Cuentan los que lo conocen que José Manuel De la Sota pidió hablar con su madre para convencerlo de que se meta en política. En 2003, el cordobés fue gobernador y quiso que el empresario Roberto Urquía fuese su vice. Pero la madre del dueño de Aceitera General Deheza (AGD) se negó. Es una de las pocas personas que "El Gallego" no pudo seducir. Meses después, el agro CEO fue finalmente senador nacional por el peronismo. En 2008, la resolución 125 lo alejó del Frente para la Victoria y hasta de la actividad partidaria, pero el advenimiento de Alberto Fernández como candidato a presidente volvió a interesarlo y fue el empresario emblema del ingreso del albertismo a Córdoba, la provincia cuna de Cambiemos.
Urquía (suéter azul), junto a Fernández y Felipe Solá.
Hijo de Vicente, Roberto hizo sus primeras armas en AGD a fines de los años sesenta y hoy conduce la firma junto a sus hermanos. Hace unos meses, confirmó su gen peronista abriéndole la puerta de su planta cordobesa a Fernández, con foto incluida. Pocos sabían de la visita. Tanto es así que hasta su cuñado y presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Miguel Acevedo, se enteró del encuentro tras bajarse de un avión que lo traía de París. La postal fue una señal al interior agropecuario cordobés, el terruño de Urquía, allí donde supo edificar en sus años de la política un nada despreciable nivel de influencia.
AGD tiene una fortuna estimada en 1.200 millones de dólares. La revista Forbes ubicó a los Urquía en el puesto 16 entre los más ricos de la Argentina
AGD es una mega empresa con una fortuna estimada en 1.200 millones de dólares. La producción de aceites y derivados, la propiedad de campos y gestión de puertos y trenes de carga transformaron a los Urquía en millonarios. La revista Forbes los ubicó en el puesto 16 entre los más ricos de la Argentina y uno de los más poderosos grupos empresarios de la tierra media, junto con los Roggio y los Pagani, de Arcor.
Los que lo tratan aseguran que “nunca se nubló con el dinero” y lo destacan como “un tipo sencillo”. Pero no todo es un lecho de rosas en su carrera: el estallido del escándalo de corrupción de los cuadernos K lo puso entre los señalados por su participación accionaria en el consorcio que manejó Nuevo Central Argentino con Ferrovías. Luego de haber sido imputado por presunto pago de coimas, el juez federal Claudio Bonadío le dictó falta de mérito tras escuchar sus explicaciones del caso. Fue su vuelta a la escena pública nacional luego de años sin aparecer, alejado de la política y la rosca del PJ.
Con Macri. Críticas y poco feeling.
AMORES Y DESENCUENTROS. La historia de Urquía con el peronismo es la de una pareja que se reconcilia luego de años de amores, tensiones y distanciamientos. En 2007 y mientras era senador, la ex presidenta Cristina Fernández le pidió que encabezara la lista de diputados del FPV en Córdoba. Perdió y quedó tercero detrás de los radicales y la Coalición Cívica y, aunque entró, no asumió la banca y se quedó en el Senado. La ex presidenta le tenía un aprecio único y lo eligió en varias oportunidades para acompañarla en la mesa del Día de la Industria, que solía celebrarse en Tecnópolis. En aquellos convites compartía vino y cena con varios dirigentes de la UIA y con un incipiente CEO que aceptaba los subsidios del gobierno K para crecer: el titular de la entonces pequeña y hoy inmensa Globant, Martín Migoya.
Pero hubo un hito, un quiebre que dinamitó los puentes de Urquía con el kirchnerismo y que lo alejó de la política nacional por más de una década. Cuando Martín Lousteau, entonces ministro de Economía, les contó a los propios el proyecto de retenciones móviles a las exportaciones de granos, el jefe de AGD estuvo de acuerdo. Incluso lo manifestó en público. Las rutas ya estallaban con piquetes del campo en rechazo a la iniciativa de la Resolución 125 y en uno de sus viajes quedó la familia atrapada en un retén campero. De allí en más todo cambió. Se sumaron otros hechos, como las críticas que recibió de la Mesa de Enlace y hasta el piquetero Luis D ´Elia, quien dijo: “Creíamos que Urquía era una burgués nacional y terminó siendo un chanta”.
Cuando la 125 se definió en el Senado, Urquía votó en contra. Ya unos días antes del “no positivo” de Julio Cobos, el ex intendente de Deheza le presentó al entonces jefe de la bancada kirchnerista Miguel Pichetto su renuncia a la presidencia de la Comisión de Presupuesto. En una carta, le dijo que “me debo a los intereses de mi provincia y a la posición tomada por el gobernador Juan Schiaretti y las instrucciones dadas por la Legislatura”. En 2016, fue el ahora gobernador de Córdoba quien lo quiso como ministro de Innovación provincial. Tampoco tuvo éxito, pero establecieron un vínculo fluido.
Hasta 2008 se mantuvo el romance con el kirchnerismo e, incluso, Urquía llegó a votar a favor de la expropiación de Aerolíneas Argentinas. Once años después, empezó a volver al viejo amor. Es que el post kirchnerismo para Urquía incluyó coqueteos e intereses comunes con el gobierno de Mauricio Macri. Nunca le cerró Cambiemos y lo criticó duramente, sobre todo por el poco interés por la industria y las altas tasas de interés. En 2018, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, anunció que la Nación le entregaría a Nuevo Central Argentino, la empresa de trenes de Urquía, un predio de la Universidad de San Martín para relocalizar el playón de cargas del Ferrocarril Mitre que funcionaba en Colegiales. En el medio de la operación quedó el ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, pero todo terminó al revés de lo pautado: el intendente Gabriel Katopodis interpuso una ordenanza y dejó sin efecto la medida.
El intendente de Río Cuarto, Juan Manuel Llamosas, fue otro de los hombres que introdujo a Fernández en la provincia. La localidad está a 50 kilómetros de Deheza y el funcionario tiene nexos con Urquía. Schiarettista, Llamosas recibió una mano grande Urquía a la hora de respaldar la decisión del gobernador de declarar a su ciudad como la Capital Agroalimentaria de Córdoba. Hasta hace unos meses, los hermanos del CEO albertista le preguntaban a quién iba a votar en las PASO presidenciales: “No sé, no sé, el voto es secreto”, bromeaba. Lo terminó de definir la elección de Fernández, a quien conoce de los años del primer kirchenerismo.
Cuentan los que lo frecuentan que lo que lo entusiasma es lo mismo que envalentona al pelotón de CEOs garrochistas: la posibilidad de que el candidato represente el regreso de un peronismo clásico, con apertura económica controlada, perfil industrial y moderación anti grieta. Bastante para un sector privado que vivió enfrentado con el kirchnerismo, que se divorció rápido del macrismo por razones netamente de negocios y que añora volver a ver números positivos en sus balances.