales, María Eugenia Vidal.
Otra importantísima personalidad del PRO abonaba ante este portal, off the record, la avenida del medio como única salida a la encerrona que tironea el genoma de los socios de la alianza. El hombre, de amplio recorrido en la historia del partido fundado por Macri, reconocía el choque interno. “Algunos querían apoyar a Massa, otros no…”, admitía y reconocía que al propio candidato peronista le sirve la abstención opositora. “Él nos pide que seamos neutrales”, confiaba. Equipo que gana no se contamina.
Cómo duele la unidad
En la misma línea se pronunció Horacio Rodríguez Larreta cuando caía la noche. Ni Massa ni Milei. “Las dos opciones son muy malas para todos”, dijo y adelantó que votará “por la unidad lo más amplia posible” de Juntos por el Cambio, una opción que nadie encontrará en los cuartos oscuros. En medio de los crujidos de la grieta que rajaba la alianza, neutralidad y autopreservación.
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Completaron el cuadro los gobernadores electos de JxC, que se zambullen a pescar en el río revuelto de la cúpula ambacentrista para empujar la migración del poder interno desde el centro porteño hacia las provincias que, a contramano del fracaso nacional, le dieron a Juntos por el Cambio una ráfaga de éxitos que componen la contradicción del año juntista.
“Tenemos una responsabilidad como gobernadores electos de preservar los valores de JxC que se van a custodiar desde el interior del país, con diez gobernadores. Tenemos que abocarnos a preservar la unidad del espacio”, avisó Rogelio Frigerio, el mandatario electo de Entre Ríos, al ingresar a la Casa de Corrientes para reunirse con los otros nueve.
"Esta liga de gobernadores llegó para quedarse", avisó Ignacio Torres, el mandamás electo de Chubut, que se sacó el lazo por las patas. "Tenemos que ser responsables en las manifestaciones, porque los votos son de los ciudadanos", le respondió a TN cuando le preguntaron a quién votará el 19N.
El carro y los melones
El estallido ya ocurrió. Le faltan las formalidades, que quedaron, por ahora, debajo de la alfombra.
¿Qué quedará de Juntos por el Cambio y del resto del sistema político argentino después del ballotage?
¿Cómo se ordenará para transitar el ciclo institucional que comenzará el 10 de diciembre?
Imposible de anticiparlo, por dos razones: falta saber quién será el nuevo presidente y todo es posible en la dimensión desconocida argentina, en la que el nuevo jefe del Estado saldrá de una pulseada entre un hombre que cierra sus actos empuñando una motosierra, como el psicópata del clásico de terror Martes 13, y el ministro de Economía del 140% de inflación.
Achicando las pretensiones, puede presumirse que empezó un nuevo ballotage que enfrentará a coaliciones nuevas, una que se presentará a cara descubierta y otra que se moverá con sigilo bajo la superficie de las apariencias y los abstencionismos proclamados. Desde este miércoles, la disputa es entre Juntos por la Libertad y Unión por la Neutralidad. El resultado es un misterio del tamaño de los hilos que mueven a la política nacional.
