PJ BONAERENSE

Ni el sello les quedará

El poder blando de una orga inorgánica. Intervencionismo serial patagónico, la fábula del traje prestado, cadena de derrotas poco dignas y la gran Les Luthiers.

Los intendentes peronistas. Esa marca que ya habría que actualizar para incluir a las intendentas. Barones (y baronesas) del conurbano. Esa orga invertebrada, difusamente corporativa, va a camino a perder la única organicidad que había conseguido y a diluirse en la intangibilidad de un poder sin continente. Resistencia blanda y capitulación precoz: los dueños de la tierra árida del Gran Buenos Aires se disponen a ceder hasta el sello del PJ bonaerense para entregárselo, con fingidos orgasmos kirchneristas o al amparo del silencio -versión muy módica del amor propio- al subcomandante Máximo, otro jefe extranjero que, por lo menos, no es porteño.

 

La rendición sin condiciones será un eslabón más de una cadena de derrotas poco dignas a manos de un kirchnerismo que es, para ellos, como un traje prestado para un adolescente invitado a un casamiento: les queda incómodo, pero aceptan usarlo como pasaporte a la fiesta.

 

Corría el año 2016 y el peronismo bonaerense salía, perdidoso, del ciclo de intervención porteña que -¡shit!- le había legado Néstor Kirchner: la era Scioli, que marcaría el inicio de un tiempo de subordinación y poco valor tras la transición que representó el interregno de Felipe Solá, el heredero de Carlos Ruckauf que marcaba el fin de los años dorados. Con Eduardo Duhalde como último jefe autóctono, los barones habían reinado en tándem con la diputadora, aquella aplanadora de poder que convirtió la Legislatura en flor de escribanía. En aquel tiempo -dice el evangelio según el Zabeca de Banfield- los Quindimil, los Curto y otros viejos, sucios y feos ejercían una influencia determinante en la política bonaerense.

 

En aquel 2016, omitiendo el detalle de que la madre de todas las batallas la había perdido Aníbal Fernández, un patriarca de la tropa propia, los intendentes peronistas cantaron pri y se internaron a pescar en el río revuelto. La consigna de siempre: es la hora de los nacidos y criados (y las nacidas y criadas). Se organizaron en grupos que bautizaron con nombres de logias (Esmeralda, Fénix y otros por el estilo), reclamaron derechos y tomaron la conducción del PJ en modo cooperativo: un año Gray (capo de Esteban Echeverría), un año Menéndez (zar de Merlo), un año Gray, un año Menéndez… un experimento de curiosa horizontalidad peronista que, además de recordar a fórmulas trotskistas y a la alternancia Ferro-Mosquera en la Legislatura durante la aventura de la Alianza, tributó a la condición líquida de un colectivo que ahora ve cómo ese poder blando, disperso, chirle, se le termina de escurrir entre los dedos.

 

En 2019, cuando llegó la hora de los bifes, el kirchnerismo -el traje incómodo, el ismo impostado por conveniencia de todos y todas, unos y unas y otros y otras, los intendentes peronistas y la familia Kirchner: el flujo de votos, cuando hacen falta, es de doble mano, entonces mejor amarse- les pisoteó aquella fachada institucional de cartón pintado y les impuso la candidatura a gobernador del técnico Axel Kicillof: otro interventor porteño. ¿No habían visto el Clio de acá para allá? ¿No habían visto el destello de los ojos azules en las praderas de la llanura infinita? ¿No habían escuchado la verborragia latosa de los discursos a megáfono limpio? ¿Tan arrogantes y a la vez ingenuos habían sido para negar al prediKador y a la sombra omnipresente de la madrina?

 

En campaña, Kicillof les prometió a las bonaerenses y a los bonaerenses, en una entrevista que concedió a Letra P en una visita a la redacción platense de este portal, que gobernaría “muy cerca” de los intendentes (el juramento extendía sus alcances a jefas y jefes de distritos controlados por salvajes macristas). Cuando asumió, volvió a (piiiii): armó un gabinete de técnicos/académicos con incrustaciones de glorias K; un gobierno libre de pejotismo conurbanista. El gesto se convirtió en una relación de amor sin besos y los intendentes peronistas corrieron al regazo del tío Alberto. Error.

 

Más temprano que tarde, el horno se puso no apto para bollos entre el tío y la madrina y la madrina, que había habilitado la temporada de skate en la cristalería y tenía el oído templado por las ideas del ministro kaballo de Troya, mandó al subcomandante Máximo a desembarcar en Normandía. 

 

Como el adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, cuando se enteraron del plan K de tomar por asalto la conducción formal del Partido Justicialista de la Provincia de Buenos Aires, el fuerte de papel en el que se reunían cada tanto a planear alguna que otra revolución, la orga de los intendentes peronistas gritó (muy bajito): “¡Mi honra está en juego y de aquí no me muevo!”. Como el adelantado Don Rodrigo Díaz de Carreras, los caciques firmaron la rendición diez minutos después, como informó Letra P este lunes.

 

Vale la distinción: hay -fundamentalmente en la Tercera- quienes llevan el traje prestado con más elegancia y otros -más que nada en la Primera- que se escandalizaron con la Segunda RepúbliKa, prestaron sus tropas a los Massa y a los Randazzo, ficharon para el Frente de Todos con broches en sus narices y se apuraron a pegarse al presidente excompañero massista y randazzista: a esos, la pilcha les queda tan corta de tiro que les resulta un dolor de (piiiii).

 

Como sea, más allá de matices, la mala noticia los encuentra a todos unidos y dominados. Ni el sello les quedará.

 

Horacio Rosatti se pone al frente del cambio de procedimiento penal federal. (NA)
La fiscal general de Santa Fe María Cecilia Vranicich.

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