LITURGIA DE CAMPAÑA

Lula vs. Bolsonaro, últimos rituales para captar el bendito voto evangélico

Dios y el diablo pelean en el coliseo electoral brasileño. Prédica bíblica, debate por el Estado laico y admonición católica. El reflejo en la política argenta.

Identificado por su grey política como el “mesías” y por la oposición como un “poseído por el diablo”, el presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro va por la reelección en la contienda electoral del 2 de octubre próximo contra el progresista Luiz Inácio Lula da Silva, el expresidente que pretende un nuevo comienzo en Brasil y es tildado de “falso profeta” por su adversario; todo en medio de una disputa polarizada y con un botín considerado clave para ganar: la feligresía evangélica. Un poco más del 27% de un padrón electoral de 150 millones de personas.

 

Esta escena electoral es impensada en Argentina, donde las personas de fe evangélica no responden linealmente a quienes mandan en las iglesias cristianas, pese a su creciente penetración religiosa e incipiente escalada en esferas políticas. Encarnada principalmente en alianzas ocasionales con Juntos por el Cambio (JxC), o por afuera de las agrupaciones partidarias tradicionales en las provincias, la movida partidaria evangélica rara vez ha cruzado la raya municipal o legislativa y está muy lejos de la realidad de la vecindad verdeamarela.

 

Lula (Partido de los Trabajadores-PT), según una encuesta de PoderData, tiene una intención de voto del 44% contra 37% de Bolsonaro (Partido Federal-PF); pero esos datos muestran otra resultante cuando se focaliza el sondeo en la grey evangélica, confirmando un marcado ascenso en la preferencia por el presidente y con un pico diferencial que llegó hasta 40 puntos porcentuales a fines de agosto. La medición de mediados de septiembre determinó que el actual mandatario creció del 44% al 58% en los últimos dos meses entre quienes dicen adherir a esa fe religiosa, mientras que el candidato del PT bajó del 33% al 31%. En tanto, se mantiene la diferencia de 19 puntos porcentuales, aunque con un leve retroceso de ambos, en la intencionalidad de sufragio de las personas católicas brasileñas: Lula, 48%; Bolsonaro, 29%. 

 

En las escaramuzas de campaña, Lula ha intentado captar ese voto evangélico esquivo –al que menospreció en 2002 y 2006, al igual que su sucesora Dilma Rousseff en 2010 y 2014- con diversas estrategias de acercamiento y con una discursiva en defensa del Estado laico, al considerar que “no debe tener religión”, y en rechazo a las estratagemas de su adversario político a quien acusó de utilizar la fe de las personas para conseguir adeptos y de estar “haciendo de la iglesia un escenario político”.

 

Lula también ha utilizado tribunas partidarias para criticar a Bolsonaro por querer “satanizar” su trayectoria política y también para expresar –hasta con referencias bíblicas- su público descontento con las pastoras y pastores que bendicen las candidaturas de “falsos profetas o de fariseos” (NdeR.: grupo político religioso que en la antigüedad aparentaba rigor y austeridad, pero eludía los preceptos de la ley judía). "Hay diablos llamándose Dios y gente honesta llamándose diablos", advirtió el exmandatario en un discurso en San Pablo.

 

Bolsonaro, quien en 2018 ganó las elecciones que lo llevaron a la Presidencia con el apoyo de la población evangélica y de las fuerzas militares a las que perteneció, apela en forma constante a prédicas sobre los valores cristianos y morales a fin de fidelizar esa base electoral en su camino para seguir al frente del Palacio de Planalto por otro período. El primer mandatario lo ha demostrado desde el minuto uno de su gestión con el polémico nombramiento de la pastora Damares Alves en el Ministerio de la Mujer, la Familia y los Derechos Humanos o con su insistencia hasta colocar en 2021 a un magistrado “terriblemente evangélico” como el jurista Almeida Mendonça –también pastor y su exministro de Justicia y Seguridad- en el Tribunal Supremo de Brasil.

 

El actual mandatario también articula posiciones de poder bajo el amparo de tres denominaciones neopentecostales influyentes en la escena político religiosa brasileña: la Asamblea de Dios, la Iglesia Evangélica Cuadrangular y la Iglesia Universal del Reino de Dios, fundada por el obispo Edir Macedo, dueño de Record, el segundo mayor grupo de comunicación brasileño denunciado en reiteradas oportunidades por evasión impositiva. Otra protagonista de este último tramo de la campaña es Michelle de Paula Firmo Reinaldo, esposa de Bolsonaro, quien profesa esa creencia y ha conseguido que su esposo participe más de una vez del multitudinario evento evangélico conocido como las “Marchas por Jesús”.

 

Lula y Bolsonaro también se tironean la preferencia de la grey católica brasileña, una de las más grandes del mundo y que representa al 50% del padrón electoral, pero cuyas máximas referencias se abstienen tanto de influenciar en la feligresía como de posicionarse de un lado u otro de la grieta política. El presidente dice respetar a la Iglesia católica, pero no disimula sus discrepancias con la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil. Hace poco pasó un mal momento en el santuario de la Virgen de Aparecida, donde el arzobispo Orlando Brandes aprovechó la homilía de una misa para reprocharle los decretos para facilitar la adquisición de armas por parte de civiles.

 

Lula, por su parte, se definió reciente como “hijo de la Teología de la Liberación” y aseguró que esa corriente cristiana que une el Evangelio con la opción preferencial por los pobres y las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) fueron clave en la fundación de las células del Partido de los Trabajadores; además de recordar su amistad con sus compatriotas el fraile dominico Frei Betto, el teólogo tercermundista Leonardo Boff y el fallecido cardenal Claudio Hummes, que inspiró a Jorge Bergoglio en la elección de su nombre pontificio.

 

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