Juan Schiaretti no se bajó. La porfía se celebró a lo grande, en un estadio Quality Arena desbordante de peronistas y socios transversales de Córdoba y el país. “Hemos vencido todos los vaticinios. Ganamos la provincia y ganamos la ciudad nuevamente. ‘Juan se va a bajar’, decían primero; 'no se va a presentar’; 'no va a poder entrar’, nos decían. Y acá estamos”, vociferó, con su estilo ya inconfundible, el gobernador electo, Martín Llaryora, beneficiario directo de la jugada de su promotor.
Les asiste el derecho del entusiasmo en una Argentina marcada por la incertidumbre, la lejanía de la política con la sociedad y, claro, el desatino sistemático de las encuestadoras para anticipar una tendencia. Hasta el domingo a la noche, el cordobesismo sentirá que todo fue ganancia, que dieron un paso fundamental para mostrar un “modelo de gestión” que cumplió 24 años y se extenderá por cuatro más.
Material de análisis posterior será la performance cuantitativa del gobernador-candidato; o si la injerencia plena que pudo mantener mientras se sustanciaba la transición con Llaryora trasciende los objetivos cortos (las tres bancas) para convertirse en un actor gravitacional de la política que viene.
Y fue Florencio Randazzo, a quien durante toda la semana lo sindicaron con el interlocutor del cordobesismo con Javier Milei, el que ofrendó la gobernabilidad a la fuerza victoriosa. Una postura híbrida que tiene poco de juego neutral, precisamente por la apuesta presidencial que siempre estuvo atada a objetivos de estricto orden interno.
Schiaretti no se bajó, pese a todo. Pese a que no pudo sustanciar el frente de frentes con Horacio Rodríguez Larreta. No lo amedrentó el inesperado segundo puesto en la provincia que gobernó tres veces. Tampoco el fuego amigo de la dirigencia renovadora (filomassista) que le endilgó antiperonismo y otros conceptos que suelen usarse para el peor de los adversarios.
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Sostener esa candidatura era necesario no sólo para evitar el síndrome del pato rengo, sino para comenzar a mover ese muro que levantó para aislar a Córdoba del kirchnerismo. Como se sabe, esa fortaleza impenetrable no se derrumba de un soplido.
Llaryora lo sabe. Y por eso se convirtió en el más entusiasta militante de la candidatura presidencial de Schiaretti. “¿Por qué vamos a votar al menos peor si tenemos al mejor?”, repetía el nuevo jefe del cordobesismo ante una platea de funcionarios y funcionarias visiblemente conmovidos ante el discurso más peronista que se le escuchó al gobernador electo en los últimas semanas.
La hora de la verdad
Schiaretti no se bajó, pero nadie lo imagina en un ballotage. Llaryora aprovechó la atención para ir construyendo un perfil nacional que ya se presenta como un desafío en sí mismo. El gobernador saliente capitalizó su viralización en los debates presidenciales para instalar que esa curiosidad expresada en redes se traducía en un incremento de la intención de votos.
El cordobesismo reforzó el relato al hablar de las tres bancas como una posibilidad. Lo cierto es que los desafíos son los mismos de siempre. Esas apuestas por el momento que declinaría su postulación ponían de manifiesto la posibilidad de una derrota innecesaria para un hombre que podía irse por la puerta grande de su provincia. Cierto es que el PJ cordobés este jueves lo rodeó sin dejar huellas de una despedida.
A las tres bancas aspiracionales de siempre se suma otro objetivo histórico: dañar la cosecha del peronismo kirchnerista con blancos renovados. Esta vez, Llaryora peleará por una posición nacional. La única carta que tiene a mano sigue siendo el Congreso y la oferta de gobernabilidad. Como Schiaretti, como José Manuel de la Sota.
La inserción del cordobesismo en el peronismo nacional será compleja y no estará exenta de desafíos. ¿Sergio Massa va a facilitar el entrismo cuando la dupla cordobesa apuesta por un triunfo de Milei? Poco probable. ¿Juntos por el Cambio le abrirá la puerta para un armado transversal con la pata local en disputa directa con Luis Juez y Rodrigo de Loredo a la cabeza? Difícil.
Schiaretti necesita salvar la ropa para articular el nuevo anclaje en un país que necesitará grandes consensos, de los que Córdoba no puede darse el lujo de quedarse al margen.
Gane quien gane.