Después de la derrota más dura de su vida, Néstor Kirchner eligió Quilmes para reaparecer en la provincia de Buenos Aires. Corría agosto de 2009, el expresidente había mordido el polvo como candidato a diputado en la provincia de Buenos Aires y acordó con el intendente de entonces, Francisco “Barba” Gutiérrez, una visita al municipio donde se asientan Villa Azul y Villa Itatí. Cuarenta días después de perder ante Francisco De Narváez, el santacruceño apareció en una reunión de intendentes de la Tercera sección electoral junto a Daniel Scioli y Alberto Balestrini para seguir dando pelea. Recostado sobre el PJ y en busca de reconstruir su poder desde la base infranqueable del conurbano bonaerense, Kirchner dio una de las primeras muestras de que no pensaba dar ningún paso al costado, pero prefirió desligarse de la corriente que llevaba su nombre y plantearse como algo más amplio. Fue entonces cuando pronunció una frase de la que sólo quedan testigos: “El kirchnerismo nunca existió”, dijo.
Alberto Fernández, que entonces ya miraba la política por televisión, puede escudarse en aquella anécdota para explicar la inexistencia política del sector que suele ser aludido como albertismo. Descifrar ese genoma puede llevar años de investigación. Asociado a Cristina Fernández, el Presidente rechaza cualquier intento de construir un espacio que se referencie directamente en su figura, cree que no conviene que sus leales se posicionen como una parte del todo y dice que la tarea de sus colaboradores es trazar la política del Gobierno. No le preocupa que la cantera inagotable de proyectos, declaraciones y símbolos del kirchnerismo alimente la histeria del Círculo Rojo ni que su liderazgo aparezca por momentos desautorizado. Sólo cada tanto sale a refutar lo que considera “ideas locas” dentro y fuera de su espacio.
Cada uno con sus trayectorias, el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; el ministro de Infraestructura, Gabriel Katopodis; el intendente de Hurlingham, Juan Zabaleta; la cúpula del Movimiento Evita, los amigos de la Facultad de Derecho y el PJ porteño y el asesor presidencial Juan Manuel Olmos figuran entre los que entablan relaciones políticas que podrían servir a la construcción del albertismo.
Entre los sobrevivientes del randazzismo más fugaz, la mayoría pudo haber albergado la esperanza de construir el albertismo, pero ya no. Ahora, todos prefieren desligarse de ese intento vano y algunos hasta juran que nunca lo recomendaron.
Entre los sobrevivientes del randazzismo más fugaz, la mayoría pudo haber albergado esa esperanza, pero ya no. Ahora, todos prefieren desligarse de ese intento vano, dicen que provenía de dirigentes que están “en los márgenes” y hasta aparecen los que juran que nunca lo recomendaron. Afirman que nadie fue a presentarle “un plan de armado político” pero que, además, sería un “grave error” porque achicaría al Presidente. “No hay albertismo. Eso sería reducirlo. Él no lo avala ni lo pide y está arriba de todo”, le dijo a Letra P un funcionario de los más cercanos a Fernández.
Los ministros que escoltan al ex jefe de Gabinete día y noche aseguran que la misión que les toca es asumir la responsabilidad de la gestión de crisis y “no hay posibilidad de jugar a la política”. De acuerdo a ese razonamiento, el gran error de los que alientan el albertismo dentro y fuera del Gobierno es creer que una fuerza alineada con el Presidente “debe nacer peleándose con alguien”. Al contrario, remarcan que Fernández fue el arquitecto del Frente de Todos tal como existe hoy, el que arrimó a los gobernadores a la orilla de CFK y el que “desarmó” Consenso Federal cuando capturó a Sergio Massa. El activo del Presidente y su círculo más estrecho sería renunciar a la disputa de poder y trabajar la complementariedad dentro de la amalgama oficialista, sin romper nada. Dificil de lograr y de conservar en el tiempo.
Los (pre)históricos. La barra del PJ porteño, pueblo originario del albertismo.
LA FRONTERA. Lo que transmite Fernández no quiere decir que no existan diferencias de perspectiva y de horizonte dentro de la alianza. Por eso, aunque se busca desactivar la tensión en forma repetida, el continente en el que podría asentarse el sector que trabaja a las órdenes del Presidente está perfectamente demarcado.
