Fueron dos partos los que pasó Pablo Javkin antes de ser elegido intendente de Rosario en 2019. El primero, la llamada prueba de fuego, al ganar la interna en el Frente Progresista contra el socialismo que tenía toda la maquinaria a disposición después de gobernar 30 años la ciudad. El segundo parto, el consagratorio, fue al derrotar por poco a un justicialismo afilado y unido. A casi dos años de aquellos episodios, lleva la crianza de la criatura a tiro, sin que le sobre nada y con la marcha sostenida de su plan político que sólo él sabe realmente cuál es. Pero también se le presenta otro posible nacimiento: el de liderar el espacio progresista a partir del vacío que dejó la muerte de Miguel Lifschitz.
Mucho más rápido de lo esperado ve cómo se le destapan las oportunidades por su trayectoria y potencial, por el mencionado hueco que deja la ausencia del socialista en la alianza y por tener un perfil no ortodoxo. Mientras Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Emilio Monzó lo miran para algo amplio a futuro, parece no dejarse tironear y, al menos por ahora, le escapa.
En tanto, el huérfano Frente Progresista parece ser un marco a medida para sus apetencias de mediano plazo. Una estructura armada pero desconcertada es lo que se le presenta para hacer pata ancha y mantener a flote la tercera vía en Santa Fe. El paso parece depender de él. Así, tendría la particularidad de liderar a una fuerza provincial de manera prematura, quemando etapas y con base en la intendencia de Rosario.
Después de aquellos dos partos electorales, la pandemia se le presentó como el castigo del protagonista si se hablara de una tragedia griega. Javkin se aferró a la dificultad para impulsar su modo de gobernar y le calzó justo para ponerse al frente de la gestión abarcando todo de manera casi exclusiva. Probablemente la pandemia aceleró su costado personalista que se preveía desde antes de asumir, y que se caracteriza en no delegar, sobre todo en las decisiones de fondo. Parece más bien un proyecto personal desde su partido Creo que tracciona colectivamente y se va construyendo. Desde el día uno, su entorno empezó a hablar de javkinismo y hoy lo mantiene.
Para encarrilar esto desde el inicio, supo contener al socialismo que presumía un papel de desgaste interno en la alianza. Hasta ahora, más allá de algún cortocircuito y reproches, no ha habido coletazos que le complicaran las decisiones o pusieran en discusión su autoridad. La muerte de Lifschitz puede, incluso, restarle peso al socialismo. Si la confección de listas para el Concejo municipal prometía tensión, ahora, sin el líder socialista, le puede agregar desorden.
La otra clave para su construcción, que, según confían en su entorno proyecta a ocho años en la ciudad, ha sido lograr gobernabilidad con la oposición. Mediante un acuerdo llamativamente diverso que logró sumar a macristas y camporistas, la oposición dura queda desdibujada y con el embrollo interno que el propio Javkin les plantó dentro del peronismo y Juntos por el Cambio.
Javkin pasó estos dos años acaparando espacios y tejiendo un sello propio, con su impronta de cercanía y de colocarse por delante. Se enfocó en cuidar su administración aprovechando los tiempos de vacas flacas y jugando corto para no pifiar. Aún no dio el salto programático que prometió para una ciudad que permanece paralizada en el tiempo y que lo llevó a obtener la adhesión electoral de un segmento social medio, y sobre todo céntrico, que no deja de lado sus demandas por más que haya un virus mortal en la calle. Larretismo comprometido que se aletarga por la pandemia.
Los próximos meses serán clave en sus definiciones, principalmente por cómo se desarrolle el armado electoral en su oficialismo y, obviamente, los resultados de los comicios. Lo curioso de todo su proceso es que recién comienza a acomodarse en Rosario, pero el futuro político no lo deja sentarse.