Fernando Haddad. (FOTO: Ricardo Stuckert, Instituto Lula).
Lula y Cristina expresan opciones equivalentes en Brasil y Argentina. Ambos cuentan con una fuerte carga simbólica, son los ejes del debate político en cada uno de esos países, enfrentan acusaciones de corrupción y poseen tanto apoyos como niveles de rechazo considerables. Pero imaginar si Cristina puede ser Lula o practicar, como él, una compleja operación de transmutación electoral implica comparar los fenómenos que ambos representan.
LA EMOCIÓN AL PODER. Creomar de Souza, analista político y profesor en la Universidad Católica de Brasilia, definió en diálogo con Letra P el principal rasgo del lulismo. “Lula se transformó en una figura simbólica debido a una conjunción de elementos de orden interno, como la estabilización económica en sus mandatos, y otros externos, como el crecimiento de la economía mundial. De ese modo, logró construir políticas públicas que combatieron la pobreza de manera muy eficiente en un país como Brasil, en el que históricamente las élites siempre hicieron muy poco por los más pobres”.
Cristina, claro, tiene lo suyo en términos de idolatría, pero no todos coinciden en que represente lo mismo que el ex tornero mecánico. Para Mario Riorda, analista y especialista en comunicación política, “en términos de peso simbólico, CFK y Lula son bastante parecidos”, señaló en diálogo con este portal. Sin embargo, Pablo Knopoff, director de Isonomía, opina de otro modo.
“Me da la sensación de que hay una diferencia entre ambos: Néstor. Creo que es él quien se encaminaba a ser un símbolo tan poderoso como el que terminó siendo Lula. Cristina terminó siendo una versión diferente de kirchnerismo, con las mismas banderas y las mismas peleas, pero con una diferencia en los valores económicos de sus ocho años comparados con los cuatro de su marido”, le dijo a Letra P.
“El impacto simbólico siempre es mayor al comienzo de un ciclo. El golpe de efecto de Néstor Kirchner contra el ‘que se vayan todos’ de 2001, tras el interregno de (Eduardo) Duhalde, es mucho más potente que el de la continuidad del kirchnerismo con Cristina”, agregó.
Para Knopoff, “siempre es difícil que los factores de continuidad sean tan poderosos como los que rompieron con una etapa, como Néstor, Lula, (Hugo) Chávez, Evo (Morales) y (Rafael) Correa, más allá de cómo terminan. En ese sentido, Cristina es más parecida a Dilma Rousseff”, estimó.
LA HERENCIA. La comparación entre Cristina y Dilma puede resultar discutible, pero no lo es en un punto: sus respectivas herencias económicas. La argentina alcanzó el pico de su poder con el 54% de 2011, casi un año después de la llegada de la brasileña al Planalto, pero ambas compartieron (y sufrieron) desde entonces un ciclo más hostil de la economía internacional.
Con Cristina fuera del poder en diciembre de 2015 y Dilma destituida en agosto de 2016, el debate en ambos países giró en gran medida en torno a la herencia que dejaron. La “década ganada” criolla quedó en entredicho en sus alcances para amplios sectores, sobre todo de la clase media, que votaron como votaron convencidos de que “íbamos hacia Venezuela”. El saldo del dilmismo, en tanto, cruzado como estuvo por el clima de conspiración política que llevó a su final, fue de aguda recesión y retracción de los niveles de bienestar social anteriormente ganados.
En ese sentido, los “años felices” que nadie discute fueron nestoristas y lulistas, algo, claro, vinculado a los ciclos de la economía internacional y a los precios XXXL de las materias primas. Así las cosas, si la comparación de la carga simbólica de Cristina y Lula admite discusiones, la memoria colectiva sobre el cierre de sus respectivas administraciones marca una diferencia. El déficit fiscal, el despunte de la inflación, el estancamiento o retracción de la economía y los retrocesos en materia de pobreza e indicadores sociales pertenecen a los períodos de Cristina y Dilma.
“El factor herencia hay que tenerlo en cuenta. Indudablemente el gobierno de Macri se ancló bastante en el país que recibió, lo que limita en algunos puntos la potencialidad del voto de Cristina”, señaló Knopoff.
DE DEFENSORES Y DETRACTORES. El ex presidente es el líder histórico de la izquierda brasileña y, aun en prisión, jefe indiscutido del Partido de los Trabajadores, sin que haya nadie que siquiera ose enarbolar un lulismo sin Lula. Cristina, en tanto, es la heredera de un movimiento transversal que ha sufrido desgastes y desgajamientos. Ese es otro contraste.
De la mano de lo anterior, pese a sus escándalos, tropiezos y hasta el encarcelamiento de dirigentes, el PT sigue siendo, ante todo, un partido unificado, seguramente de los más fuertes y cohesionados de Brasil, con presencia nacional comprobable y liderazgos locales.
Para el analista de Brasilia, “el PT siempre fue un partido con capacidad de monopolizar el debate político, lo que, sin duda, creó una atmósfera de legitimidad alrededor de Lula. Esto se acentuó después del impeachment de Dilma Rousseff e, incluso, del propio encarcelamiento del ex presidente. Este elemento acentuó la idolatría hacia él, así como las condiciones para una polarización mayor y una consecuente erosión de la moderación política en el país”.
Dilma Rousseff (FOTO: Agencia Estado).
El cristinismo, en tanto, es una escisión del viejo tronco peronista, un fragmento llamado Unidad Ciudadana que está implantado básicamente en el Gran Buenos Aires, cuyas credenciales en otros territorios están por probarse. En otras palabras, en términos de aparato político, Lula controla más resortes que Cristina.
