DETRÁS DE ESCENA. LA CONFESIÓN

Maldito inconsciente

En un blooper televisivo, al jefe de los diputados PRO se le escapó el pensamiento sofocado de las palomas del oficialismo ante la acechanza del PJ reciclado. El talibanismo de Peña. Nace un traidor.

“Una pavada”. Así definen al lado de Mauricio Macri la confesión pública de Nicolás Massot en América 24. El jefe de la bancada de Diputados del PRO se convirtió en el hombre del día por haber desnudado su pensamiento íntimo ante las cámaras y sin saberlo: lo que viene, tarde o temprano, es el peronismo reciclado.

 

Sentado frente a Antonio Laje y Ramón Indart, Massot no hizo más que blanquear lo que piensa el ala del Gobierno que se entiende bien con el “peronismo disecado”, según la definición que Emilio Monzó promueve con poco éxito puertas adentro de la alianza gobernante y que Rogelio Frigerio comparte, pero ya se resignó a callar. El último exponente de la dinastía Massot no dijo nada del otro mundo y, sin embargo, fue traicionado por su inconsciente. Dijo algo que no tiene consenso en el arco amplio de la coalición que lidera Mauricio Macri y que no lo tendrá.

 

 

Aún en pañales, ese peronismo prolijo, dialoguista, moderado y -sobre todo- poskirchnerista tiene múltiples utilidades y destinos. Le sirve al gobierno de Cambiemos para aprobar leyes en el Congreso. Pero también para bajarle el pulgar al reformismo permanente cuando entra en su fase mesiánica y choca contra realidades y resistencias que el PJ pretende conducir o, por lo menos, contemplar. Una tajada de ese ancho universo, diría Massot, podría incluso ser vital para que Macri -o algún otro oficialista- llegue al 45% en primera vuelta en 2019. 

 

El peronismo de los gobernadores es el mejor socio para la gobernabilidad, como lo demuestra el ejemplo sublime e insuperable del ignífugo Miguel Angel Pichetto, un político que atravesó la cortina de los tiempos y que, a sus 67 años, hace horas extras -el domingo, justamente, venderá for export el pejotismo prolijo en una entrevista con Marcelo Longobardi para CNN. Reciclado como sucesor del macrismo, ese peronismo es el que ilusiona también a un círculo rojo que lo riega y lo riega para verlo crecer a tiempo, de cara a la próxima temporada de ajuste.

 

Se pudo observar en el Coloquio de IDEA de 2017, entre las PASO y las generales que consagraron al proyecto de Mauricio Macri como fenómeno más estable del que se preveía. Un panel soñado con Pichetto, Monzó, Diego Bossio, Mario Negri y, la más rebelde en esa liga, Graciela Camaño. Las palmeadas en la espalda de los empresarios al peronismo dialoguista no terminaron aquel día, sino que se mantienen. Algo tiene que nacer por si el ambicioso plan del ex presidente de Sevel en la Casa Rosada fracasa. En diez años, en seis o, incluso -como piensan los más inquietos-, en dos años.

 

 

 

El Círculo Rojo añora un equipo de recambio y pone a todos a precalentar, pensando en quién es el mejor para ejecutar una devaluación fuerte, que alguien debería hacer por el bien de la patria y de los grupos concentrados. Mucho más, en los días que corren. Después de sobrevivir al kirchnerismo, ¿ese PJ dialoguista sería capaz de tildar de llorones a los industriales argentinos? Pregunta que quizás ronde por estas horas a los que admiran el temple de Pichetto.

 

Aunque Massot dijo que el radicalismo está gobernando, en el centenario partido son pocos los que comparte su criterio. No sólo deben estar fastidiados, como le marcaron los dos periodistas al escucharlo y como ya salieron a decirlo en las redes sociales. Más que eso. El vicepresidente de la UCR, Federico Storani, le dijo a Infobae hace unos días que Marcos Peña tiene una “espectacular antipolítica”. “No quiere a los radicales, ni a los peronistas, ni a los socialistas. Peña está vacunado contra la política. El PRO está hipercentralizado, son Peña y dos o tres CEOs”, afirmó con una definición bastante certera, que incluso puede haber llenado de orgullo al jefe de Gabinete. “Yo creo en el sistema de partidos”, se diferenció el veterano radical. 

 

 

Palomas en el Congreso: Monzó y Massot.

 

 

NACE UN TRAIDOR. Justamente, Peña es el que no debe estar contento con la “pavada” que dijo Massot. Primero, porque no tiene tanta estima por el rol del peronismo en la Cámara de Diputados ni tampoco en el Senado.

 

Segundo y fundamental, porque su concepción choca con la de preservar un peronismo reciclado como alternativa de recambio y no reconoce límites para el avance de la alianza gobernante. Como Jaime Durán Barba, Marcos es de los que encarnan la línea talibán de confrontación que quiere arrasar con toda forma de pejotismo y considera -como una parte nada desdeñable de la población- que todo el peronismo es en esencia lo mismo. Peña piensa que el recambio debe surgir de la propia alianza Cambiemos, aunque no por supuesto del radicalismo. En eso coincide el comando central del macrismo con el ala dialoguista: el partido que hoy conduce el gobernador mendocino Alfredo Cornejo está para acompañar y crecer por abajo en el mejor de los casos, pero sin asomar la cabeza.

 

Peña no está fogoneando una alternancia ni la reconstrucción del bipartidismo, sino que se cree la batalla de lo viejo contra lo nuevo y apuesta a conquistar todos los territorios que le quedan al PJ, de Ushuaia a La Quiaca. Eso explica que Juan Manuel Urtubey, el más amigo del cambio, haya sudado tanto o más que el kirchnerismo en las elecciones de medio término. Mientras Urtubey se lleva bárbaro con Monzó, critica a Peña por “soberbio”. Mientras, Peña y el comando central de Balcarce 50 propagan la idea de que todo va viento en popa, Monzó, Massot y algunos más no descartan que el peronismo encuentre un candidato de la noche a la mañana, se meta en el ballotage y, en el último minuto, obligue a Cambiemos a ir a buscar la pelota en el fondo de la red. Por eso, la traición de Massot, su confesión no planificada, es sintomática. Para algunos oficialistas, imperdonable.

 

 

El gobierno de Gustavo Petro echó a diplomáticos argentinos de Colombia.
Martín Guzmán versus Sergio Massa.

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