Alberto Fernández inicia el sexto mes del año lejos de sus deseos: la segunda ola de la pandemia no da tregua y la economía repuntará más en los números del INDEC que en las mesas familiares. Sin embargo, aunque se patearon algo para adelante, las elecciones legislativas ya están a la vuelta de la esquina y el Presidente necesita construir una narrativa que le permita salir airoso, encarar con cierta holgura su bienio final y prepararse para la pelea de 2023. Tal como van las cosas, ¿podrá esgrimir razones concretas para pedir otra vez el voto o deberá conformarse con reclamar confianza y remixar el “síganme, nos los voy a defraudar” del 89 menemista?
Dadas las millones de dosis llegadas al país y la lluvia de turnos con la que los diferentes distritos sorprendieron para bien a mucha gente en los últimos días, podría decirse que la campaña de vacunación contra el nuevo coronavirus ahora sí arrancó. Algunos sondeos dan cuenta del modo en que eso cambia el humor colectivo en beneficio del Gobierno nacional, el que consigue los inmunizantes, pero la pregunta sobre si ese será un efecto fugaz o uno perdurable genera respuestas encontradas. Si ocurriera lo segundo, habría que quemar todos los libros que consagran la primacía de las condiciones materiales de vida, especialmente las más inmediatas, en los procesos electorales.
El problema es que el rebote de la economía tras la cuarentena prolongada del año pasado no es el soñado y que, incluso antes del déjà vu de restricciones de la última semana, que podría reeditarse, la actividad cayó en febrero y en marzo en relación con los meses precedentes.
La recuperación es endeble y solo mostrará números relevantes en la comparación con el fondo del pozo del otoño y el invierno de 2020. Será, entonces, estadística y poco más.
Así las cosas, el oficialismo desplegará su estrategia de campaña en tres frentes, según supo Letra P. Uno, el sanitario, en el que espera que una vacunación aluvional se sume al final del invierno para generar una reducción fuerte de contagios y muertes que permita declarar una victoria al menos parcial sobre la peste. Otro será el económico, en el que –para desasosiego de Martín Guzmán– apostará, cueste lo que cueste, a poner plata en los bolsillos, a generar pequeños golpes de efecto y a tratar de pisar la inflación con los precarios recursos de los controles y del atraso tarifario y cambiario. Por último, se empeñará en realzar la unidad del peronismo, en evitar fugas de jefes y aparatos locales –sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde deberá esmerarse Sergio Massa–, en contener a los sectores desencantados del electorado propio y, si es posible, en salir a recuperar al de clase media, el que si algo acumuló en la pandemia, fue bronca.
Unidad, aunque duela
La manera de disimular los lamentos económicos será escudarse en la consigna de la defensa de la vida ante el virus. El argumento es válido porque la emergencia sanitaria jamás le permitió al Gobierno poner en marcha un plan económico que mirara a más de un día. Sin embargo, es incierto que el electorado se muestre comprensivo al respecto cuando el país viene desde hace mucho en picada, con recesiones cada vez lesivas para los ingresos en 2016, 2018, 2019 y 2020.
Si la gestión no ha dado los frutos deseados, la búsqueda de la confrontación en modo de grieta será un factor dominante. La misma sirve –se supone– para explicar el covid 2.0 y la suba de los precios en claves más conspirativas que técnicas y más dadas por el boicot de los de enfrente que por los errores propios.
Si Fernández cristiniza hoy la economía, también cristiniza su discurso. Eso reduce las tensiones dentro de una alianza de cristal y le permite confrontar con una oposición que le presenta a la sociedad en clave de sinécdoque, una en la que las partes más caricaturescas dan cuenta de un todo que no se limita a ellas. Hay que admitir que la operación tiene algún anclaje en la realidad: los elementos racionales de Juntos por el Cambio no saben, no pueden o no quieren imponerse a los sectores yihadistas que, desde la calle y desde la dirigencia, no hacen más que llevarlos de la nariz.
Patricia Bullrich facilita ese intento, aunque no vaya a ser cosa que en algún momento los enanos del circo peguen un estirón. La presidenta del PRO pasó de encabezar el negacionismo sanitario a, cuando los contagios se dispararon, escandalizarse por la situación. Luego, de denunciar la falta de vacunas a, cuando estas llegan, enrolarse como jefa de la barra brava del club Defensores Pfizer de la Major League Soccer.
Hay que reconocerle que nada la cohibe, incluso si la realidad la desmiente todos los días. Su tono va in crescendo, como cabe esperar en un proyecto de tipo bolsonarista. Así, la acusación de que no llegaron vacunas de ese laboratorio porque medió un pedido de coimas fue el último derrape de la otrora militante del peronismo combativo y actual abanderada de cualquier postura o interés estadounidense: no solo recibió la desmentida de la multinacional, sino una lluvia de demandas, incluso civiles, del Presidente, de Ginés González García y de Carla Vizzotti. En semejante contexto se reduce el espacio de los moderados, si es que estos no son, como los Reyes Magos, sencillamente los padres.
Para ser exitosa, la estrategia de cristinizar al jefe de Estado no puede durar para siempre. Es la primera parte de una operación que, más cerca de las urnas, debería recuperar al Fernández conciliador, esa frutilla del postre que logró captar una porción de voto moderado y superar el dilema que él mismo expresó en la previa de los comicios de 2019: “con Cristina (Kirchner) no alcanza, sin Cristina no se puede”.
Por eso, hoy limita sus diálogos on the record con la prensa militante del macrismo y dibuja en la arena dos líneas que los enmarcan entre la propia y los influencers capaces de aproximarlo a la militancia desencantada, a la que le recuerda que tolerarlo es el precio que debe pagar para que no vuelva Mauricio Macri. Sigue pensando que sin Cristina –y lo que ella representa– no se puede.
El Fernández del presente desespera a no pocos periodistas profesionales, especialmente a esos intrépidos que hacen de la repregunta un arte en el que dejan la vida. Paciencia: eso no durará por siempre y ya volverá el Alberto conocido. Es que, otra vez, con Cristina no alcanza.
Ya pisando junio, el calendario apremia. La pandemia como justificación de todos los sinsabores, el boca a boca aliviado de las personas vacunadas, la primavera inexorable y la esperada mejora de los indicadores sanitarios, alguna pausa de los precios, un rebote cuando menos de cotillón, la vuelta de tuerca sobre la grieta argento-argentina y el ida y vuelta discursivo para contener a la tribuna propia y recuperar a la desencantada son las claves de lo que viene. ¿Le alcanzará al Gobierno para salir a salvo del test electoral? Todo lo que pase después de noviembre nacerá del vientre oscuro de ese interrogante.