Durante 11 años en el sillón más importante del cuarto piso del Palacio de Tribunales, el rafaelino acumulaba el desgaste lógico de un poder prolongado y su sueño de quinta reelección lucía desmesurado en tiempos en que todo dura nada. Elisa Carrió despuntaba como su enemiga más taquillera con denuncias en todos los frentes, pero no era la única. Demasiado emparentado al personalismo y a las viejas mañas, con un sueño -tan popular como desmentido- de trascender a la política, Lorenzetti no le ofrecía garantías a un Mauricio Macri, que ya tiene demasiado con su propia incertidumbre.
MOVETE QUE ENTRÁS. El Círculo Rojo tenía hace rato su relevo listo y el ex jefe de la Corte lo subestimó, enfrascado en la pelea con el peronista Rosatti, el ex ministro de Néstor Kirchner que lo enfrentó desde el primer momento, que tiene una inclinación mayor por los derechos sociales y cuenta con la especial confianza de Carrió. Con la llegada de Rosenkrantz, las almas sensibles del establishment decidieron prescindir de los buenos servicios de Lorenzetti.
Los que destacan las virtudes del nuevo presidente del máximo tribunal apuntan a que se distingue por su solidez y por su perfil. Discípulo de Carlos Nino, asesor de Raúl Alfonsín en la Convención Constituyente de 1994, de la que participaron Rosatti y Juan Carlos Maqueda, ex rector de la Universidad de San Andrés, su equipo de trabajo fue el primer mensaje: José Sebastián Elias (doctor por la Universidad de Yale), Valentín Thury Cornejo (doctor por la Universidad Carlos III de Madrid), Rodrigo Sánchez Brígido (doctor por la Universidad de Oxford) y Federico Morgenstern (magíster en Derecho Penal por la Universidad Pompeu Fabra/Universidad de Barcelona).
Sus detractores, en cambio, lo sindican como un delegado de las grandes empresas para las que trabajó. Desde el Grupo Clarín, La Rural, La Nación, América TV, Claro, YPF y las provincias de Santa Fe y Corrientes hasta McDonald’s y Farmacity, lo que le impide decidir en la causa que involucra el intento de la firma que fundó Mario Quintana de desembarcar en la provincia de Buenos Aires.
Rey puesto. El nuevo supremo, Carlos Rosenkrantz. Fue el primer decretazo de Macri.
En 2002, la relación de Rosenkrantz con la cadena de hamburguesas le trajo algunos dolores de cabeza. La multinacional se convirtió en noticia por vender hamburguesas de pollo en mal estado, cuatro locales fueron clausurados y el Instituto Malbrán comprobó la existencia del virus de escherichia coli. Sólo algunos comunicadores, como Daniel Hadad, se jugaron entonces por la carne contaminada.
En el área de Justicia del Gobierno de la Ciudad, trabajaban en aquel tiempo dos personas ligadas a Rosenkrantz, el abogado de McDonald's: el actual presidente de la AMIA, Agustín Zbar, que era secretario de Justicia y había sido parte del estudio jurídico del ahora presidente de la Corte, y su propia hermana, Guillermina Rosenkrantz, que era directora del área de Mediación Comunitaria y Métodos Alternativos de Resolución de Conflictos de la Subsecretaría de Justicia local. Ese tipo de antecedentes, de los que no es el único, deberían bastar para que el sucesor de Lorenzetti se abstuviera de fallar en los expedientes que involucran a las firmas más importantes del país, a las que defendió.
QUERIDO DIARIO. Lorenzetti no quiso oír las advertencias públicas de Macri, minimizó los dardos del subalterno Germán Garavano o no le prestó atención a las encuestas que señalan a la Justicia -que lo tenía como vértice- entre las instituciones peor consideradas.
Blindado y cortejado por periodistas y formadores de opinión que le escribían el diario de Yrigoyen, dueño de su propio canal de comunicación, el Centro de Información Judicial, el rafaelino tomó como operaciones interesadas las críticas que le pegaban en la línea de flotación y minimizó las marchas que lo señalaban con nombre y apellido. Sus viajes a Roma para ver al papa, su contacto con políticos, su participación en el Foro Mundial del Agua en Brasil, su respaldo al incombustible juez federal Claudio Bonadio, su alianza de hierro con el cuestionado Ariel Lijo, el apoyo permanente del sindicato judicial que aún conserva Julio Piumato, las filtraciones de escuchas a los medios de comunicación aliados… todo eso no alcanzó y hasta puede ser que le haya jugado en contra.
El supremo que sobrevivió al kirchnerismo hizo ademanes de transformación ante los últimos discursos públicos del Presidente, que defenestraban a los jueces por trabajar poco y con escasa eficiencia. Actuó como si no pasara nada y hasta el peor Macri se dio el gusto de desplazarlo del poder.
