Conviene arrancar por los números récords de contagios por covid-19 para tomar dimensión de la situación: este sábado hubo 21.220 nuevos casos positivos y 298 muertes en todo el país. En Buenos Aires se registraron 10.156 positivos y 120 decesos, mientras que en la Ciudad de Buenos Aires se reportaron 3.008 positivos y 15 fallecidos. Desde el inicio de la pandemia, 61.474 personas murieron en Argentina como consecuencia del virus. El proceso inflacionario de contagios parece conducir inexorablemente al colapso sanitario en el AMBA, donde se concentra la mayoría de los casos y donde encontrar una cama ya se parece a una quimera.
El coronavirus viaja por autopista y la dirigencia política -la que gestiona y también la que tiene otras responsabilidades- no para de tropezar circulando a campo traviesa. Es sorprendente el nivel de desacuerdos entre oficialismo y oposición a la hora de aplicar una receta para frenar el avance de la pandemia. Esta vez, la prioridad es salvar vidas. Ya no se trata de discutir cuál de los dos grandes modelos conviene aplicar, con ninguno de los cuales se logró solucionar la crisis estructural que pone a la Argentina en el lote de los enfermos crónicos.
La disputa por las clases presenciales y el consecuente derribo de los puentes entre Horacio Rodríguez Larreta y Axel Kicillof y Alberto Fernández despiden un olor nauseabundo. El corte de comunicación entre las jurisdicciones es tan ilógico como temerario, incluso pese a los contactos subterráneos que subsisten entre funcionarios de las carteras sanitarias y de otras áreas de los gabinetes. Porque el problema es, también -acaso, fundamentalmente-, la versión pública que se da a una sociedad azorada, llena de miedo y expectante de señales para tomar un rumbo; sin mencionar a esa porción mínima pero peligrosísima que es indiferente incluso ante las medidas en las que no hay grieta.
Con el fallo de la Corte Suprema y la caducidad del DNU en el horizonte, el jefe de Gobierno porteño y parte de su gabinete harán este domingo un primer testeo para analizar los efectos de las restricciones aplicadas. Kicillof lo hará un día después para llegar a la reunión del martes con el Presidente con un diagnóstico que permita tomar decisiones. La Provincia va camino a un endurecimiento, no hay dudas. En el gobierno confían en que, arrastrada por la ola de contagios, la Ciudad haga lo mismo.
El gobernador, su ministro Carlos Bianco y el viceministro Nicolás Kreplak comenzaron a preparar el terreno esta semana. “Qué alarma tiene que sonar para que algunos se dejen de hacer politiquería y campaña electoral”, disparó el primero. El jefe de Gabinete trató de “absolutamente irresponsable y siniestra” a parte de la oposición y dijo que está “dispuesta a que se prenda fuego la provincia en pos de sus intereses particulares”. Kreplak apeló a los números: “Seis de cada diez personas que son intubadas mueren”. Brutal.
Fuentes de Juntos por el Cambio con asiento en el conurbano reconocieron a este medio que en las últimas horas se intensificaron los contactos con el Gobierno porteño de manera directa y vía dirigentes sin responsabilidad de gestión. Los llamados partieron de despachos bonaerenses, pedían “bajar un cambio” para evitar que “el bicho se lleve puesto a todos”.
Pese a chisporroteos y algunos cruces de declaraciones con funcionarios de la administración provincial, con silencios, medidas locales y propuestas, intendentes amarillos pusieron una cuota de racionalidad y se diferenciaron de la superestructura opositora. Jorge Macri (Vicente López) propuso un sistema de traslados para mantener las clases presenciales evitando contagios en la circulación, tras acatar -a contramano de lo que hizo Larreta- el revés judicial ante su presentación para mantener a estudiantes en el aula. Diego Valenzuela y Julio Garro se mantuvieron concentrados en sus gestiones y mostraron actividad covid-19. El primero recibió a Rodríguez Larreta, que aumenta sus visitas a terreno bonaerense y se muestra con los dueños de los votos amarillos. Hace rato que Garro se mantiene al margen de la pelea.
Acaso la ciudadanía será testigo del triste reencuentro entre los gobernantes de un lado y del otro de la General Paz cuando la sangre llegue al río. Como sea, a esta altura, aunque aún no se muera la gente esperando en los pasillos de los hospitales, las diferencias quedan sepultadas por la fuerza abrumadora del virus, que viene avisando con al menos tres meses de anticipación desde el otro lado del charco. Si esto estalla y queda poco y nada de mecha, ya no importarán las campañas electorales, los votos ni nada.