“Alguien está con ganas de hacer lío. La verdad, nos preocupa. Lo que esperamos no es volatilidad, es estabilidad. ¿Qué pasará con los precios? Veremos cómo ancla el dólar”. Daniel Funes de Rioja es el presidente de la Cámara Alimenticia Copal, que nuclea a las grandes firmas proveedoras del rubro, ésas que ya preparan listas con valores renovados para entregarles a los supermercados la semana próxima. Funes llegó el jueves a una jornada sobre empleo organizada por la Universidad Di Tella y la OIT, en plena fiebre verde. Cerca del cierre de la rueda, el dólar tocó los $23,50 y el tema monopolizó los pasillos del encuentro. Hasta el propio titular de la UOCRA, Gerardo Martínez, de fuerte afinidad con el Gobierno, se manifestó “preocupado por la situación macroeconómica y la inflación”.
La oposición le apuntó al ministro Dujovne por la crisis cambiaria.
La situación describe el problema final derivado de la disparada del dólar y confirma el miedo supremo de la Casa Rosada: toda devaluación, forzada o no, se va a precios. Sin embargo, a diferencia de otras corridas cambiarias, en la primera grande que enfrenta Cambiemos las circunstancias fueron diferentes a los antecedentes recientes. En los años del kirchnerismo, fueron los bancos privados y grandes firmas nacionales las que corrieron al dólar. Desde la lógica política, era entendible: el mercado se movía en disidencia ante un gobierno radicalizado en su último tramo, que imponía fuertes restricciones al flujo de capitales. Lo que padece el gobierno de Mauricio Macri, en cambio, es una especie de vendetta de los amigos del campeón, disconformes con el Modelo M.
La corrida que llevó el billete verde a una suba de casi $2 en menos de 48 horas se empezó a planificar hace 15 días. Los capitales especulativos y bancos de inversión registraron que la perspectiva de inflación no estaba alineada con el discurso público del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger. Los precios no estaban a la baja. Las últimas licitaciones del Lebacs del BCRA ya venían, en esta línea, con malos resultados, perdiendo títulos en el camino. Pero el proceso se aceleró a fines de la semana pasado y retomó con energía el miércoles posterior al fin de semana del Día del Trabajo.
El buque insignia de la corrida fue un viejo conocido de Cambiemos: el banco JP Morgan, uno de los más importantes colocadores de deuda de Argentina. Fue el primero en dolarizar sus posiciones en pesos. Lo siguieron algunos de sus pares, como el Merryl Lynch. Cuando parecía que el abandono de los pesos cesaba y el Central elevaba las tasas del dinero y de las Lebacs (300 puntos básicos más que la semana pasada), el fenómeno siguió firme. Y contagió a minoristas y empresas pequeñas que se sumaron a la ola de compra de divisas. La razón fue sencilla: a pesar de la intervención con tasas y venta de reservas de la jornada, Sturzenegger no logró calmar la cotización y la señal siguió siendo al alza. Situación que seguirá cuando los mercados abran el último día hábil de la semana.
Macri con Jaimie Dimon, CEO global del JP Morgan. Uno de los bancos que dolarizaron posiciones en pesos.
Por esas cuestiones del destino, los sectores especulativos, capitales golondrina y fanáticos de la timba financiera a los cuales el Gobierno abrazó por haber traído capitales al país le habían jugado en contra. Sin intención desestabilizadora, le asestaron al Gobierno un golpe duro, difícil de digerir, que desnudó los errores acumulados de la política económica.
El Gobierno decidió dar explicaciones parciales o livianas del problema, la primera gran crisis económica y financiera que afronta la coalición Cambiemos. Marcos Peña, el jefe de Gabinete, le atribuyó la turbulencia a una extraña “volatilidad” en la que el dólar solo sube y nunca baja. Los funcionarios más técnicos de un Ejecutivo que adolece de especialistas en macro-economía, en tanto, insistieron con que el contexto externo explicaba todo. La llegada de Jerome Powell a la Reserva Federal de los Estados Unidos abrió un proceso de suba de tasas que impactó en los países emergentes. Pero Argentina fue el país que más devaluó su moneda, muy por encima de Rusia, el país del rublo que sufrió, pero bastante menos.
