ES LA ECONOMÍA

Maldita inflación: los peores meses y la irresistible tentación de dolarizarse

Para encontrar un aumento de precios peor que el conocido este jueves hay que viajar a 1991. El país venía de dos años de híper y se entregaba al 1 a 1.

"Agosto fue el peor mes de la economía de los últimos 25 años", admitió Sergio Massa hace diez días y reconoció que esa performance impactaría en el IPC. No le erró en eso: este miércoles, el INDEC confirmó que ese período plantó la bandera de los dos dígitos con un aumento de precios del 12,4%. Sin embargo, el ministro de Economía se quedó corto con el cálculo histórico: al menos en materia de inflación, agosto fue el peor mes de los últimos 32 años.

Hace 21 años que no se registraba una inflación mensual de dos dígitos: la última había sido en abril de 2002, con el 10,4%, poco después de que el gobierno de Eduardo Duhalde dejara atrás el 1 a 1. Para encontrar un registro más alto que el de agosto de 2023 hay que viajar aun más en el tiempo, hasta febrero de 1991, cuando los precios se dispararon un 27%.

La inflación viene en un ciclo ascendente que parece imparable. Aceleró durante el gobierno de Mauricio Macri -terminó con un registro anual del 53,8% en 2019- y siguió empinándose durante la administración de Alberto Fernández, que tiene al candidato presidencial Massa como hombre fuerte desde agosto de 2022. En el año calendario Sergio, el IPC dio un salto de 124,4%.

A principios de 1991, cuando se dio el peor índice mensual inmediato al conocido este miércoles, el país venía de dos años hiperinflacionarios: en 1989, cuando Raúl Alfonsín le entregó antes de tiempo el poder a Carlos Menem, los precios aumentaron 3079%; 1990 terminó con una suba de 2314%.

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La "solución" llegó en abril de 1991, con la Ley de Convertibilidad, hija posteriormente en disputa del matrimonio malogrado Menem - Domingo Cavallo. Un peso, un dólar. Fiesta por unos años -con muchísima gente afuera pidiendo las sobras- y la peor tragedia social una década después.

El país de hoy no es el de entonces, el de la hiperinflación, pero ya ladra y mueve la cola.

No es magia: en una sociedad que se quemó con leche y lloró a moco tendido, que ve cómo sus pesos y su poder adquisitivo se derrumban día a día, la dolarización que propone Javier Milei, por más que hasta el establishment de la Patria liberal la denoste y la acuse de ser un "espejismo", no sorprende que parezca un refugio en la intemperie.

Al cabo, la política -la que falló con ganas en los dos últimos gobiernos y viene acumulando fracasos durante décadas- tiene que encontrar la fórmula para ofrecer una alternativa poderosa que frene el avance peligrosísimo de la ultraderecha, pero no puede hacerse los rulos: la culpa de Milei no es de Milei.

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