Los potenciales aliados para una estructura que se referencie en Fernández son todos los que habitan “más allá de la frontera de La Cámpora”. Donde no llega la agrupación cristinista, vive -aislado o inserto- un potencial albertista.
Son los gobernadores a los que ahora el profesor de Derecho Penal vuelve a visitar en un alto de la cuarentena. En poco más de una semana, Fernández viajó a Santiago del Estero, Tucumán, Formosa y Misiones para ver a Gerardo Zamora, Juan Manzur, Gildo Insfrán y Oscar Herrera Aguad. Con escaso protagonismo y recluidos sobre su territorio, los mandatarios provinciales tuvieron un lugar destacado en el plano original de la construcción que había diseñado el Presidente en el tiempo en que pasó de operador a candidato. La pandemia, las limitaciones propias y el torbellino kirchnerista los devaluaron y pusieron en otro lado, de menor visibilidad. Pero no sólo los gobernadores. Son también los intendentes de la provincia de Buenos Aires que Axel Kicillof contiene a medias y de a ratos. Son los inoxidables que engordan el sindicalismo de los Daer y los dirigentes del PJ que deambulan por el edificio de Matheu. En ese lodo, puede abrevar el albertismo nonato.
Más claro y en palabras de un representante del ala presidencial, los potenciales aliados para una estructura que se referencie en Fernández son todos los que habitan “más allá de la frontera de La Cámpora”. La agrupación creada en los años del kirchnerismo de la confrontación hoy ocupa lugares en todos lados, a lo largo y a lo ancho del país. Con una lógica más moderada pero una ambición de poder que nadie es capaz de igualar, es el brazo político efectivo que se referencia en Cristina Kirchner, pero conduce su hijo Máximo. Donde no llega La Cámpora, vive -aislado o inserto- un potencial albertista.
NO SOMOS ESO. Aunque el ismo de Alberto no exista ni se edifique, de entrada se define por lo que no es. Hoy, la disputa se da contenida dentro y fuera del gabinete. La aspiración de los leales al Presidente que son ministros, funcionarios, intendentes o diputados parece ser lograr una representación política alejada de la simbología clásica del kirchnerismo, con modos de centro y el anhelo de superar la fase cristinista.
El espacio que Fernández le sumó a CFK en campaña y arrimó votos pasó después a recluirse en el lugar de siempre. El Presidente sintetizó todo esa subjetividad de dirigentes y puede darle un rol en un futuro no tan gobernado por la doble urgencia del virus y la deuda. Es una rueda del andamiaje de poder que no tiene eco en Buenos Aires, pero se parece más al albertismo que al cristinismo y es la cara del Gobierno fuera del AMBA, en casi todo el país. Habituales ganadores en sus distritos, expresan otro tipo de peronismo, tan ignorado como subestimado en las inmediaciones de la Plaza de Mayo. Eternos candidatos a despegar del kirchnerismo, esa franja del PJ moderado que nunca pudo liberarse de la tutela de Cristina y fue subordinada con ella a la derrota vuelve a ilusionar ahora: la esperanza de algunos es que ese espacio se active en el año electoral. Naturalmente, Massa sintoniza por historia con ese sector y podría ser parte, si no fuera por su alianza (¿táctica o estratégica?) con Máximo Kirchner y porque parece haber renunciado al proyecto de construir una fuerza propia, después de la fusión con el FdT.
Por ahora, Fernández sólo pide alentar el “frentetodismo” y repite que la riqueza de la alianza panperonista está en sus identidades bien marcadas. Le encantaría, según dicen a su lado, que todos los sectores estuvieran representados en una coalición de partidos perdurable, con una mesa del Frente donde todos tuvieran voz y voto. Que se discutiera la política y se llegase también a acuerdos en un ejercicio en el que el peronismo le diera organicidad a su carácter anárquico de verdadero subsistema de partidos. Esa es la modernización que insinúa el albertismo. El ismo que no existe y no conviene nombrar está en el Gobierno y todos lo conocen. Todavía es temprano para saber si se desarrolla, muta o se estanca definitivamente.