RIESGO MILEI

Elecciones 2023: se viene otro estallido

Del bicoalicionismo a los tercios, el sistema político argentino está volando otra vez por el aire. ¿Quién sobrevive a la bomba libertaria para juntar los pedazos?

Si este domingo consagraran presidente a Javier Milei, pero también si crearan un escenario de ballotage que solo estirara la agonía del Frente de Todos y dejara fuera de combate a Juntos por el Cambio, las urnas de las elecciones 2023, que se llenarán con las expectativas, las demandas, las frustraciones, las esperanzas y la rabia de un electorado aturdido, serían una miríada de bombas pequeñitas que, unidas, causarían un estrago de proporciones todavía desconocidas; un nuevo estallido de un sistema político que no para de nacer desde que el bipartidismo del siglo XX empezó a volar por los aires con la híper que nubló la primavera alfonsinista y terminó de implosionar en 2001. Como Jason, el psicópata de Martes 13, el León y su motosierra dejarían un tendal de víctimas sangrantes con pronóstico reservado. ¿Quiénes quedarían en pie para reconstruir la casa?

Siglo XXI Cambalache

En las dos décadas que siguieron al que se vayan todos, el sistema político argentino ha sido una materia informe en constante metamorfosis; un loop de ensayo y error en el que ninguna de las apariencias que ha ido adoptando consiguió asentarse en un ciclo duradero. En la imposibilidad de cumplir las promesas del 83 habrá que buscar las razones de que la única estabilidad haya sido, en este tiempo, la inestabilidad: hasta ahora, con la democracia, los argentinos y las argentinas no han podido comer ni educarse ni curarse como creyeron que podrían hacerlo.

Las elecciones de 2003 juntaron los pedazos que quedaron del estallido de 2001: tres candidatos de un peronismo atomizado, un radicalismo reducido a una expresión testimonial y figuras de buen rendimiento mediático que habían saltado a tiempo del Titanic boinablanca alumbraron un presidente que llegó a la Casa Rosada con la esquelética legitimidad de origen del 22%.

El turno de 2007 se jugó con una suerte de unipartidismo. Néstor Kirchner sorprendió con su capacidad para construir y acumular poder, se tragó al grueso de la UCR y a las organizaciones sociales que habían resistido en la calle durante la crisis y el pingüinismo ganó caminando: con Cristina Fernández de Kirchner en la boleta, duplicó la cosecha de Elisa Carrió, su inmediata perseguidora (46 a 23).

Cuatro años después, la hegemonía kirchnerista se profundizó a la par de la dispersión opositora: en 2011, CFK fue reelecta con el célebre 54% y un abismo de 38 puntos hasta el segundo, el socialista Hermes Binner, que obtuvo 16%. La UCR seguía de capa caída: Ricardo Alfonsín arañó un 11%.

Debieron juntarse aguas, aceites y otros brebajes para aprovechar el agotamiento que exhibía el kirchnerismo y quebrar el predominio del peronismo modelo primeros 2000. Con el ascenso de Cambiemos, las elecciones de 2015 marcaron el inicio de un bicoalicionismo que tuvo su apogeo en 2019, con la re-unión del peronismo en el Frente de Todos, pero quedó herido de muerte en las PASO de este año, que confirmaron las sospechas de CFK sobre la configuración de un escenario de tercios. Lo que no alcanzó a ver la vice es el poder destructivo de la bomba Milei. No lo vio nadie, en rigor, a pesar de que el caldo de la frustración por el encadenamiento de dos gobiernos fallidos venía hirviendo en la calle y en las redes sociales.

El tendal de las elecciones 2023

La bomba amenaza con no dejar títere con cabeza para la función del día después, pero, como siempre, conviene no generalizar. Tampoco, relativizar.

Como hizo Cambiemos en 2019, cuando se vistió de Juntos por el Cambio para disimular, el Frente de Todos no pudo presentarse a las primeras elecciones ejecutivas en las que se plebiscitaba su capacidad para gobernar. Horas antes del cierre de listas del 24 de junio, la dirigencia todista se camufló bajo las nuevas ropas de Unión por la Patria. Ahora sí se unía por la patria, avisó.

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Si el Frente de Todos no podía presentarse a elecciones era lógico que tampoco pudiera hacerlo el presidente Alberto Fernández, que superó los estándares de fracaso de Macri: mientras el fundador del PRO no consiguió la reelección, el peronista no llegó siquiera a una interna. Afuera.

La definición de la fórmula presidencial de UP dio cuenta del estado de fondo de olla en el que se hundía la coalición. En el camino quedaron el desconocido Wado de Pedro y el ya una vez derrotado Daniel Scioli (afuera), que fueron apartados para ungir a Sergio Massa, un ministro de Economía zamarreado por una inflación desbocada, una pobreza ultrajante de 40% y una deuda inviable que lo obligaría, al día siguiente de salir tercero en las PASO, a devaluar “por imposición del Fondo Monetario Internacional”.

Si mandara la lógica y el hincha de Tigre no lograra darla vuelta, ya no habría Massa candidato que camuflara al Massa ministro, que debería sentarse sobre el polvorín de una transición flamígera o huir por los tirantes. Afuera.

A Cristina intentaron jubilarla más de una vez y no han podido. El punto es que es ella la que ahora pide que la dejen retirarse. De espaldas al clamor de los Vladimires y los Estragones que nunca dejan de esperarla, la vicepresidenta protagonizó una saga de renunciamientos y pidió, ya harta de que no le creyeran, que de una vez por todas alguien tomara el bastón de mariscal. Además, en algún momento deberá rendir cuentas por el Frankenstein torpe que creó en 2019. Afuera (por decisión y errores propios).