Letra P consultó en los hedge funds, los que decidieron moverse de pesos a dólares, cuáles fueron las razones que los llevaron a desconfiar del Modelo M. En el mundo de los mercados se denomina a esos jugadores los Smart Money, aquellos fondos manejados profesionalmente que, en este contexto, han decidido dolarizarse. Básicamente, hay tres razones que, para esos actores, justifican la corrida: la primera, el factor inflacionario. Si se mira en números, hay un contraste entre la baja que promueve el Gobierno y lo que ocurre en la realidad. La evolución que miran es la de inflación núcleo: en el primer trimestre del año, anualizada, es mucho peor que en mismo período del año pasado. Un poco más de 27 contra un poco más de 22 de 2017. Los datos de abril parecen reafirmarlo. La consultora que mide más moderadamente estima un 2,4% de alza.
La segunda razón fuerte para moverse al dólar fue el ruido político que generó el aumento de tarifas en luz y gas. Para los fondos, el debate parlamentario con el proyecto de la oposición puso en serias dudas el esquema de seguridad jurídica para las empresas. Y la posibilidad de un retroceso tarifario dio, además, la idea de una oposición en pleno rearmado. Una sombra política para un Cambiemos que venía jugando en solitario en la cancha que mira al 2019.
La tercera razón es, incluso, más direccionada al problema interno en el Gobierno. Los capitales le cuestionan a Cambiemos la poca claridad en el establecimiento de un modelo económico. Y le recriminan un ajuste pendiente que pone al oficialismo en el brete de gradualismo o shock. Muchos vieron reflejados en los dichos del funesto Domingo Felipe Cavallo su sueño máximo. El de un super ministro de Economía que centralice decisiones, y que sepa en serio del metier. Esa obsesión es la que apuró los rumores de cambios en el Gabinete, siendo el nombre del ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, el más mencionado.
Una cuarta razón es el impuesto a la renta, que empezó a regir la semana pasada para los inversores extranjeros que apuestan a instrumentos en pesos. Aunque menor, fue una medida desafortunada a los ojos del mercado.
Sintéticamente, el mercado, un aliado inicial de Cambiemos, logró torcerle la mano a la política PRO y busca imponerle condiciones presionándolo en el flanco más débil. Lo que molestó a los especuladores es que no haya habido un ajuste tan radical como Macri les había prometido en campaña. Algunos hasta aseguraron que la única forma de parar el dólar era con un anuncio fuerte de recorte del gasto. La única señal que calmaría a las fieras, acostumbradas a carroñar a los Estados.
Los más críticos al Gobierno y a su dinámica de centralización de decisiones en una mesa cada vez más acotada señalan el hito fundacional de la crisis del dólar y la inflación. La fechan en el fin de diciembre de 2017, cuando Peña armó una conferencia de prensa para anunciar el recalibrado de las metas de inflación. Fue el principio del fin de la credibilidad del BCRA y el derrumbe del corazón único para combatir la inflación. Aquel momento significó la intervención de la Casa Rosada en un organismo utópicamente independiente. Sturzenegger se había negado a ir a esa conferencia. Le avisó en persona a Macri que el cambio de las metas era un pecado imperdonable, que preveía mayor inflación por expectativas, algo que ya le había pasado a Brasil.
En este escenario, a la espera de más movimientos ascendentes el último día de la semana y mientras el BCRA ya avisa que intervendrá desde el minuto cero, el panorama para el Gobierno es el siguiente: quedó viejo el Presupuesto, con un dólar promedio de $19,20, y hasta las apostillas de los economistas de los bancos, que veían un dólar a $22,70 recién a fines de año. Con las modificaciones externas e internas no puede tomar dinero afuera y tampoco adentro. A su favor, tiene reservas de respaldo, pero le falta un bien esencial: como al kirchnerismo, no le están creyendo el discurso. Eso, para un gobierno pro mercado, es un problema serio.