Luiz Inácio Lula da Silva tiene por delante una doble pelea: una, por su libertad; la otra, por su candidatura presidencial. Esta última, más urgente, llevó al Partido de los Trabajadores a elegir una fórmula para las elecciones de octubre que, si bien ratifica la postulación de su líder histórico (“hasta las últimas consecuencias”, como prometió la titular de la agrupación, Gleisi Hoffmann), pone como vice a un político que debe ser visto como la confirmación de un “plan B” en caso de que aquel resulte inhabilitado, como se espera.
Lamentablemente para el ex mandatario, la primera de esas peleas no tiene un plazo concreto y se dirime al ritmo de la lucha irresuelta dentro del Supremo Tribunal Federal sobre la constitucionalidad del cumplimiento de condenas de prisión después de fallo de segunda instancia, esto es antes de la sentencia firme que exige la propia carta magna. Es tan sabido que el propio STF ha habilitado esa jurisprudencia creativa bajo presión de una calle indignada con las revelaciones de corrupción como que el encarcelamiento anticipado de Lula reabrió la cuestión entre los magistrados, hoy al parecer con una mayoría mínima a favor de la inconstitucionalidad y de su liberación.
Sin embargo, la presidenta de la alta corte, Cármen Lúcia Antunes Rocha, se niega a colocar el tema en la pauta de votaciones y la pelea de fondo amaga con quedar pendiente hasta que se produzca su remplazo. En efecto, el mes que viene asumirá como titular del cuerpo Dias Toffoli, un magistrado enrolado en la corriente favorable a la excarcelación del ex presidente.
La segunda puja de Lula tiene un calendario más perentorio. El próximo miércoles 15 vence el plazo para la inscripción de las fórmulas presidenciales, lo que llevó al PT a decidir, el último domingo, la composición de su “chapa”. Esta será Lula da Silva – Fernando Haddad.
La primera conclusión es que la izquierda decidió insistir con la postulación de su líder encarcelado. La segunda es que el PT definió quién será su candidato si el Tribunal Superior Electoral (TSE) inhabilita a Lula.
También bajo el influjo de una calle indignada con la corrupción bajo su gobierno, Lula sobreactuó en 2010 transparencia para facilitar el ascenso de su sucesora, Dilma Rousseff, e instruyó al PT a defender con pasión en el Congreso la llamada ley de “ficha limpia”, surgida de una iniciativa popular y que despoja del derecho a ocupar cargos de elección popular a los condenados en segunda instancia por delitos contra la administración pública. Además, seis meses antes de dejar el poder, promulgó la norma que hoy puede terminar con su carrera política.
Lula ha sido condenado en segunda instancia por el caso del tríplex de Guarujá, supuestamente una coima de la constructora OAS. Este antecedente debería bastar para que el TSE lo saque de la cancha.
En su reunión del domingo, el PT decidió además sellar una alianza con el Partido Comunista de Brasil (PCdoB), lo que llevó a la precandidata de esa agrupación, la diputada Manuela D'Ávila, a declinar esa postulación. La hoja de ruta parece trazada: si Lula es inhabilitado, la fórmula de la izquierda será Haddad- D'Ávila.
¿Qué puede esperar el PT de Fernando Haddad?
Una encuesta reciente de la consultora Ideia Big Data para la revista Veja ubicó una vez más a Lula al frente con una intención de voto del 29%, seguido del ultraderechista Jair Bolsonaro con el 17%. Debajo de ellos, numerosos candidatos menores, en un escenario de llamativa fragmentación.
Haddad, un ex alcalde de San Pablo, aparece recién con un 3%. Sin embargo, su realidad sería otra si Lula llamara explícitamente a votarlo en los comicios del 7 de octubre. Dado que ningún candidato enamora a los ciudadanos, creen en el PT, eso podría ser suficiente para instalarlo en el segundo turno del 28 de ese mes. El plan es claro, pero las transfusiones de carisma nunca son sencillas
Haddad no es ni siquiera una carta ganadora para la izquierda en su bastión de San Pablo. Sin embargo, la apuesta de Lula al declararlo como su número dos es a asegurar la mayor cantidad de votos posibles en ese, el mayor colegio electoral de Brasil, y no hay en el PT ningún hombre o mujer que hoy pueda asegurar ese objetivo mejor que Haddad. Por lo demás, los votos de los brasileños rescatados de la pobreza por los gobiernos de Lula y Dilma están mayoritariamente en el Nordeste, los que los estrategas de la izquierda confían en retener.
Profesor de Política en la Universidad de San Pablo, master en Economía y doctor en Filosofía, Haddad fue alcalde de la principal ciudad brasileña entre el 1 de enero de 2013 y el 1 de enero de 2017. Es una de las pocas figuras de peso del PT que no se ha visto tocado por la operación Lava Jato.
Formateado por la necesidad de hablarle al electorado paulista, mayoritariamente conservador, Haddad evita los desbordes discursivos y busca tender puentes incluso con lo que denomina “sectores modernos” del empresariado.
Por caso, ha dicho que dialoga con el mercado y que reformas impulsadas por Michel Temer como la laboral y la del congelamiento del gasto público por diez años pueden ser “revisadas” pero no derogadas. “No será para volver a la situación anterior sino para pensar otro tipo de relación entre capital y trabajo”, afirmó.
Lula intentará ahora hacer campaña desde la cárcel. Probablemente solo esté pensando en sembrar en beneficio de su heredero.