¿Quién podrá, entonces, ayudar al peronismo a salir de la ciénaga? El ciclo de elecciones provinciales dejó su propio tendal: Omar Perotti, Sergio Uñac, Jorge Capitanich … Siempre quedará Gildo Insfrán, pero se sabe: a los ojos del gran público, el formoseño es una mancha venenosa. La Liga, afuera.

¿Podría Martín Llaryora saltar los muros cordobesistas para lanzarse a la patriada de construir un “peronismo moderno” sin pituquitos porteño-bonaerenses al mando?

Aunque retuviera el fuerte bonaerense y saliera de este lío convertido en héroe, Axel Kicillof estaría fuertemente condicionado por un gobierno federal de ultraderecha que amenaza con desfinanciar una provincia de por sí desfinanciada. Encima, debería soportar el fuego amigo de un peronismo bonaerense lanzado al imperio de sus instintos. Más: hasta aquí, el gobernador, demasiado kirchnerista como para sintetizar, no ha dado muestras de vocación para construir un sello político propio, aunque acaso haya que sospechar la acción de algún germen de rebeldía en la nueva canción que propuso componer. ¿Axel 2027? La cuesta es empinada.

El primer spot de Macri y Pichetto juntos

Juntos en el barro

La caída de la alianza antiperonista cuando se disponía a llevarse el mundo por delante fuerza la máquina de la comprensión hasta de las mentes más brillantes.

Si este domingo las urnas le quitaran la chance siquiera de jugar un desempate en noviembre, es lícito pronosticar que la podredumbre que manchó los zapatos de sus principales figuras durante la campaña para las PASO vuelva a la superficie y termine ahogando toda esperanza de unidad en la diversidad para la reconstrucción de un experimento que supo esconder sus tensiones en una institucionalidad de cartulina.

Patricia Bullrich sería la cara de una derrota estruendosa. Afuera.

En su fuero íntimo, Horacio Rodríguez Larreta cobija la esperanza de la revancha, pero ¿por qué razón más o menos razonable la vida le daría esa segunda oportunidad? Si había una candidatura natural era la del porteño. Dieciséis años de gestión sobre los hombros, fama de hacedor ganada a fuerza de amplia cobertura mediática, alto nivel de conocimiento público… 11 por ciento. Eso sacó en las PASO el presidente cantado. Afuera.

Con su táctica del zigzag, Macri viene jugando al Gato y al León para asfaltar la gobernabilidad de una administración Milei. ¿Cuánto tardarían las hordas de viudas y viudos del PRO en correr atrás de su líder primero para llenar el enorme organigrama de un Estado que, por más motosierra que le metiera, el libertario no podría llenar sin ayuda? ¿Para qué le serviría a Macri, en ese contexto, la sociedad con la UCR y con el minipartido de Carrió, una alquimia de la que siempre renegó? Afuera.

Radicales, otra vez atrás

La UCR es una mamushka de frustraciones. Entre 2015 y 2019 penó empujando el furgón de cola. En este proceso electoral se ilusionó con al menos pelear por tomar el control de la locomotora. Para eso, amagó con lanzar candidaturas propias en la Nación y las dos Buenos Aires.

En ese camino quedó Gerardo Morales, que primero debió aceptar el segundo término de una fórmula mixta y después perdió las primarias de la mano de Larreta, su socio PRO. Afuera.

Ni a eso llegó Facundo Manes, el gurú TED que prometió reeditar la épica alfonsinista del 83 y terminó dando el paso, pero al costado. Una bomba de humo. Afuera.

En la provincia de Buenos Aires, la UCR no pudo siquiera posicionar un par de nombres que al menos plantaran cierta sensación de competitividad. Gustavo Posse vio derrumbarse su dinastía en San Isidro, Maximiliano Abad se subió a la Patoneta en una boleta legislativa y en la fórmula para la gobernación el partido coló, en segundo término, un intendente desconocido. Una pobreza centenaria.

En la Ciudad de Buenos Aires, Evolución Radical, la vanguardia de la nueva UCR, se asoció con Larreta para armar el chino de las elecciones concurrentes que, supuestamente, le embarrarían el camino al macrismo familiar. Error. Martín Lousteau perdió las primarias con el primo Jorge y se pegó al intendente porteño en el álbum de la derrota. Afuera.

A contraluz de este cuadro ambacentrista, el poder de los dos socios grandes de Juntos por el Cambio se agigantó en el mapa federal. Desde el 10 de diciembre, entre radicales y amarillos la coalición podría gobernar diez distritos –contando la Ciudad y Entre Ríos, donde Jorge Macri y Rogelio Frigerio todavía no ganaron, pero se espera que lo hagan-. Seis de esas jurisdicciones eran bastiones del peronismo. Un año espectacular.

En el contexto descripto de deterioro o fuga de los liderazgos nacionales, ¿quién podría conducir toda esa energía, que tiene además su correlato en una potente representación parlamentaria? ¿El mendocino Alfredo Cornejo? ¿El correntino Gustavo Valdés? ¿El santafesino Maximiliano Pullaro? ¿El bonaerense orgullosamente porteño Jorge Macri? ¿Alguno de ellos tendría la capacidad para mantener unida a esa liga de gobernadores 50% PRO – 50% radical?

Cuando estas líneas se escriben, certezas es lo que no hay. Habrá que esperar el tan mentado mensaje de las urnas, que se han empecinado en dejar en ridículo a las encuestas, reducidas a un producto de entretenimiento. Queda la Historia. La reciente es una cadena de estallidos de un sistema político cambalachesco. No hay razones objetivas para descartar otro.

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