Juntos por el Cambio quedó en tercer lugar en las elecciones que, hasta hace unos meses, daba por ganadas. La coalición se había mostrado resiliente tras la salida del poder y se impuso en los comicios de medio término de 2021, pero no pudo capitalizar los problemas del oficialismo y perdió de forma inesperada el lugar de principal fuerza de oposición. Ahora se encuentra en una situación paradójica: nunca tuvo tanto poder territorial -diez gobernadores y un crecimiento relevante de intendentes- pero esa expansión, fundamental para lograr gobernabilidad y eventualmente hacer viable su proyecto político más ambicioso, se da cuando quedó afuera del ballotage. ¿Cuáles son las razones de la debacle y cuáles los desafíos de un futuro que, ahora, luce mucho más incierto?
Hay derrotas y derrotas
No es la primera vez que JxC pierde elecciones. En 2019, Mauricio Macri fue el primer presidente que intentó la reelección y no lo logró, pero esa derrota se dio con una remontada importante de votos entre las PASO y las elecciones generales -JxC subió 8,5 puntos y el FdTm 0,4- y revistió una épica para la coalición, que se galvanizó en torno a las marchas del #SiSePuede. Perdió las elecciones, pero se fue con el 40,3% de los votos, un electorado consistente y movilizado y buenas razones para que los socios se mantuvieran unidos, aun con los problemas de coordinación que habían experimentado en el gobierno y las molestias internas acumuladas.
Ahora, JxC se enfrenta a una derrota cuando hace poco tiempo se daba por ganador y abre interrogantes sobre su futuro. Después de triunfar en las elecciones legislativas de 2021, demostrando que la coalición seguía fuerte y que podía sacar ventaja de los problemas políticos y económicos del peronismo gobernante, se queda afuera del ballotage en estas elecciones sin poder evitar la sangría de votos en casi todos los distritos (la única excepción es el bastión electoral del PRO, la Ciudad de Buenos Aires).
La interna feroz y la coalición descolocada
En las primeras elecciones presidenciales sin su líder fundador en la boleta, JxC optó por definir sus candidaturas mediante primarias abiertas. Ya lo había hecho en 2015, pero esta vez fue diferente en dos sentidos: 1) se trató de unas PASO competitivas, a diferencia del modo testimonial y estratégico en que se presentaron Ernesto Sanz y Elisa Carrió contra Macri cuando se estrenó Cambiemos, y 2) enfrentó a dos miembros del PRO, en lugar de oponer a candidatos de los distintos paridos de la coalición. Si bien el radicalismo se había ilusionado con disputar más poder en JxC desde el momento mismo en que terminó el gobierno, finalmente no pudo unificarse tras una candidatura propia -¿de Facundo Manes o Gerardo Morales?- y repartió sus apoyos de modo inorgánico entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta.
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La interna entre la exministra de Seguridad y el jefe de Gobierno fue virulenta y desordenada. Para un partido que hasta entonces se había mostrado centralizado y profesional, el contraste fue notable. Esa lucha impidió que se acordara una candidatura unificada en la provincia de Buenos Aires y casi pone en riesgo el bastión electoral del partido con los cambios en el sistema de votación de la Ciudad. Además, estuvo atravesada por críticas abiertas entre los candidatos presidenciales y entre los postulantes subnacionales que apoyaba cada uno, sin mecanismos para ordenarlas o contenerlas. Las tensiones crecientes sembraron animadversión entre los líderes y activistas de cada facción e hicieron peligrar la marca partidaria que los mantenía unidos. Curiosamente, esa dinámica de luchas intestinas a la vista de todos los emparentó con la coalición peronista, de la que tanto buscaban diferenciarse.
Luego de consumir energías en la disputa interna, el resultado de las PASO, con La Libertad Avanza en primer puesto y ganando en 16 de las 24 provincias, dejó a su vencedora en un lugar incómodo.
Su propuesta de mayor nitidez ideológica y antinegociación con los actores de veto se había mostrado más en sintonía con el contexto que dejó la pospandemia y la extensión de la crisis, para imponerse sobre Larreta, pero no resultaba claro cómo retener los votos moderados de su adversario y a la vez pugnar por algunos de los más radicalizados que se habían volcado hacia Javier Milei. La coalición entera se mostró descolocada, Macri decididamente ambiguo, y la candidata por momentos desconcertada en el nuevo tramo de la campaña, en el que luchó por una centralidad que ya no tenía.
El efecto Milei
Si al principio la irrupción de Javier Milei pareció ser interpretada como un activo para los sectores más duros de JxC, que encontraron en el ascenso del libertario una oportunidad para traccionar el discurso hacia posiciones ideológicas más nítidas -desde el discurso de mano dura hasta la promesa de reformas promercado más veloces y profundas-, las elecciones mostraron cuán desafiante es para la derecha mainstream la emergencia de una derecha radical.
En el contexto argentino, este resultado no parece estar empujado por un giro ideológico profundo, sino por la frustración frente a una crisis económica particularmente larga, con alta inflación que desordena la vida cotidiana y las expectativas de progreso de las mayorías, y luego de los gobiernos fallidos de dos coaliciones de signo político opuesto. Si JxC hubiera sido la única fuerza de oposición disponible seguramente fuera una opción competitiva. Pero al haber otro vehículo para manifestar el descontento, el recuerdo de su fracaso podía no haber quedado tan lejos.
¿Y ahora?
Lejos de recuperar los votos perdidos en algunas de las provincias en que históricamente fue fuerte, JxC no logró siquiera mantener el 28% que consiguió en agosto, y solo llegó al 23,8%. Quedó segundo en las provincias de Corrientes y Entre Ríos, en las que había salido primero en las PASO, y se debilitó en muchas otras. Como aliciente, logró la victoria de Rogelio Frigerio en Entre Ríos y quedó cerca de ganar en primera vuelta en la Ciudad de Buenos Aires con Jorge Macri. El PRO tendría de ese modo tres gobernadores propios y el radicalismo otros siete, pero en el futuro cercano se abren enormes desafíos: en el corto plazo, evitar la ruptura y los apoyos fragmentados frente a la segunda vuelta entre Sergio Massa y Javier Milei. En el mediano plazo, si cabe, suturar heridas entre los miembros, lograr cohesión y posicionarse de forma unificada frente a un gobierno que, sea del signo que sea, intentará convocar a alguna de sus partes.