El Gobierno está dispuesto a jugar la batalla contra la crisis económica con el libreto comunicacional en la mano. Cuentan en el Ministerio de Hacienda que fue Sebastián Galiani, el ex secretario de Política Económica -que dejó el cargo en agosto-, quien, en el inicio de la gestión, trabajó en la teoría de que las penurias económicas del presente son, en realidad, un arrastre de otras micro-crisis que datan de 70 años atrás. La expansión de la idea fuerza como un guión para instalar la conveniencia del ajuste y la reducción del déficit estuvo a cargo de los cerebros de la Jefatura de Gabinete. El primero en traerlo a colación fue el presidente Mauricio Macri en Tucumán, durante el aniversario de la Independencia. Más cerca en el tiempo, el presidente del Banco Central (BCRA), Luis “Toto” Caputo, se hizo eco de la muletilla en la conferencia del IAEF, en Mendoza. Mientras que el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, se sumó al libreto esta semana, durante su rol de orador principal en el almuerzo del Consejo Interamericano para el Comercio y Producción (Cicyp).
El hito es preciso y también calculado: 70 años atrás, en 1948, gobernaba Juan Domingo Perón. Allí sitúa el Gobierno el mojón de los años duros que aún persisten. El argumento, discutible desde lo técnico e histórico (el historiador radical Pablo Gerchunoff lo criticó por “antiperonista”), tiene un objetivo que el Ejecutivo garantiza haber conseguido. “Hoy, Doña Rosa habla del problema fiscal, de los 70 años en los que el Estado gastó más de lo que recaudó. Logramos que se entendiera que no se puede vivir gastando más de lo que ingresa”, explicaron a Letra P en Balcarce 50. Lo cierto es que las apelaciones comunicacionales tienen, más allá de los efectos sobre la psiquis de la población, el objetivo de quitarles peso de las espaldas a funcionarios actuales que la están pasando mal ante el bombardeo de problemas diarios, además de padecer problemas naturales de la política interna en Cambiemos, ninguneos y rumores de renovación.
El emergente de la crisis fue la internación breve de Nicolás Dujovne en el Instituto del Diagnóstico por un dolor abdominal. Fue dado de alta una vez realizados todos los chequeos. “Es la tensión de estos días”, sintetizan los colaboradores del ministro. Los que más lo conocen aseguran que el estrés que concentra ya venía in crescendo y tocó pico máximo en aquel fin de semana de deliberaciones en la Quinta de Olivos. En ese escenario, Macri y la mesa chica de Cambiemos definieron el achique en los ministerios, mientas circulaban fuertes rumores de reemplazo para Dujovne. Unas horas después, el ministro tenía que volar a Washington para reunirse con la titular del FMI, Christine Lagarde, para redefinir el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La relación de Dujovne con el presidente del Banco Central, Luis Caputo, es otro de los puntos de desgaste. Tanto, que viajó su segundo, Gustavo Cañonero, a los Estados Unidos con el ministro.
Toto también empezó a sentir el rigor de las artes políticas, que no solo peinaron canas en Macri. Cuentan cerca del jefe del BCRA que su familia le cuestiona cada día su exigencia en la función pública. Lo quiere afuera. Él mismo no se explica por qué hay “ensañamiento” de algunos medios y de dirigentes de la oposición que han decidido denunciarlo por acciones de política económica. Caputo y su entorno le temen a lo que pueda pasarle a nivel judicial cuando se acabe el gobierno de Cambiemos. Flota el fantasma de la causa Dólar Futuro, que llevó a tribunales a Cristina Kirchner y a varios de sus ministros.
Ésa es la misma razón que llevó, por caso, a la dimisión de los principales colaboradores del jefe de la ANSES, Emilio Basavilbaso. “En mi casa no pueden creer que esté mencionado en una causa”, explicó uno de los salientes.
En el caso de Caputo y como ocurre con la mayoría de los funcionarios y ex funcionarios, el pase de facturas corporal y mental de estar en la gestión pública se explica en el traspaso desde un sector privado que habla otro idioma. Los más golpeados del gabinete Cambiemos son, precisamente, los banqueros. Caputo, que fue gerente del JP Morgan y el Deustche Bank, venía a un ritmo de vida propio de los golden boys. Fanáticos del riesgo y las operaciones al fleje, los banqueros atraviesan sus años en el sector financiero entre lujos, bonus millonarios y mansiones, sabiendo que sus acciones tienen correlación en personas a las cuales no las ven ni sienten su reclamo.
Cuenta un alto funcionario del BCRA: “No estamos habituados a que nos puteen, a que nos hagan marchas o escraches”. Desde que Caputo fue insultado por un empresario en un restaurante de Palermo, se juramentaron evitar exposiciones públicas de esee tipo. Ni siquiera la posición es negacionista, sino más bien la de no entender por qué sectores sociales no creen que los funcionarios no trabajan para hacer daño, sino para mejorar las cosas.
Esta situación se intensificó en plena crisis y se llevó puesto a otro hombre fuerte del Gobierno. “Mario tenía la mejor y dejaba todo en la cancha, se fue sin saber bien por qué renunciaba”. Mario Quintana, el ex vicejefe de Gabinete, dimitió sin convencimiento, abrazado a un puñado de valores que arrastraba desde la gestión privada. Entre ellos, parte de las acciones de Farmacity, de las que nunca pudo explicarse por qué la oposición y una parte del Círculo Rojo le pedían desprenderse. Marcos Peña, su superior que esquivó la guillotina por ser el único macrista duro, se corrió de la escena ante la crisis. La última aparición pública fue en el Consejo de las Américas, donde se lo vio marcadamente desmejorado. Fueron los días más duros de la corrida cambiaria.
El último gesto fuerte, aleccionador, de la política para con Cambiemos fue el bautismo político de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, ante el escándalo de los aportantes truchos a la campaña de Esteban Bullrich para senador. Fue el primer impacto directo que sintió la dirigente, aún protegida por una altísima imagen positiva a pesar de los bajos niveles de gestión en el conurbano. “Nosotros no disfrutamos de ejercer el poder, lo padecemos”, se sinceró un ladero de la gobernadora que pide, cada día, más concertación con la oposición, eso mismo que en el inicio de Cambiemos reclamaban Frigerio y Emilio Monzó, dos acostumbrados a lidiar con las lógicas del arte de transformar.
En las últimas horas, Nicolás Caputo, Nicky, el hermano de la vida de Macri, salió a bancar al Presidente imprimiéndole fiereza en momentos donde eso es, justamente, lo que se le cuestiona por escaso: “Está muy fuerte; yo no le pondría el brazo al lado porque te lo come”, dijo en el almuerzo del Cicyp.
En ese escenario, los CEOs notaron que la cosa “no está fácil”, pero entregaron un fuerte espaldarazo a la gestión. Puede sonar a poco en este contexto, pero significa demasiado cuando la turbulencia parece recién estar dando inicio.