La semana pasada, uno de los hombres que no se despega de Mauricio Macri llamó por teléfono a un directivo de uno de los medios predilectos del Gobierno para observar un contenido que había salido al aire. El Presidente quería que no hubiera dudas: el Banco Central no iba a intervenir para mantener el dólar a la baja. Todo lo contrario. Luis Caputo parecía ir ganando su primera batalla contra la familia de los bancos y los fondos de inversión que atentan contra toda estabilidad, sin que nadie los acusara de destituyentes. El mensaje de Macri no era sólo producto de una convicción tardía, que surge después de un año largo de mantener el atraso cambiario como antídoto principal contra la inflación. Es resultado del pacto con el FMI que acaba de ordenar un fabuloso salvataje para el empresario que gana las elecciones en Argentina con una serie de exigencias. La primera, no usar los dólares para venderlos baratos, menos en un escenario donde a cada minuto pueden subir. Dos o tres jornadas más tarde, el Central volvió a intervenir para mantener un dólar que escalaba hacia los 30 pesos.
Vuelve a pasar lo mismo. Igual que en el arranque de Cambiemos en el poder, pero en un escenario más grave, donde hay dos axiomas temporales del macrismo que no funcionan más: la pesada herencia y el optimismo con respecto al futuro. El Presidente queda atrapado en un presente que no logra gobernar, ni con el respaldo del Fondo ni con la calificación de país emergente ni con los cambios de gabinete.
La economía vuelve a la frazada corta, el Gobierno se comprometió a un ajuste excesivo con Christine Lagarde y aparecen tensiones dentro del elenco oficial.
Macri no puede resolver el malentendido con el Círculo Rojo, los mercados no le creen y lo llevan -más rápido- a una devaluación mayor. Macri no puede hacer pie. Peor que eso, no logra decidir por dónde ir y la confusión es general. Ya sin Federico Sturzenegger, jubilado cuando se creía en su mejor momento, las diferencias vuelven a surgir adentro, como explicó Letra P.
Con el dólar en alza, la primera contradicción es la que se ve entre tasas de interés por encima del 40%, que buscan contener la suba de la divisa pero pegan como un mazazo en la economía productiva. Lo sabe cualquier empresario pyme y lo repite desde el primer minuto Dante Sica, el sucesor del latin lover Francisco Cabrera. El nuevo ministro de Producción viene a sintonizar con una línea dentro del Gobierno que siempre se opuso a las tasas astronómicas de Sturzenegger. Ahí militan Horacio Rodríguez Larreta, Nicolas Caputo y el magullado Mario Quintana como figuras destacadas.
Animado por Sica, Macri se lanzó a poner la cara ante las pymes de CAME con promesas de créditos subsidiados para “el corazón de la Argentina”, estrujado como nunca con caída de consumo, tasas altísimas y cheques rechazados. Formateado en la ortodoxia, el Presidente preferiría no otorgar préstamos baratos, pero la economía de Cambiemos lo obliga a esas herejías.
CHOQUE DE LOBISTAS. El otro debate que divide al oficialismo es el de las retenciones al campo. Nicolás Dujovne es el promotor de suspender la rebaja gradual que prometió Macri y que llevaría la alícuota que pagan los sojeros al 24% a fin de año y a 18% cuando termine su mandato. Nadie niega que la sequía pegó como nunca en el campo y la cosecha cayó en 20 millones de toneladas, según las estimaciones del sector. Pero tampoco puede omitirse que el dólar pasó de 20 pesos, a fines de abril, a casi 30, dos meses después. Es una ganancia descomunal para los exportadores en un contexto en el casi todos pierden. El ex columnista de Odisea choca con la resistencia del Presidente, que le dijo primero sí y dio marcha atrás después de una tapa de Clarín, otro que siempre gana.
Ahora, en otra muestra más de la doctrina Pugliese, Dujovne reclama un gesto del agronegocio. Parece difícil. Macri se apresta a recibir a la Mesa de Enlace el martes, la misma que defenestra al ministro de Hacienda con un latiguillo que tiene su fondo indudable de verdad: se inclina por los bancos y tiene la plata afuera, como dijo Dardo Chiesa, el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA). Según ese análisis, Dujovne no es un pragmático que ve que no hay por donde ajustar en una economía que carece de dólares, sino un empleado del sector financiero. Un lobista del sector privado, como -para ser justos- también lo es Luis Etchevehere.