APOYOS Y RECHAZOS. Según las últimas encuestas previas a su inhabilitación, Lula da Silva contaba con una intención de voto nacional del 39%. En la Argentina, a Cristina se le adjudica entre un 25 y un 30% de piso, una estimación acaso avara por realizarse más lejos del evento electoral.
Pero si lo anterior se da por equivalente, el nivel de rechazo no parece serlo. En efecto, todos los sondeos daban al petista como vencedor en cualquier escenario de segundo turno, mientras que el nivel de imagen negativa de Cristina Kirchner se ha mantenido desde su salida del poder cerca del 55%, con pequeñas oscilaciones. En sistemas con segunda vuelta, esto es una diferencia importante a la hora de evaluar posibles postulaciones propias o la alternativa del respaldo a un heredero.
LULA LO HIZO. El ensayo de la sucesión administrada tiene antecedentes en ambos países.
En 2010, Lula dejó la piel en la campaña y logró hacer conocida nacionalmente y luego elegida a Dilma. Cristina, en tanto, llegó a octubre de 2015 sin una alternativa verdaderamente propia y optó por resignarse a Daniel Scioli, convenientemente entornado por Carlos Zannini. “Voy a ser el Dilma de Cristina”, decía el entonces gobernador bonaerense. Pero perdió.
“Lula ya probó una vez transferir el poder y le salió bien con Dilma. Y ahora le está resultando para una segunda vuelta”, aseveró Riorda.
Pero, pasado el momento de aquella transición, exitosa en un caso y fallida en el otro, “hay que evaluar -dijo Knopoff- cómo fue el final de cada proceso. El kirchnerismo terminó en una derrota electoral, mientras que el del lulismo no”, ya que Rousseff fue desplazada del poder a través de un juicio político maloliente. “Eso genera lecturas cruzadas que a Lula le dan algo más de ventaja sobre las posibilidades de Cristina”, opinó.
NOSOTROS O ELLOS. Populistas al fin, la forma de construcción política del kirchnerismo y del Partido de los Trabajadores ha sido la polarización con “la derecha”. Si el PT nació como una alianza de grupos políticos y sociales con pretensión clasista y obrera, el ejercicio del poder lo terminó peronizando, resultando hoy en el representante de los pobres y de las personas sensibles a ese fenómeno.
En la actualidad, la polarización se presenta más nítidamente en Brasil que en la Argentina, aunque, claro, hay que recordar que el proceso electoral inminente permite marcar allí los contrastes con mayor eficacia.
Así, si en la Argentina se avizora un juego de tres grandes grupos (Cambiemos, kirchnerismo y peronismo tradicional), “en Brasil hay más dispersión”, según constata Riorda. Bolsonaro y Haddad, sumados, hoy captan un 60% de la intención de voto, seguidos de numerosos candidatos. Pero, según el especialista en comunicación política, desde el costado del discurso, “acá la derecha está desdibujada, mientras que en Brasil está bien marcada”, lo que supone otra diferencia para pensar la viabilidad de los dos proyectos electorales. En efecto, mientras en la Argentina hay algunos que tildan al macrismo de “kirchnerismo con buenos modales” y la idea de una “avenida del medio” es (otra vez) la apuesta del peronismo dialoguista, en Brasil todo es blanco o negro y nadie duda de qué representa el ex capitán del Ejército que encabeza las encuestas.
¿MORALIZACIÓN O LAWFARE? Se mencionaban más arriba los techos electorales aparentes del lulismo y del cristinismo, algo que se vincula estrechamente con las denuncias de corrupción que enfrentan ambos líderes.
Tanto en Brasil como en la Argentina proliferan las denuncias y las causas judiciales, así como pruebas de que la política se financió groseramente con dinero negro desviado de las arcas públicas. Sin embargo, el techo electoral algo más desahogado de Lula da Silva sugiere la existencia de una pequeña pero decisiva franja de la ciudadanía que aún le da el beneficio de la duda, sobre todo debido a las fragilidades argumentales de la sentencia sobre el tríplex en Guarujá, una supuesta coima, que le valió una condena en primera y segunda instancia -fijada en doce años y un mes de cárcel- y su inhabilitación electoral.
“Para una parte considerable de la población, Lula es víctima de una injusticia. Para la mayoría de los más pobres, las instituciones no son eficientes y los persiguen, y la percepción de que Lula es uno de ellos es aún muy fuerte”, señaló Creomar de Souza.
EL FUTURO, UN ENIGMA. Las fortalezas de Lula le permiten intentar la reiteración del ensayo exitoso de 2010, esta vez con Fernando Haddad, rezando, claro, para que, una vez concretado eso, este logre eludir el destino de Dilma. Su capital político parece, pese a todo, suficiente para poner a este en un segundo turno e, incluso, ayudarlo a competir con posibilidades frente a un Bolsonaro que, en términos de rechazo, tiene un problema grande.
Para Cristina la ecuación es diferente. Posee algunos atributos similares a los del brasileño pero carece de otros importantes, y sus chances parecen girar sobre todo alrededor de los tropiezos económicos del Gobierno y del deterioro que este está provocando en la situación social.
De las comparaciones anteriores, el camino para ella aparece más empinado que para el de su socio político brasileño. Pero Cristina tiene algo a favor: la posibilidad de ser candidata. Y, con ello, un enorme dilema.
Si el peronismo, como se espera, no la abandona en el Senado y no le retira los fueros, llegará a octubre del año próximo libre y en condiciones de optar entre presentar su postulación y designar un heredero.
En el presente anidan las claves del futuro. Será por lo difícil que es dar con ellas que buscarlas se hace tan apasionante.