Que Lorenzetti no se haya enterado del acuerdo que existía entre sus pares para destituirlo del máximo tribunal delata la confianza que se tenía y la subestimación de la fuerza ajena. Incluso, como dicen ahora con ironía sus rivales, confirma que las escuchas judiciales -con las que el supremo se obsesionó en busca de mayor poder- de poco sirven en manos de la Corte. Los empleados de la Dirección de Asistencia Judicial en Delitos Complejos (Dajudeco) no contribuyeron siquiera para espiar a los que conspiraron con éxito en contra de la cabeza del poder judicial.
Con la llegada del macrismo al poder, el ex presidente de la Corte quedó en la cuerda floja. Dejó de tener su mayoría automática, tuvo que construir su primacía en cada fallo y quedó en el lugar de lo viejo con la incorporación de los dos jueces que Macri designó primero por decreto y después con acuerdo del Senado.
Pese a que conservaba su muñeca y su poder era considerable, Lorenzetti dejó de gobernar las votaciones. Algo peor: adentro y afuera del Palacio, le perdieron el miedo. La “Majestad” de la Corte, de la que tanto le gustaba hablar, dejó de depender de su voluntad y de su nombre.
GOLPE A GOLPE. Los aliados del ex presidente de la Corte denuncian un golpe de Estado interno, aunque todo indica que se trató de una correlación de fuerzas que por primera vez le resultó desfavorable y letal. Ya en varios fallos las cosas no habían salido como pretendía el archienemigo de Carrió. Pero, claro, en ninguna estaba en juego su propio pellejo. Entre los sobrevivientes del máximo tribunal, se excusan: recuerdan que Enrique Petracchi, el lejano antecesor de Lorenzetti, también perdió su sillón sin aviso previo, por los buenos oficios del caído de estas horas.
La nueva etapa que se abre agrada a Carrió, a Macri y a su operador estrella, Fabian “Pepin” Rodriguez Simon, uno de los confabuladores de la primera hora amarilla. Pero no pueden garantizar que un Lorenzetti rencoroso se transforme en puntal de una Corte más opositora, en convergencia con su odiado Rosatti y el leal peronista Maqueda.
El perfil del nuevo presidente de la Corte contrasta con el de su antecesor. La gobernabilidad, la crisis, la debilidad del poder de turno, dejarán de ser materia de especulación en el cuarto piso de Talcahuano 550. O, por lo menos, eso se dice. El equilibrio entre los factores de poder, la pretensión de Lorenzetti de pararse por encima de la política, llegó a su fin. Viene un perfil más institucional.
Más fácil de alinear con el vía crucis del déficit cero que encabeza el Presidente, el crédito del sector privado, Rosenkrantz puede desprenderse con más facilidad de estructuras como la oficina de escuchas judiciales, como piden desde Rosatti hasta el Centro de Estudios Legales y Sociales y las organizaciones nucleadas en la Iniciativa Ciudadana para el Control del Sistema de Inteligencia.
El esquema que Lorenzetti montó junto a los camaristas Martín Irurzun y Javier Leal de Ibarra quedará ahora a merced de los criterios de su sucesor y la nueva mayoría contingente. Lo mismo el director de Captaciones, Tomás Rodríguez Ponte -cercano al juez Lijo-, y otro hombre influyente en la Dajudeco, Alejandro Lartigua, un custodio de la Policía Federal que fue secretario de Lorenzetti y director de Seguridad de la Corte y hoy es subdirector de la oficina de escuchas.
Pero, además, el nuevo presidente se muestra más permeable al reclamo de la Casa Rosada para reducir el presupuesto de la Justicia. El Fondo Anticíclico de 13 mil millones de pesos, que Lorenzetti alimentó con subejecución de partidas, volverá a quedar en la mira de Macri y Marcos Peña. Hace menos de un mes, Nicolás Dujovne visitó al archienemigo de Carrió para pedirle que aplique un techo salarial a los judiciales y no haga populismo con los fondos del Gobierno, después de enterarse de un nuevo aumento que llevó a 25% en ocho meses la paritaria del Poder Judicial. Cómo hará Rosenkrantz para ceder recursos y ganar en calidad para la Justicia es parte de lo que está por verse.
La nueva dinámica también puede generar que se adelanten expedientes por voluntad de la nueva mayoría, una variante que Lorenzetti dominaba por completo durante su presidencia. Se trataba lo que el rafaelino decidía cuando él lo consideraba pertinente.
Pero, además, surge un interrogante mayor en plena era del Gloriagate: hasta dónde llegará la autonomía de los juzgados de Comodoro Py, que hasta ayer estaban bajo la égida del abogado nacido en Rafaela. Que lo diga, si no, el inclasificable Claudio Bonadio.