El gabinete está loteado y Macri no interviene. Cuando lo hace, es, por lo general, para proteger a los que más ganan. Dujovne no está solo en la prédica por suspender la rebaja gradual de las retenciones. Economistas de confianza del gobierno, como Eduardo Levy Yeyati, que se lo dijo esta semana a El Cronista, y otros menos visibles que frecuentan a Gustavo Lopetegui lo repiten: el esquema de rebaja gradual es un incentivo permanente a no liquidar la cosecha.
Frente al choque de tendencias intestinas que habitan en Cambiemos, la pregunta es una vez más dónde está el piloto. Macri no logra sintetizar ni -mucho menos- marcar un rumbo claro.
ASTILLA. Entre las tensiones internas, hay por lo menos otras dos que el Presidente debería saldar. La primera es la de las tarifas, que enfrenta a Javier Iguacel con las empresas energéticas y las petroleras de las que siempre fue un defensor incondicional. Hasta que se sumó al PRO de la mano de Guillermo Dietrich y se lanzó a ser candidato en la pequeña localidad de Capitán Sarmiento. Las empresas se presentan como parte de uno de los pocos sectores que invierten en la economía de Cambiemos y reclaman aumentos siderales en las tarifas para ir a la par de la devaluación. Con una lógica que Caputo podría aplicar ante la voracidad de los mercados, Iguacel les pide a las petroleras que financien la reelección de Macri porque es la mejor garantía para sus negocios. Pero la tensión está y puede redundar en más subsidios para el sector, contra el deseo de Dujovne, que trabaja por un ajuste que se base en la reducción de esa partida. Con la partida de Aranguren, que le daba vía libre al tarifazo, pierden Macri y el ministro de Hacienda, salvo que Iguacel logre convencer a las compañías del sector energético de aguantar los aumentos o escalonarlos, como recomendaba sin éxito el radicalismo, antes de que todo se trastornara.
¿Cuál es la postura de Macri? ¿Aumentos escalonados, más subsidios o tarifazo pleno? Si fuera por él, como suelen decir los formadores de opinión que son sus amigos, el Presidente iría más rápido.
El último de los conflictos es quizás el que atraviesa al proyecto de Cambiemos desde el minuto cero: la relación con el peronismo, que adquiere hoy forma de dilema en lo económico y en lo político.
A la hora de las efectividades conducentes, el lazo depende de Rogelio Frigerio. El ministro del Interior necesita atraer a los gobernadores a la mesa que tiende el Presidente, en su momento de mayor debilidad. Convencerlos de asumir una parte del ajuste, con recortes en transferencias y obra pública. Frigerio promete que el freno a las obras será menor y Emilio Monzó sugiere que puede suspenderse el Pacto Fiscal, algo que relativizan en la Casa Rosada. Cualquiera de los dos ofrecimientos implicaría una tensión con el esquema que diseñó Dujovne hace seis meses y que era considerado exitoso por todas las partes involucradas. Todo apunta al mismo objetivo: recuperar a la oposición “racional” -que Macri tildó de loca e irresponsable y mentirosa- como pilar de la gobernabilidad hasta 2019.
Schiaretti, Peppo y Bordet. El Gobierno los asocia a la crisis y les pide responsabilidad.
PERDÓN, LAGARDE. El Círculo Rojo reclama que el peronismo apoye porque ve que Macri ya no es autosuficiente. Más allá de las frases de ocasión que Frigerio trabaja y difunde en los medios, el acuerdo no va a ser fácil. Más aún, cuando son muchos los que piensan -incluso cerca del oficialismo- que Argentina se comprometió a hacer un ajuste demasiado exigente, sin necesidad de tanto, si se considera el respaldo desmedido de Lagarde y las potencias para rescatar la aventura de los CEOs en el poder. Con metas de inflación y reducción del déficit tan ambiciosas que conspiran contra la campaña electoral de Cambiemos, el año que viene, ¿los gobernadores van a respaldar un acuerdo que las principales consultoras ya empiezan a vislumbrar como incumplible?
¿Van a atar su destino a Macri ahora y van a acompañar el waiver que ya circula como posibilidad?